Volver
Jesús
Ángel.

Desde hace unos años ofrezco la lectura gratuita de mis
novelas en tres idiomas, una después de otra y capítulo a
capítulo, en esta misma página.
A lo largo de este año 2019 estamos leyendo La
Federación y Umú,
la hetaira de ébano hasta el 31 de
diciembre de 2019..
Este libro se puede leer también en
inglés
y
Esperanto.
El próximo 1 de enero de 2020 comenzaré a subir, capítulo a
capítulo, otro libro de mi creación, eliminando las versiones en
inglés y español, pero dejando
Esperanto
a su libre disposición
sine die.
Por eso, si
puede usted leer la bella Lengua
Internacional, podrá leer gratuitamente toda mi obra, a
medida que la vaya traduciendo. Si no lo sabe, pero quiere
aprenderlo, puede pedir información a la Federación
Española de Esperanto. Ellos le podrán indicar la forma de
aprenderlo de forma rápida, barata y eficaz.
Hasta ahora hemos leído:
- Un
cuento infantil, o El soldado y la bruja
(Julio 2016).
- El
pecado del talibán, o La triste vida de Abdul Saleh.
(Agosto 2016)
- Amén,
o Desde el otro lado, o Lo que nunca os diré.
(Septiembre 2016)
- La
psicóloga (Octubre 2016).
- Abuelo
y nieto (Noviembre 2016).
- El
año que fui mujer (Diciembre 2016).
- La
cronista, o Los amos del tiempo
(2017).
- El libro de las
crónicas angélicas y las anécdotas angélicas
(2018).
- La
Federación (2019, publicado el 25 de
febrero).
- Umú,
la hetaira de ébano (2019, publicado
el 6 de julio).
La
Federación,
o
La
Almirante y yo
por Jesús
Ángel
Dedicado a aquellos
que saben que el espacio
es la única realidad que hay.
MMXVII-MMXVIII.

Este es el índice, que contiene el enlace a cada capítulo:
- El suceso.
- Contacto.
- Polholo.
- La
nave de hierro.
- Mi capitana.
- Los aulladores y Aúllo.
- La Flota de Hierro.
- La fuerza federal.
- ¿Tiempo perdido?
- Él, robot.
- La extraña nave Fnkrich.
- Nueva vida, vieja cultura.
Notas.
¿Fin?
Bibliografía.
Estoy tranquilo. Así nací, y así permanecí toda mi vida hasta
ahora. Pienso seguir así el resto de mi vida.
Bueno, o al menos tenía esa intención hasta el momento en que
vinieron unos extraños seres a vivir con nosotros. Nunca les
invité, pero tuve que aceptarlos, quisiera o no, hasta que
decidieran marcharse, debido a que nosotros, los holos, odiamos
imponer nuestra voluntad a los demás. Nos gusta la soledad y la
individualidad, y justo por eso respetamos mucho el medio
ambiente y a todo ser viviente.
Era un día soleado con pocas nubes cuando aquel objeto bajó
del cielo y se posó junto a mí. Acababa de disfrutar yo de una
densa lluvia y estaba aprovechando la belleza de un arco iris
intenso cuando lo vi descolgarse del arco, y después caer al
suelo con mucha lentitud justo al lado de donde yo yacía
secándome de la humedad con que el cielo me acababa de bendecir.
Nosotros, los holos, tenemos mucho tiempo, y una larga
memoria. Por eso recuerdo todo lo que dijeron, y cuando por fin
pude comprender su idioma, lo recordé y comprendí todo. Por
desgracia eso fue demasiado tarde para que nuestro contacto
inicial fuese cordial.
De aquella cosa tan pequeña, que después comprendí que ellos
llamaban lanzadera o ascensor, salieron dos seres. Se movían por
medio de dos ramas, igual que los simios a veces, pero tenían
una cabeza enorme con un solo ojo, y no tenían cuello, al revés
que ellos. Comenzaron a parlotear y hacer movimientos extraños.
Creí que me iban a saludar, pero ni siquiera se dieron cuenta de
que yo estaba allí. Extraño, porque yo era entonces el único ser
inteligente en un radio de varios kilómetros. Mis sensores
detectaron que estaban muy nerviosos.
Después pude reconstruir el diálogo que tuvieron en aquel
momento:
—Comandante, el aire es respirable.
—¿Hay bacterias o virus en el aire?
—No, comandante. Es seguro respirar aquí.
Entonces hicieron algo muy extraño: se quitaron parte de la
cabeza, la que tenía aquel ojo tan raro. Vi que dentro tenían
una cabeza más pequeña seguida de un cuello, pero eran muy
bajitos.
—¡Qué bueno, es un placer respirar este aire
tan agradable! Fresco y rico.
—Sí, Pol. Parece un paraíso. Por desgracia no
hay nadie al que preguntar en este planeta.
Podría haber contestado, pero en aquel momento yo no sabía de
qué hablaban, quiénes era, ni qué querían. Por eso seguí
observándolos atentamente.
Tomaron una piedra y la aproximaron a una maquinita que pendía
de su cinturón. —Hierro, —dijo el más alto. —Parece que el
hierro abunda en el suelo.
—Sí, por desgracia no se puede cultivar trigo
sobre hierro…
—No entiendo que pueda crecer este árbol tan
frondoso aquí. ¿Cómo puede crecer con tanto hierro?
—Tampoco lo entiendo, —dijo el más bajito, —Y
hay más hierba. Si fuese verde en lugar de gris, se diría que
son vegetales…
Entonces intentaron romperme un hombro, como si yo fuese un
objeto, y no pude evitar defenderme:
—¡Comandante! ¿Me oye?
El pobre Comandante acababa de recibir mi golpe eléctrico, que
le había tumbado. No tuve la intención de atacarle, pero mi
reacción fue instintiva. No me hizo daño, pero noté su tirón y
me defendí automáticamente. Y entonces detecté lo de Pol.
Comprendí que por medio de los sentimientos podría comunicarme
con ella. De pronto les envié a los dos un rayo de bienestar.
Ella miró hacia mí, más allá de mí, por encima de mí, alrededor
de mí.
—Pol, —dijo el Comandante, —¿qué ha ocurrido?
—¡Comandante! ¡Está vivo, gracias a Dios!
—Sí, —dijo él poniéndose en pie. —De pronto
sentí un calambrazo. En este planeta tan extraño crecen árboles
del hierro y hay electricidad natural.
—Sí, pero se siente el bienestar aquí. ¿No se
siente usted bien, comandante?
—¡Mejor que nunca! Quizá este sea el paraíso
de hierro...
Pol se rio. Me gustó esa risa. Fresca, elegante, melodiosa...
—Por suerte no hay una serpiente de hierro,
comandante.
No comprendo que el nombre de Pol sea tan corto, y el del otro
sea cuatro veces más largo, Co-man-dan-te. Pero
entonces comprendí que ellos vienen de un lugar del que nunca oí
hablar. De su charla deduje que mi mundo no era el universo,
sino que en él había otros mundos. Por lo menos el mío y el de
ellos, que tenía otro nombre, Tierra. Pero
después comprendí que el planeta de Pol no era tampoco la
Tierra, y por lo tanto había tres mundos. Al menos el mío y el
de cada uno de ellos: la Tierra, Klato y el
mío, que aún no tenía nombre. Quizá Comandante y Pol le diesen
un nombre, y entonces dejaría de ser El Mundo
para mí. También comprendí que los terrestres y los klatanos
tenían dos sexos, y que Pol era hembra y Comandante era macho.
Después aprendí que el macho y la hembra pueden juntarse con
pasión y después nacería una persona pequeña que los dos
deberían cuidar durante un tiempo, hasta que pudiese funcionar
con eficacia por sí mismo. Pero Comandante y Pol no se juntaban
así porque venían de planetas diferentes, y temían que sus
especies no fuesen compatibles. Comandante tenía el pelo del
color del oro, y el de Pol era negro intenso, corto y denso. Los
ojos de Pol eran muy negros y los de Comandante era azules como
el cielo.
Durante todo un año estuvieron conmigo, y cuando cambió la
estación cinco veces decidieron marcharse. Durante ese año
subían y bajaban con su ascensor y cortaban trozos de hierro del
suelo e hicieron un vehículo, que llamaron transporte de carga,
en que metieron diversas cosas que cogían de mi planeta, entre
ellos algunos ejemplares de animales y vegetales. Intenté
decirles que los animales morirían si se alejaban del planeta,
pero en aquella época todavía no podía hablar con ellos, porque
su lengua era totalmente ajena a mí. Poco a poco, sin embargo,
fui descodificándola, pero cuando lo conseguí del todo descubrí
que no podía hablarles.
Pol no venía con mucha frecuencia, pero vinieron muchos otros
individuos de ambos sexos a realizar diversas funciones en mi
terreno. Incluso consiguieron cortarme un brazo; pero se
sorprendieron mucho mucho de que casi inmediatamente lo
substituyese por otro nuevo. Sí, se dieron cuenta por fin de que
yo estaba allí desde el principio, pero no comprendían aún que
yo era inteligente.
Tres días después de de mi mutilación apareció Pol de nuevo. Se
diría que deseaba despedirse del planeta. Para entonces ya
comenzaba yo a comprender de qué iba todo esto. Y conseguí
contactar con ella mientras dormía a la sombra de mi tronco.
~¡Pol!, le dije en su pacífico
sueño, ~yo te saludo en nombre de mi civilización.
—¡Qué?, —dijo ella dando un bote.
~No temas, le dije enviándole un
sentimiento de paz.
—No, vale, pero dime: ¿quién habla?
~Yo no puedo hablar, Pol. Yo no tengo
boca.
—¿Dónde estás tú? ¿Qué eres?
~Me estás tocando.
—¿Eh? No, no veo nada. Si estoy soñando, ¿por
qué estoy despierta?
~No duermes. ¿Comprendes la telepatía?
—Sí. Mi especie, klatana, puede —dijo ella.
~¿Y tus compañeros no pueden?
~No, ellos son terráqueos. Sólo saben
hablar.
~Ah, ya veo cuál fue mi error. Os vi
venir y cuando comprendí que no os ibais, como nuestros otros
visitantes, intenté contactar con vosotros, pero no comprendía
vuestra lengua, y cuando finalmente lo conseguí, no podía
hablaros. Pero no intenté la telepatía contigo antes. Ese fue
mi error.
~Bueno, ya ves que no soy peligrosa, y
sin embargo todavía no te veo. ¿Por qué no me dices dónde
estás, para poder hablar con libertad?
~No hace falta que hables, porque
tenemos un pensamiento compatible, que es más rápido que tu
palabra.
—Ah, ya, —dijo Pol, constatando en ese
momento que ya llevaba varios minutos sin hablar, sino pensando
con este ser, dondequiera que esté.
—Pero telepatíame tu nombre, por favor.
~No soy hombre ni klatano. Soy holo. De
hecho no tengo nombre personal, porque normalmente no nos
vemos entre nosotros, y yo hablo telepáticamente con los
demás, Aunque, somos individuos, tenemos una consciencia
colectiva. Ahora tú me hablas a mí, pero te escucha toda mi
especie.
~Interesante civilización. ¿Te doy,
entonces, un nombre personal? Porque me gusta saber con quién
hablo, aunque todos tus conciudadanos me oigan. ¿Los demás
también me hablan?
~No, Pol. Yo hablo por todos ellos.
Somos uno y todos a la vez. Siéntete totalmente libre sobre
eso. Dame nombre, por favor. ¿Qué nombre me darás, Pol?
~¿Tienes apellido, al menos?
~¿Apellido?
~Sí, un nombre para designar a toda tu
familia: tus padres, tus hermanos, tu esposa...
~Ah, sí, ya comprendo, Pol Kunos de
Klato. No, no tenemos familias. Yo procedo de las semillas de
mis antepasados, a los que no conozco directamente, sino a
través de otros seres que los conocieron. ¿Quién soy yo?
~Tú eres holo, pues entonces serás Polholo,
porque tú eres el primer amigo que hago yo, Pol, en este
planeta. Sea tu nombre símbolo de nuestra amistad.
~Polholo. Gracias por tu regalo, Pol. Me
honras con este nombre, que llevaré siempre con orgullo. Tú
eres mi familia, si eso no te molesta.
~Je, claro que no. Es un honor tenerte
en mi familia. Incluso aunque no veo de dónde me viene tu
pensamiento.
~¿Acaso tu espalda se apoya en algo
ahora?
~Mi espalda se apoya en un árbol.
~Bueno, pues te apoyas en mí. Según tú,
yo soy un árbol.
~¡Un árbol! ¿Hay árboles inteligentes en
Hierro?
~Interesante nombre para mi planeta.
Hasta ahora era El Mundo, en el que vivían
los holos, simios, hidrargos y nubos. Pero sí, tienes razón,
soy un árbol inteligente.
~¿Eres de la especie dominante en el
planeta?
~Ciertamente. Aunque los otros que he
mencionado también son inteligentes e independientes de
nosotros, pero nos respetan y a menudo nos piden consejo a
nosotros, los holos.
~Bueno…, me da vergüenza reconocer que
tomamos cosas de vuestro planeta sin permiso. No es nuestra
costumbre.
~Bueno, no comprendo vuestro sentimiento
de poseer, tomar, manipular… El planeta en realidad no es
nuestro. Sucede que nacimos aquí y mi planeta madre, Hierro,
según vosotros, nos da gratis todo lo que necesitamos. Si algo
os es útil, tomadlo.
~Me duele recordar que hasta nos
llevamos una rama tuya. Ferris hizo eso.
~¿Ferris?
~El comandante. El Comandante Ferris.
Nació en Valencia, una bella ciudad del planeta Tierra, junto
al Mar Mediterráneo, en cuya ribera nació la civilización de
ellos.
~Interesante. Bueno, sentí un momento
desagradable, pero volví a hacer una rama nueva
inmediatamente.
~Sí, eso me dijeron. Pero debo pedirte
perdón por eso.
~La verdad es que ya no me acuerdo de
eso. Pero debo decirte algo importante sobre lo que hacéis.
~¿Sí?
~Los simios y otros animales que os
habéis llevado en vuestra nave morirán si no vuelven pronto.
~Es verdad que algunos enfermaron, sí,
pero ¿por qué?
~Hay hidrógeno en el aire, e hierro en
el suelo, y ellos deben usar ambos para sus funciones
internas.
~Oh, entonces no nos los podemos llevar
a casa...
~Si se tarda poco en llegar a vuestra
casa, quizá estén vivos cuando lleguen allí. Pero morirán tras
un tiempo no muy largo.
~No es lo que pretendemos. Informaré
sobre ello enseguida.
Vi que la mujer tomó algo de su cinturón y habló:
—Comandante, debo hablarle enseguida.
Transpórteme ahora. Urgentemente.
Vi que la mujer desapareció de pronto. Estaba allí, y de
pronto ya no estaba.
Tras una hora vi aparecer a diez personas, y también a veinte
animales diversos, que salieron corriendo por la llanura hasta
que ya no pude verlos.
—Este es Polholo, comandante Ferris, —dijo
Pol señalándome con el dedo.
El hombre se me acercó y me observó durante bastante tiempo.
Me tocó, se colgó de una de mis ramas, y finalmente me dijo:
—Encantado de conocerte, Polholo. Te pido
perdón por llevarme a tus seres y objetos. ¿Podré llevarme algo
de tu planeta para estudiarlo después?
Pero no pude hacerme comprender por él. Por eso tras unos
segundos Pol dijo:
—Él no puede hablar, comandante. Me ha pedido
que le traduzca. Dice que podemos llevarnos minerales y
líquidos, excepto el mercurio, que también es aquí un ser
sensible e inteligente. Se les conoce entre ellos como
hidrargos. De hecho hay un mar de mercurio formado por
individuos mezclados, que pueden solidificarse individualmente,
aunque cuando hacen eso se enfadan con facilidad, pues se
sienten muy mal.
—Oh, ya veo. Por suerte el mercurio es
venenoso para los humanos, y por eso nos hemos mantenido
alejados de ellos. Dile que no lo sospechábamos. ¿Cuántas otras
especies inteligentes hay en el planeta?
—Dice que hay holos
(árboles férricos), hidrargos (mercurio
líquido), nubos (seres inteligentes gaseosos)
y simios, que son los más parecidos a
nosotros, aunque los dos últimos no son muy espabilados. Los
simios son muy escasos y se agrupan en tribus, que se hacen la
guerra entre sí en la mayor parte del planeta.
—Pero ¡no encontramos ninguno en todo el año!
—Sí. Son pocos, sólo unos diez mil en todo el
mundo. Y al veros se han escondido, porque son muy tímidos. Por
eso se atacan los unos a los otros.
—Bueno, Pol, debemos irnos a casa dentro de
unos días. Pregúntale si podemos hablar con esos simios, y si él
puede arreglar un encuentro con ellos.
—Je, dice que sí. Sus vecinos los buscarán y
les darán los detalles del encuentro. Pide que yo me esconda
entre sus ramas, y llamará a los simios. Después te llamará.
El comandante Ferris y sus compañeros se fueron en la pequeña
nave en que Pol había venido, y ella se escondió entre mis
ramas. La ayudé a llegar a la más alta. Desde allí ella podía
ver todos los alrededores.
El simio Granj llegó dos horas más tarde. Con él venían su
hijo y veinte guerreros.
~Saludos, dijo él mirándome.
~Saludos, Granj, hijo de Granjel. Debo
presentarte a una nueva amistad, que ha venido del cielo.
~¿Hay gente en el cielo?, dijo con temor.
¿Dónde está él?
~No es macho, sino hembra. ¿Quieres
conocerla?
El simio miró hacia todos lados, pero noté que le invadía un
gran terror.
~No, dijo finalmente. Si es
hembra, vendrá mi esposa para hablar con ella. No está bien
que un macho hable con una hembra desconocida.
Él y sus acompañantes se fueron. Tras una hora vinieron dos
simias.
~Saludos, holo~, dijo una de ellas.
~¡Saludos! ¿Quién eres?
~Yo soy Ruznio, de la tribu P'kol; y
esta es mi hermana Kruj. Mi esposo dice que una hembra del
cielo quiere hablar.
~Sí, pero debo traducir, porque ella no
comprende la lengua.
Ella también tenía miedo, pero también sentía curiosidad. Por
eso dije a Pol que podía bajar.
Ruznio se asustó cuando vio bajar a una hembra vestida de un
modo tan extraño.
~Hola~, dijo Pol.
~Hola~, dijo Ruznio por medio de mi
interpretación.
Telepatié a las dos de una forma tan rápida que les parecía
que hablaban directamente entre ellas. De hecho Pol comenzó a
hablar como si conversara directamente con Ruznio, que hizo lo
mismo.
—¿De verdad vienes del cielo?
—No exactamente. Vengo de otro planeta.
—¿Planeta? ¿Eso qué es?
~Comprende, Pol~, incidí yo, ~que
ella vive en la prehistoria. Sólo comprende cielo y suelo.
—Perdón, —dijo Pol. —Sí, vengo de una parte
muy lejana del cielo.
—¿Eres amiga?
—Sí, Ruznio. Quiero ser tu amiga.
—¿Y qué quieres de nosotros?
—Información. Quiero comprenderte.
—¿Nos ayudarás a vivir este invierno?
—Claro que sí. Haremos todo lo que podamos.
El diálogo duró varias horas, y debí advertir a Pol dos veces
de que yo no sólo traducía, sino que tenía que interpretar lo
que ellas decían, porque el vocabulario y las ideas de los
simios eran muy limitados. Finalmente conseguí hacer comprender
a Ruznio que el jefe de Pol, un macho, deseaba hablar con el
jefe de la tribu P'kol. Se fueron, y uno de mis conciudadanos me
hizo saber que Granj estaba de acuerdo, si el cielano era macho.
Tras una hora Ferris y Granj se encontraban ante mí.
Después de las presentaciones formales, los dos machos
hablaron libremente a través de mi interpretación y de la de
Pol. Su conversación fue mucho más sencilla que entre las
hembras, y finalmente llegaron a un acuerdo: los hombres podrían
tomar todo del planeta, incluso venirse a vivir sobre él, con la
condición de que no molestasen a los simios, y tampoco ocuparan
el territorio donde estoy yo, en un radio de cincuenta
kilómetros cuadrados. Pero se podían instalar más allá del mar,
siempre que no molestaran a los simios que se pudieran
encontrar. Los simios no saben lo que hay más allá del mar, pero
yo y los de mi raza sabemos hay muchos continentes y océanos,
por lo que de hecho los simios les acababan de regalar casi todo
el planeta a los terrestres. Yo añadí una condición sin que los
simios se dieran cuenta: los hombres no podían cambiar el medio
ambiente, y si tenían alguna duda, deberían consultar a los
holos.
Finalmente llegó el momento del adiós. Ferris y Pol vinieron a
despedirse, pero prometieron que volverían pronto.
~Aquí estaré~, les dije. No me
voy a ningún sitio.
~¿No envidias a los animales que se
mueven en libertad por todo Hierro?
~En realidad cuando los animales vienen
a descansar a la sombra de mis ramas veo lo que tienen en el
cerebro. Aunque no piensen, tienen memoria, y yo puedo ver
todo lo que ellos han visto, sentir lo que han sentido.
Además, los simios me pueden contar sus impresiones y además
puedo ver lo que hay en sus cerebros, pues ellos pueden
telepatiar, ya lo sabes.
~¿Todo?~, quiso saber Pol.
~Sí, Pol, pero tranquilízate: tus
secretos están a salvo conmigo. Yo nunca cuento a nadie lo que
me encuentro por casualidad.
Ferris la miró detenidamente, luego a mí.
~No me mires, Ferris. Tampoco diré qué
guardas en tu cabeza.
—Bueno, si no necesitas hablarnos…
—Bien…, dije a través de Pol, —Ferris,
vuestros pensamientos humanos los encontré como lo que llamáis
un cuadro abstracto. Necesité aprender vuestro idioma para
encontrar sentido a lo que pensáis. Nunca dejáis de hablar, con
la boca o con el pensamiento. Pero sí, ahora ya comprendo todo.
—Ah, entonces ya sabes sobre toda mi
civilización...
—Por supuesto. Y te ayudaré si me lo pides.
—¿Ayudar? Vale, lo tendré en cuenta. Gracias.
Pero dime: ¿tú crees que se podrá fundar una colonia humana
aquí?
—Sí, es posible. Y también en los planetas
vecinos, si los hay. Antes de venir vosotros este planeta era
todo el universo para nosotros, los holos. Gracias a vosotros y
vuestro saber e investigación, ya sabemos más sobre nuestro
planeta, nuestro sistema solar y el verdadero universo mismo.
Nos habéis dado mucho más de los que podíamos soñar, y
ciertamente lo que nos has prometido o pensabas darnos es sólo
una propina, en comparación.
—¿De verdad?, —dijo Pol. —Nunca podría
imaginar...
—Mira, mi querida Pol: te podríamos dar sólo
un planeta, y ni siquiera eso te hemos dado. Pero vosotros nos
habéis dado a nosotros la tecnología para hacer una nave
interestelar, la exploración del universo e incluso el porqué de
tener que hacerlo.
—¿El porqué? ¿De qué manera puede un árbol
moverse por el universo?
—Bueno, Ferris, mira: puedo hacer que los
simios refinen el suelo y creen una nave espacial alrededor de
mí, por ejemplo. Puedo estar en el centro de la nave. Sobre toda
la superficie de esa nave se podrían disponer sensores que
puedan informarme de todo, y yo podría gobernar los motores que
moverán el todo por el universo sin necesidad de sistema vital,
porque yo necesito sólo hierro, nitrógeno y quizá algunos
hidrargos que me ayuden a hacer reparaciones, si se estropea
algo. Con un buen laboratorio en la nave podría yo vivir
indefinidamente siempre que encuentre hierro de vez en cuando,
ya que como sabéis el hierro existe en todos los planetas, tanto
si vosotros podéis vivir en ellos como si no. Y nuestra nave
puede ser de hierro, y por lo tanto mi despensa podría ser toda
la nave misma.
—¡Oh, qué interesante!, —dijo Ferris con
admiración.
—Sí, comandante, yo podría hacer eso solo,
pero también es posible que nuestras dos especies se ayuden
entre sí. Si puedes dejar algunas personas aquí, bajo mi guía,
podríamos hacer una nave que te alcance antes de que llegues a
la Tierra. Pero si no quieres, o no hay voluntarios, los simios
lo harán por mí, y dentro de varios años te visitaremos.
—Comandante, —dijo Pol de pronto, —me
presento voluntaria, si me da permiso. —Pol, eres muy importante
en nuestra nave…
—Comandante, oficialmente soy sólo una
observadora. Casi cualquier otra persona puede hacer lo que yo
hago en la nave, y si no lo hace nadie, no se notará mucho. Pero
será un honor para mí colaborar con los férricos en el
desarrollo del viaje espacial por medio de la cooperación
interestelar, —dijo con respeto.
Veía en la mente de Ferris que aunque el oficial de mayor
rango, el capitán ayudante de la nave Azulado, era el
teniente de más antigüedad, Santos Oliveira, Pol y Ferris
siempre estaban juntos porque él valoraba sus puntos de vista y
opiniones desde el primer momento en que llegó a bordo, ya que
explicar todo a una alienígena le obligaba a volver a considerar
las cosas que hacía de modo automático, y así detectaba pequeños
fallos y procedimientos absurdos a bordo, y eso le forzaba a
mejorar las cosas. Pero él comprendía también que a ella se le
presentaba ahora una oportunidad de oro en lo personal y
profesional, así como a sus dos planetas para familiarizarse con
nuevas especies y formas de ver la vida. Sí, el poder de
observación de Pol era excelente, y un tiempo con los holos les
podría dar una gran información a los terráqueos y a los
klatanos.
—Bueno, Pol, vale. Sólo hace falta que convenzas a algunos de
nuestros dos mil tripulantes para que te ayuden...
—Con diez sería suficiente, —aclaré yo. —Más
sería complicar el asunto.
Pero Pol no convenció a diez, sino a cien. De hecho muchos más
querían quedarse con ella. Me di cuenta de que la tripulación
sentía mucho afecto por la observadora klatana, pues había
conectado muy bien con todos los que la habían conocido. Vi que
muchos más de diez la seguirían hasta la muerte, y que ellos la
veían con tanta ilusión en ayudar a construir una nueva flota
espacial que querían estar con ella. Por eso Pol me convenció
para admitir a los cien, de modo que el trabajo a realizar se
hiciese con mayor rapidez. Ella respondía de ello.
Ferris volvió solo a su nave, y después dejó nuestro planeta
para siempre.
Los terrestres se sorprendieron al ver cómo se levantaban
varias capas de hierro del suelo y formaban paredes que a su vez
formaban la nave. Dentro de lo que se estaba construyendo vieron
formarse escaleras y habitaciones, y además muebles, todo ello
de hierro.
~Pero~, preguntó Pol, ~si
puedes hacer todo eso tú solo, ¿para qué nos necesitas a
nosotros?
~Oh, querida, esto es una construcción
muy burda. Ahora debéis refinarlo todo. Nosotros no podemos
hacer las cosas más delicadas como los sensores y la
electrónica, por no mencionar las máquinas de teleportación o
replicadores, o los cojines, cortinas y similares. Para eso os
necesitamos.
Construimos un gran hogar para ellos pero también un gran
espacio para que pudiesen reposar y distraerse. Después
organizamos el trabajo. Me sorprendía que no supieran hacer
motores gravitatorios y otros ingenios necesarios para la
exploración interestelar, disponiendo ya del conocimiento
teórico. No nos fue tan complicado a los holos sumar y mezclar
esfuerzos y descubrimientos de campos diversos de investigación
humanos y klatos para sacar un provecho óptimo. Nosotros
contábamos con una clara ventaja sobre ellos: no éramos tan
individualista, y lo de uno era de todos, y viceversa, sobre
todo a nivel intelectual.
El trabajo les cundió, y aunque al principio lo dudaban, después
de sólo dos semanas terminamos de hacer una gran nave de forma
esférica. En ella estaba incluida la construcción que hicimos
para que ellos durmieran, y también la zona de recreo y otros
espacios que ellos ya habían estado usando desde el primer día.
La tarea más delicada fue construir los sensores, el sistema de
dirección, el sistema de mantenimiento vital y el de transporte.
Ciento una personas trabajaron conmigo muy duramente, pero a las
dos semanas de trabajo habíamos terminado la mayor nave espacial
que ellos habían visto, la primera que yo veía. La construimos
alrededor del lugar donde yo vivía, por lo que yo en realidad
estaba en casa dentro de la nave. Mi medio ambiente era el
centro de la nave. Después añadimos cubierta tras cubierta
alrededor de mí, hasta que completamos cuatro kilómetros cúbicos
de nave. Eso maravilló a Pol y a todos los tripulantes.
~Pero Polholo~, me dijo cuando la
nave ya estuvo terminada, ~¿cómo podremos mover este
monstruo?
~Con motores.
~Pero están dentro de la esfera, de
hecho junto a ti, ¡y no hay tubos que proyecten los gases
fuera!
~Oh, querida, todavía has de aprender
algo sobre los motores que Jones y Schultz me ayudaron a
diseñar… No empujan físicamente, sino gravitacionalmente. Te
lo explicaré antes de irnos, porque una buena capitana debe
saber todo sobre su nave.
~¿Capitana yo? ¿Por qué
yo?
~Bueno, querida, los seres más
desarrollados de Hierro son los simios, y no me fío de ellos.
No saben lo que es un planeta, y no lo sabrán hasta dentro de
algunos siglos. Yo no soy navegante, y tú sí lo eres; y además
mi fe en ti es absoluta. Por eso te lo pido: ¿me harás el
enorme favor de ser mi capitana?
~Bueno…, sí, la verdad es que no sé qué
decir. Vale, Polholo, seré tu capitana hasta que encuentres
otra mejor.
Durante los siguientes tres días los humanos comprobaron que
los sensores y los demás sistemas de nuestra nave estelar
funcionaban bien, y tuve la oportunidad de enseñar a Pol cómo
funcionaban los motores y los demás sistemas, así como sus
ventajas y límites. Después descansé, consulté a mis amigos y
recogí memorias que podría echar de menos cuando ya ellos
estuviesen lejos.
Y veinte días después de la marcha del Azulado, la
nave espacial terrestre, llegó el momento de despedirme de mi
planeta por primera vez en mi vida. Los motores arrancaron y
nuestro enorme navío espacial comenzó a moverse lentamente hacia
arriba. Poco a poco nos alejamos de Hierro mientras que nuestros
tripulantes miraban por los ventanales maravillándose de que el
todo se moviese. Dudaban, desde luego, que este artefacto enorme
pudiese dejar el suelo. Ya intentaron convencerme al principio
de hacer la nave de acero, pero no hay estaño en nuestro
planeta, y además les dije que el hierro tiene la suficiente
fuerza y aunque pesase más, los motores que diseñamos no
tendrían problemas para moverlo.
En realidad eran tres: para las distancias cortas teníamos un
motor de gravedad inversa que aprovechaba la
fuerza de los cuerpos celestes cercanos para planear
entre ellos a velocidades desconocidas por los terráqueos y
klatanos, o sea, para mis tripulantes. Para las distancias
largas habíamos construido un GAG, o sea, un Generador
de Agujeros de Gusano, que nos permitía salirnos del
continuo espacio-tiempo en un punto determinado y aparecer en
otro previamente elegido, de forma casi inmediata. Nuestro
sistema nos permitía memorizar ambos puntos, de modo que
pudiésemos volver a ellos de modo instantáneo, si bien la parte
más complicada era calcular el punto de vuelta al continuo
espacio-tiempo de modo que no colisionásemos con otro cuerpo
presente allí. Pero eso lo hacíamos enviando una sonda
virtual por delante, de modo que si retornaba sin errores
era seguro, y si no retornaba era que había encontrado un cuerpo
sólido, en cuyo caso desaparecía sin que el segundo cuerpo se
percatase de ello. Y el tercer motor era un controlador
de la inercia, que fue la contribución de los de mi
especie, dado que las velocidades interplanetarias (o sea,
dentro de un sistema estelar) necesarias necesitarían una
aceleración y desaceleración que serían incómodas para mí, y
mortales para la tripulación simiesca que necesitábamos, y que
de momento era humana.
En nuestro viaje inaugural nuestra velocidad aumentó de modo
progresivo, de modo que en sólo dos días vimos el navío
terrestre.
—Atención, Azulado, —llamó Pol por radio
cuando estábamos sólo a diez mil kilómetros de ellos, —por
favor, respondan. Aquí la nave espacial Simio, del planeta
Hierro. Pedimos permiso para acercarnos a ustedes.
—Permiso concedido, Pol, —sonó la voz de
Ferris. —Acercaos.
Nos detuvimos a unos pocos centímetros de la nave humana, que
parecía enana a nuestro lado, como una lenteja junto a una
sandía.
Ferris quiso venir a nuestra nave, y así fue el primer hombre
que probó nuestra máquina de teleportación. Entonces comprendió
por qué nuestra nave no tiene puertas.
—Saludos, comandante. Le devuelvo a su
tripulación.
—Hola, Polholo. ¡Veo que ya sabes hablar!
—Sí. Ahora hay una máquina que uso para eso
en lugar de a tu oficial Pol.
—Bien. ¿Qué más me puedes mostrar?
—He unificado los conocimientos de vuestros
expertos, y eso nos permitió construir motores más rápidos y
eficaces que los vuestros. Estoy dispuesto a compartir nuestros
motores con vosotros, si queréis. Aunque es cierto que vuestros
tripulantes ya saben construirlos.
Mis tripulantes volvieron al Azulado mientras
hablábamos. Cuando se vinieron conmigo pensaban que se iban a la
guerra, pero lo que tuvieron fue solo un paseo interestelar y un
poco de videojuegos.
Tras una breve pausa, añadí:
—Los echaré de menos, comandante —Añadí
mientras Ferris los veía teleportarse a través de una pantalla
que activé en todo el panel que había detrás del altavoz desde
el que le hablaba. —. ¿Crees que podrías permitir al menos a uno
de ellos quedarse conmigo para aconsejarme cómo actuar?
—Je…, me temo que sé de quién se trata…
—Sí, comandante. Te pido a Pol, si ella
quiere.
—Pol, —le preguntó, —¿quieres hacerlo?
—Sí y no, comandante. Quizá si me quedara en
este navío algo más de tiempo aprendería a utilizar la
tecnología de Polholo con mayor eficacia… Y eso podría ser útil
para la Flota Estelar Terrestre.
—La tecnología ya la tenéis, Pol. Recuerda
que yo no he inventado nada, sino que me he limitado a unificar
los diversos conocimientos humanos. Por lo tanto es verdadera
tecnología terrestre. Cómo utilizarla es un desafío para
nuestras dos especies.
—Polholo, quizá nos quieras acompañar a la
Tierra.
—Me gustaría, pero no puedo, comandante.
Acabo de saber que mi planeta está siendo atacado.
—¿Cómo lo puedes saber tan lejos de allí?
—Tenemos telepatía de largo alcance. Mis
paisanos me han enviado un mensaje mientras hablaba yo con
vosotros. Este navío es la única defensa que tienen ahora. Si
Pol desea venir a ayudarme, quizá sus observaciones os serán
útiles alguna vez.
—O quizá no la veré más, si pierdes la
batalla.
—Sí, eso puede ocurrir también. Lamento no
poder asegurarte lo contrario. Pero considera que yo no tengo
experiencia como guerrero, y en verdad me pesará tomar
decisiones que pueden resultar en la muerte de otro ser vivo.
Por eso yo necesito a un guerrero con la experiencia de Pol y
otros tripulantes vuestros.
El
propio Ferris fue el que resolvió el problema. Sí, quizá vio
nuestra tecnología en manos de nuestros
vencedores, y eso no podría ser bueno para la Tierra. Por eso
propuso que Pol viniese a mi guerra como comandante, y el
teniente Nihau y la alférez Karin viniesen como observadores
bajo el mando directo de Pol.
No podían ser mas diferentes: nativa de Olomuc, una ciudad del
centro de Europa, la antigua República Checa, Karin era una
pelirroja bajita, delgada y muy seria y responsable de sus
deberes; mientras que Nihau había nacido en Sudamérica de padres
chinos que se habían conocido en Buenos Aires. Cantaba muy bien
los tangos y siempre estaba de buen humor. Sus chistes eran
famosos en todo el navío espacial. Muy alto, moreno, algo
entrado en carnes, pero muy buen exolingüista y piloto. No era
extraño que Pol le pidiese ese tripulante a Ferris. En cuanto a
Karin, Pol sabía que sería una buena capitana en el futuro, pues
ya anticipaba que el Simio no iba a ser el único navío espacial
de la Flota Espacial Férrica durante mucho tiempo...
—Pero, mi querido comandante Ferris, —dije yo
con emoción, —¿Nihau y Karin tienen experiencia de armas?
—No. De hecho su experiencia en la guerra es
nula. Para la guerra nos necesitas o a Pol o a mí.
—Te lo agradezco de veras, comandante, que me
cedas a Pol, porque mi planeta está en un serio peligro. Os
pagaré vuestra generosidad con una nave como esta, si la queréis
aceptar.
Ferris pensó durante unos instantes... Él mismo iría a
realizar esa tarea, pero su nave no podía volver a la Tierra sin
su comandante. Además, si la tecnología fallase, Pol siempre
podría contactarme por medio de la telepatía, y él no.
—Vale, —dijo finalmente, —concedo, si tú,
Pol, deseas gobernar la máquina de guerra más poderosa que se ha
visto nunca. Pero debo comunicárselo a tu planeta también,
porque tus servicios fueron una cesión de la Flota Estelar
klatana a nuestra nave. Provisionalmente puedo cederlos a los
férricos, pero debo comunicarlo para hacer las cosas bien.
—Sí, comandante, tienes razón.
—Teniente Pol, ahora tú eres la capitán
provisional del Simio. ¡Enhorabuena!
—Comandante Ferris, —añadí yo, —según mi
gobierno, Pol es la capitana definitiva y además la guerrero de
mayor rango del Ejército Férrico durante todo el tiempo que ella
desee. Nos despedimos con mi pleno agradecimiento por tu
comprensión y ayuda. Presenta los saludos y los mejores deseos
de Hierro y los holos al planeta amigo, la Tierra.
Pol ya comenzó a hablar como capitana, al hacer la siguiente
observación:
—Pero para levar esta nave tan grande a la
guerra necesito más tripulantes, comandante. No basta con dos
oficiales. Necesito algunos tripulantes más. Imagínese que se
consigue invadir la nave..., ¿qué podríamos hacer sólo tres
oficiales?
—De acuerdo. Ordena a Nihau y a Karin que
elijan cada uno a veinte tripulantes entre nuestros dos mil,
para la guerra. Hay que advertirles que van a la guerra, no a
una misión de exploración.
—Muchas gracias, comandante. Mi deuda contigo
crece, —añadí yo. —Y la amistad entre la Tierra e Hierro también
crece.
Mientras los dos oficiales mencionados elegían a los veinte
soldados más duros entre los quinientos que se presentaron
voluntarios para ir a la guerra, yo conferencié con Pol por
medios telepáticos:
~Mira, capitana, yo soy civil. Soy
pacífico y nunca se me ocurrió quitar la vida a otro ser. Tus
órdenes serán leyes para mí y obedeceré tan ciegamente que mi
posible responsabilidad sobre lo que ocurra descansará sobre
tus hombros en su totalidad. Para mí tu juicio será ley
inapelable. ¿Estás dispuesta a aceptar toda la
responsabilidad? A tiempo estás de volverte a tu nave. No es
tu guerra. ¿Alguna vez mataste a alguien?
~No temas, Polholo. Sí, he matado muchas
veces, más de las que habría deseado, pero esas muertes fueron
necesarias y no me arrepiento de ninguna de ellas. Esta no es
la primera guerra en que participo. Pero creo que ya no voy a
matar a nadie con mis propias manos, como hice en el pasado.
Al ser tú tan pacífico te ahorraré la pesadumbre de oír cómo
endurecí mi corazón. Pero bástete saber que tienes a una
guerrera muy dura, a pesar de que por mi aspecto físico no lo
parezca.
La vuelta al Planeta Hierro fue instantánea, merced a nuestro
motor GAG. Ferris todavía necesitaría viajar casi un año para
llegar a su planeta, pero yo tenía verdadera urgencia porque
temía por la seguridad, e incluso por la propia existencia de mi
planeta, mis amigos, y mi universo todo.
Antes de iniciar ninguna acción, Pol y yo resolvimos el
gobierno interno de la nave y la vida a bordo. Como convinimos,
la última palabra siempre la tendría Pol, pero yo podía pedir
las tareas necesarias y también la ayuda de Nihau y Karin antes
de la decisión final de la capitana.
Durante la última hora de viaje, Pol y sus dos oficiales se
reunieron a solas, y luego me llamaron:
—Polholo, ya casi estamos en nuestro destino.
¿Qué situación nos vamos a encontrar?
—Me han informado que han masacrado a los
simios. Quedan sólo mil que se han refugiado en una cueva. En
cuanto a mi especie, los atacantes la han ignorado hasta ahora.
—¿Los simios tienen víveres?
—Suficientes sólo para unos días más.
Mientras hablábamos, Karin y Nihau habían probado nuestras
armas en una gran sala con maniquíes. A sus reglamentarias
pistolas láser añadimos bombas que no necesitaban aire u oxígeno
para explotar porque en realidad no causaban explosión, sino
colapso de los átomos que estuvieran en un radio de diez metros.
Claro que eran armas muy peligrosas, y por eso iban
firmadas~, es decir, que sólo un individuo podía hacerlas
funcionar, de modo que otra persona nunca podría hacerlo. La
propia nave tenía veinte cañones de rayos que podía destruir
todo en un radio de un año luz. Pero nuestra mayor fortaleza
estaba en un escudo virtual que podía evitar que todo objeto,
rayo u onda alcanzase nuestro casco (es decir, el cuerpo de
nuestra nave). Consecuencia de ello era que podíamos escondernos
de la luz normal y también de otros tipos de radiaciones que
podrían, al menos en teoría, capacitar a nuestra nave alojarse
en el interior de una estrella. Pol y los terrestres no sabían
que ya tenían la tecnología para fabricar esas armas. Hacía
falta que viniese alguien de otro planeta lejano, como yo, a
armonizar hechos y hallazgos humanos en un solo objetivo.
—Pol, —le dije, —tenemos que hablar de armas.
Conferenciamos por telepatía largo rato, y le mostré cómo
manipular todas las armas y los recursos militares de que
disponíamos.
~Si tú puedes utilizar todo eso~,
dijo ella, ~¿para qué me necesitas a mí?
~Pol~, repetí, ~yo nunca maté
a nadie. Creo que no puedo. Ninguno de mi especie hizo nada
semejante. Por eso necesito, si hay que matar a alguien, que
lo haga otro. Que la responsabilidad sea tuya, aunque sea para
defender mi propia vida. ¿Me defenderás tú?
~Claro que sí, mi querido Polholo.
Aunque sea a costa de la mía. Es lo que se espera de un buen
jefe.
Sí, mi relación con Pol era de amor, en realidad. Sus ideas
sobre estrategia eran muy acertadas, y ella propuso que yo les
mostrase a mis congéneres cómo encarcelar a los invasores por
medio de paneles de hierro, que deberían levantar a su alrededor
mientras durmiesen. Lo hicieron, y cuando los atacantes
consiguieron hacer un agujero en una de las paredes, los holos
reaccionaron añadiendo otra capa más gruesa sobre la primera, de
modo que cuando llegamos ellos ya estaban todos encarcelados en
tres grandes celdas de hierro, que a su vez estaba dentro de
otra mayor.
Así pues, nuestra guerra fue rápida y sin sangre. Sólo nos
quedaba remolcar esa enorme celda de hierro y dejarla en otro
planeta.
—¿Qué queríais hacer en Hierro?, —preguntó
Pol al jefe de la fuerza invasora.
—¡Quienes sois vosotros?
—Somos la plana mayor de Hierro, nuestro
planeta. ¿Por qué habéis atacado a mi gente?
—Yo soy Rask, comandante en jefe de la
expedición aulladora, que descubrió vuestro planeta y que exige
su propiedad.
—Este planeta lo descubrieron primero los
terráqueos. Pero también descubrieron que hay cuatro especies
inteligentes en él, y por lo tanto anularon su reclamación. Por
eso la vuestra carece de valor.
—¿Bajo qué autoridad?
—La mía, Pol Kunos de Hierro, Comandante en
Jefe del ejército de Hierro y capitán de su buque insignia, la
Simio, en que nos encotramos ahora. Si no cumples nuestras
exigencias podemos destruir tus naves y matar a tus soldados, y
después atacar tu planeta, que posiblemente podremos destruir
totalmente, si tenemos que hacerlo.
—Bien, retiro mi reclamación, pero yo puedo
hablar en nombre de nuestra expedición, no de mi planeta.
—De acuerdo. Mira, llevaremos a tus soldados
a tu planeta, y después verás la destrucción de tu flota.
~¿Eso es necesario, Pol?
~Sí, Polholo. Esos aulladores respetan
sólo la Ley del Más Fuerte.
Llevamos a los 600 aulladores a la cubierta más exterior de
nuestra nave, desde cuyos ventanales pudieron observar cómo sus
tres grandes naves y sus cien pequeñas desaparecían una después
de la otra como si fuera una demostración de fuegos artificiales
en una cadena lenta de explosiones brillantes. Después se dieron
cuenta de que no quedaban restos, sino que las naves se
disolvieron en un polvo brillante que también desapareció poco a
poco, como si fuera una niebla que se aclara.
—¿Y ahora nos mataréis?, —preguntó el jefe
aullador a Pol cuando los visitó para asegurarse de que todo
estaba en orden.
—No. Preferimos hacer amigos de los enemigos,
para que nos podamos defender contra terceros. Como muestra de
amistad os llevaremos a todos a vuestro planeta y propondremos
un pacto de paz con vuestro gobierno.
—¿Y cómo sé que no haréis desaparecer a mi
planeta igual que habéis hecho desaparecer a nuestra flota? No,
no os diré dónde está nuestro planeta. Prefiero que nos mates a
todos.
—Vale, no necesitamos tu información, Rask.
Sabemos que tu mundo está en la Constelación del Cisne, estrella
34, que llamáis Kuni, planeta 236, para vosotros Aúllo. Está muy
lejos, pero llegaremos pronto. Por el camino tú y tus compañeros
podréis pasear libremente por esta cubierta en que estáis ahora.
Tiene doce kilómetros, así que tenéis sitio para pasear… No
obstante, no tendréis tiempo de aburriros, porque el viaje
durará sólo unos segundos.
—¡Segundos! Tuvimos que viajar durante años
para llegar aquí.
—Sí, vosotros. Pero espera. Tú y tus
compañeros podéis pasear en libertad, como te he dicho, por esta
cubierta, pero no intentéis ir a otra, porque se os arrestará.
Hay una sala de entretenimiento y una piscina para vosotros. Tú
controla a los aulladores, y yo controlaré a todos los demás.
—La verdad es que eres idiota, Pol. No nos
desarmaste. Ahora yo exijo el puesto de mando de tu nave, o te
mataremos —dijo Rask señalándola con su pistola.
—¿De verdad quieres hacer esto? —preguntó Pol
con una sonrisa. —Dispara si tienes que hacerlo, porque nunca
tendrás esta nave.
El aullador disparó y todos se asombraron de ver cómo el rayo
láser atravesaba el cuerpo de Pol y carbonizaba una cortina y
parte de la mampara de hierro mientras Pol seguía sonriendo.
Tras unos segundos, ella dijo:
—Vale, Rask, ya tuviste tu diversión, ahora
estas son las reglas para ti: podéis mataros a tiros entre
vosotros, o podéis divertiros hasta que lleguemos a tu planeta.
Ahora me voy hasta que decida decirte algo más. Pero considera
que esta nave puede expulsar al espacio toda la cubierta
exterior donde estáis ahora. En cuanto queramos estaréis
muertos. Pero no lo haremos, a pesar de me acabas de intentar
asesinar.
Y entonces Pol desapareció de la vista de pronto. Miraron una
y otra vez el lugar en el que había estado hasta entonces su
fantasma holográfico para hablar con ellos.
—¿Y ahora qué nos pasará?, —se preguntaban
entre sí y a su jefe.
—Nada, —dijo una voz metálica desde la pared.
—Ya no nos influís para nada. Dentro de unos momentos se os
dejará en vuestro planeta. Disfrutad del vuelo.
~¿Sabías que me iba a disparar?, me
preguntó Pol.
~Era probable, ~mi pensamiento
respondió al suyo, ~que te atacaran. Por eso te hice esta
copia holográfica para parlamentar con ellos.
~Deben creer que estoy sola en la nave.
~Bien, después les puedo mostrar cuántos
túes puedes ser.
~Pero pueden comprender que se trata de
holografías.
~No exactamente. Puedo hacer holografías
sólidas, ya lo verás.
Pol notó un ruidito detrás de ella y se volvió
automáticamente. ¡Vio al Comandante Ferris!
—¡Comandante!
—No, Pol. Soy sólo una copia holográfica cabalgada
por mí, Polholo. Mira:
El Comandante hizo un gesto a su alrededor y Pol vio a veinte
copias del Comandante Ferris. Uno de ellos tomó una silla y la
tiró contra el suelo, y se oyó un ruido: la silla rebotó dos
veces hasta que se paró, rota.
~¡Siempre me sorprendes, Polholo!
~Bueno, Pol, ya puedo hacer un ejército
sólo contigo, aunque no sé cómo tomar decisiones básicas de la
guerra. Para eso te necesito a ti y a tus compañeros. Tienes
soldados perfectos que no mueren, y si se estropean se pueden
substituir con facilidad, pero tú debes pensar en modo bélico
y ganar la guerra para mí.
Como hemos dicho, poco después llegamos al planeta Aúllo.
Podíamos haberlo hecho inmediatamente, pero queríamos observar
antes a nuestros enemigos. Caímos en su órbita a cuatrocientos
kilómetros sobre su superficie para que si los aulladores
mirasen atentamente al cielo viesen una estrella nueva, pues
el Simio se movía a la vez que el planeta. Enviamos sondas al
planeta, y mientras caían nos informaron de la calidad del
aire, el agua y el suelo, cuando finalmente llegaron a él.
Vimos que había ocho continentes, y la mitad del planeta era
agua más salada que la del Mediterráneo, en la Tierra.
Junto con otras especies no inteligentes, allí viven mil
millones de aulladores muy similares al ser humano, pero tienen
un cuello largo, tres ojos, brazos cortos y manos con seis
dedos.
Cuando nuestros aulladores vieron su planeta buscaron una
salida, pero no la encontraron porque no existía. Uno de ellos
encontró un agujero hacia la cubierta inferior, pero
inmediatamente fue arrestado por dos policías holográficos y se
informó a Rask, que aseguró que eso no ocurriría de nuevo.
Inmediatamente después nuestros dos policías se evaporaron ante
sus ojos temerosos.
—Bueno, Rask, —dijo el Pol holográfico
(aunque esta vez sólido), —ese es tu planeta. Llévame a tus
jefes.
Cuando Rask y sus 600 compañeros fueron teleportados al
Palacio de la Conquista, en el centro de la capital, de nuevo le
dispararon a Pol. De nuevo ella sonrió, se llevó la mano al
vientre y le dio seis balas a Rask, diciendo: —Toma, creo que
esto es tuyo. Todavía no vamos a destruir Aúllo. No antes de
hablar con tus gobernantes. La suerte de un planeta no la decide
un idiota.
Temblando de miedo, Rask llevó a Pol ante su jefe, el General
Boj.
—Saludos, General. ¿Es usted el gobernante
más importante del planeta?
—No, señora. No hay unidad en nuestro
planeta. El General Entebbe es el jefe de nuestro gobierno, pero
hay parlamentos en otros continentes, y también hay reyes en dos
de ellos.
—Bien. ¿Puede usted organizar una reunión con
todos ellos? —Lo intentaré.
—Tenemos que hablar todos.
Le tocó el brazo al General Entebbe, y súbitamente se vio en
la sala de conferencias del Simio. Allí le esperaba la verdadera
Pol, con Nihau, Karin y diez tripulantes armados.
Diez minutos después llegaron los otros dirigentes del
planeta. Diez personas en total.
—Parece que ya están todos, —dijo Pol.
—¿Saben ustedes por qué están aquí?
—¿Dónde estamos?, —dijo el Primer Ministro de
Áurea, el continente más pequeño. —¿Por qué me han traído aquí
sin mi permiso?
—Bienvenidos, dirigentes de Aúllo: soy Pol,
el Comandante del Ejército Espacial de Hierro, y debo informales
de asuntos importantes que han hecho ustedes, o que al menos se
han hecho en nombre de su planeta. Esperaba discutir el asunto
con un gobierno único del planeta, pero veo que no existe. Pero
primero les presentaré a mi subcomandante Nihau y a la teniente
Karin, que le sigue en el mando.
Miraron a los férricos con admiración. ¿Por qué tenían sólo
dos ojos? Esos ojoschicos eran algo diferentes: el ojos azules
tiene largo pelo color de oro, mientras que el otro tiene dos
ojos negros y pelo muy largo.
—Hace unos días los navíos espaciales de
ustedes atacaron mi mundo sin provocación previa, y asesinaron a
miles de nuestros ciudadanos. ¿Por qué? El jefe de su
expedición, el General Rask, dice que el planeta les pertenece a
ustedes porque nadie lo vio antes. Ahora veo que ni siquiera
poseen ustedes su propio planeta.
—¡Eso no lo sabíamos, —Protestó el Rey de
Aksa, el continente mayor de todos.
—¿Las otras autoridades tampoco lo sabían?
Todos lo negaron, pero le dije a Pol que sólo el General
Entebbe mentía. Por lo tanto Pol se volvió hacia él y le dijo
con severidad:
—¡General Entebbe! Sabemos que usted sí lo
sabía, y usted envió esa flota espacial contra nosotros. Si los
demás lo hubieran sabido también, tomaría todo su planeta bajo
mi mando, o lo destruiría. Sin embargo, —dijo mirando a los
demás dirigentes, —me limitaré a pedirles que firmen este pacto
de no agresión entre todos ustedes y Hierro, y resolveré el
asunto con el General Entebbe después.
Los aulladores se miraron, y finalmente el presidente de Aksa
pidió:
—Quiero ver el tratado, y después de leerlo
lo firmaré.
Lo leyó con atención. Era claro y corto:
Por este pacto el pueblo de Aksa y el Planeta
Hierro tendrán una relación de paz, o ninguna.
Pidió la pluma y firmó. Después fue trasladado de nuevo a su
palacio junto con una copia del tratado firmado también por Pol.
Poco a poco los demás gobernantes desaparecieron con su copia
del pacto hasta que quedó sólo el General Entebbe.
—Bueno, General, ¿firmará usted también?
—¡Claro, por supuesto que sí!
—Parece que usted ya me mintió. ¿Por qué voy
a creerle ahora?
—Tengo un hijo. Puede usted tomarlo como
rehén de mi buena voluntad y cumplimiento del pacto.
Mi aclaración a Pol fue tan rápida, que ella dijo
inmediatamente:
—General Entebbe, sé que usted no se habla
desde hace tiempo con su hijo Riken, pero usted adora a Dorina,
su hija. La tomaremos como garantía. Sepa usted que si aparece
una nave suya de nuevo, será fusilada sin contemplaciones.
—¡No! ¡Mi hija no!
—Oh, ¡tiene usted la intención de no cumplir
el Tratado?
—Sí, lo cumpliré, pero no puedo vivir sin
ella.
—La podrá visitar de vez en cuando. Pero ella
se quedará con nosotros.
El pobre aullador tuvo que aceptar porque sabía que podíamos
borrar su continente de la superficie de Aúllo.
—No temas, papi, —dijo ella de pronto.
—Estaré bien. Karin y yo ya nos hemos hecho buenas amigas. Dice
que me enseñará todo. ¡Incluso podré dirigir la nave espacial!
Los tripulantes pasaron la semana de vacaciones en Aúllo. Los
habitantes no eran como sus gobernantes. Vimos que no había
libertad de pensamiento o política en ese continente, pero Pol
decidió que no habíamos ido allí a arreglar los problemas
sociales de aquellos individuos semi civilizados. Recogieron
toda la literatura y música del planeta y así nuestros
biblioteca y museo comenzaron a coleccionar los tesoros
culturales que encontrásemos, iniciando así nuestra misión
principal desde entonces.
Dorina se convirtió en toda una tripulante nuestra, y Pol la
nombró alférez. Tenía sólo dieciocho años, pero como prueba de
confianza, la comandante le encargó el timón de la nave. Eso
significaba tener que hacer cálculos sobre nuestro curso y guiar
ella misma los motores y la dirección por medio del timón. De
hecho ese timón me daba el rumbo deseado y yo realizaba las
funciones necesarias para arribar allí. También existía la
posibilidad de que el timón gobernase los motores directamente,
aunque yo podría siempre anular eso, si fuese necesario. Pero
tanto Pol como yo decidimos fiarle ese papel tan importante y
Pol nombró a Dorina timonel y navegante de nuestra nave. Sólo
Pol sabía la verdad, y por consiguiente ni Nihau ni Karin, ni
por supuesto Dorina ni los otros veinte tripulantes sabían nada
de mí. Se referían a mí como el ordenador central, por lo que
cuando necesitaban que el ordenador hiciera algo, creían que
ellos lo ordenaban, pero Pol y yo sabíamos que se trataba
siempre de una petición. También sabían que había un consejero
holo a bordo, Polholo, pero nadie lo había visto todavía.
La veintena de tripulantes sin tareas específicas eran
soldados, y por eso tenían que practicar en el uso de sus armas
personales. Karin, como teniente, era el jefe directo de Pench y
Filip, que eran los alféreces que respondían de nueve soldados
cada uno. Pero su tarea principal era controlar las copias
holosólidas de sí mismos, de forma que si hiciese falta todos
pudieran utilizarlas del modo más eficaz y sin miedo a morir sus
propias vidas. Eso no eso gustaba nada, pero por suerte Karin
era muy estricta y autoritaria, por lo que todo funcionaba como
un reloj. Nuestra fuerza militar podría ser de diez mil
inmortales, si hiciera falta. Dorina se convirtió en una de los
nuestros desde el principio.
Cuando
todo estaba en orden en Aúllo, al menos en lo relativo a las
relaciones interestelares, tuvimos que volver a donde el
comandante Ferris. El Azulado no había llegado a La Tierra
todavía, pues le faltaba casi un año de viaje. En realidad había
recorrido apenas la centésima parte del mismo. PorŜ eso le
propuse a Ferris compartir con ellos nuestra tecnología, a
cambio de colaboración y política de favores mutuos.
—¿Y tú qué necesitas, ~ordenador?,
—dijo en la sala de mando cuando los llamé, a él y a Pol.
—Bueno, —vino mi voz clara y con buena
pronunciación, —en primer lugar, necesito a Pol como capitán de
la nave. Yo soy civil, no guerrero, y no deseo aprender el arte
de matar a otros seres vivos. Tengo plena confianza en su
criterio, sobre todo tras la guerra incruenta que ha ganado para
nosotros. También necesito a los tenientes Nihau y Karin. En
caso de no disponer de ellos, tendría que dar la enorme tarea de
llevar la nave a la alférez Dorina, que en realidad no es más
que una prisionera en garantía de la paz con Aúllo. No le puedo
enseñar todo lo que tiene esta nave y lo que es capaz de hacer,
porque yo aún no lo sé ni tampoco lo puedo utilizar. Y Dorina no
es militar. Todavía no.
—Sí, tiene sentido… Necesito a Pol, sin
embargo…
—Pero mira lo bien que lo ha hecho hasta
ahora. La necesito más que tú, Ferris. Tienes otros oficiales
expertos en tu nave.
—Vale, eso es verdad. Pero dime, ¿qué me
ofreces a cambio de eso?
—Primero, mi enorme agradecimiento, Ferris, y
una deuda enorme que adquiero contigo en este momento. En
segundo lugar, los motores que te abrirán la puerta a otras
galaxias y harán más segura tu nave. Y un pacto de ayuda mutua,
que de hecho ya tenemos…
—Amigo Polholo, aunque no fueras tan generoso
nada podríamos negarte de lo que pides de mí. Pero primero debo
preguntar a los interesados, si están dispuestos a hacer eso.
Ello afectará a su nacionalidad si los políticos de La Tierra no
acuerdan la doble con tu planeta. Posiblemente no lo han
pensado.
—Yo ya tengo la doble, klata y terráquea
—intevino Pol. —Puedo tener la tercera…, pero no me importaría
tener sólo la férrica.
—Esto es lo que pienso, Pol, pero dime antes:
¿de verdad deseas esta enorme responsabilidad? En comparación
tus deberes como teniente en mi equipo es una broma, pues serás
el militar más poderoso de todo un planeta…
—Comandante Ferris: para mí es un verdadero
honor mandar la nave espacial más poderosa que conozco. Sí, lo
deseo, pero debo pedir su consejo: ¿he de dimitir de la Flota
Espacial de la Tierra y de la de mi planta, o bastará un permiso
provisional de mi inmediato superior? Después de todo estoy en
su nave como simple observadora y consejera…
—Mi querida Pol, parece que ya lo has
decidido. Si lo ves tan claro, te aconsejo que renuncies a tu
puesto de teniente y aceptes el de Almirante en Jefe que te
ofrece Polholo —dijo mirándo con una sonrisa burlona al altavoz
por el que mi voz les llegaba.
—¡Por supuesto, Comandante! No se me había
ocurrido la idea, pero ya ve que esa es la prueba de que yo no
tengo una mentalidad militar. Gracias por la idea. La Flota
Espacial Férrea comienza con la inclusión de la Almirante Pol y
sus oficiales en este momento, si ellos deciden acometer la
tarea.
—¿Eso significa, Polholo —dijo en ese momento
Pol —que tendré que vivir en tu planeta, lejos de esta nave?
—Claro que no, Pol, no temas. Podrás gobernar
nuestra flota espacial desde este navío, que de momento es toda
la flota de nuestro planeta. Pero cuando haya más naves seguirás
mandando esta todo el tiempo que quieras.
—En ese caso acepto el mando y honor,
Polholo. Espero serviros a ti y a tu pueblo con honor y
eficacia.
Hizo una pequeña pausa, pues tenia que tomar una grave
decisión, la más importante de su vida, y luego miró al
Comandante Ferris directamente a los ojos mientras decía:
—Comandante Ferris: formalmente le solicito
que acepte mi dimisión de la Flota Espacial de la Tierra y que
traslade mi dimisión a mis superiores de la Flota Espacial
Klata, por favor.
—Aceptadas, Almirante Pol. Y enhorabuena.
¡Ven a mis brazos, señorita! —dijo con alegría abriendo los
brazos y aparentándola contra su pecho. La tuvo así el tiempo
suficiente para que no se viera que una lágrima le resbalaba por
la mejilla. Pero la Almirante no oculto las suyas, e incluso
lloró en silencio unos cuantos segundos. A mí también me
emocionó esta tierna escena que nunca olvidaré.
—Gracias, Comandante. No sólo ha sido usted
mi superior, sino también algo más importante: mi amigo.
—Y mío, Ferris, —dije yo. —Es usted un amigo
de Hierro.
—Ahora debo preguntar a Nihau y a Karin si ellos desean
acompañarte, Almirante. ¿Deseas a alguien en particular?
—He de conferenciar con los dos y después se
lo diré. ¿Será suficiente, Comandante? —Claro que sí. Recibirás
mis novedades en cuanto sea posible.
Ambos oficiales vieron ahí una buena oportunidad personal y
para su carrera militar, y aceptaron inmediatamente:
—Comandante, —dijo Nihau, —con todo respeto,
Señor, prefiero servir junto a la Almirante Pol.
—Siento lo mismo, Señor, —dijo Karin.
Lamentaré dejar a mis camaradas en el Azulado, pero acepto mi
traslado al Simio voluntariamente. Creo que haremos cosas
hermosas con los aliados más fiables de nuestro planeta Tierra.
—De acuerdo. Acepto vuestras dimisiones de
vuestros puestos en el Azulado y en la Flota Espacial de la
Tierra. Desde ahora sois ciudadanos de Hierro, y quedáis bajo la
autoridad directa de la Almirante Pol. Espero que la sirváis con
la misma fidelidad y lealtad que observasteis bajo mi autoridad.
Creo que tenéis una conferencia urgente con vuestra superior
para tomar decisiones importantes sobre los tripulantes.
Seguiremos en contacto. ¡Hasta la vista, oficiales de la Flota
Férrea, —terminó con un saludo militar que ellos contestaron, y
se fue de mi navío.
Los transporté de súbito a la sala de conferencias de nuestra
nave, donde Pol los esperaba. Los aceptó como coronel y teniente
coronel, y después analizaron las características y necesidades
de un navío tan grande como el nuestro, y tras algo de discusión
decidieron pedir doscientos tripulantes al Comandante Ferris.
Y él fue muy afable. Él mismo participó en una comisión
conjunta con los tres oficiales férricos para filtrar las
peticiones de casi la mitad de la tripulación del Azulado. Les
advirtieron que la comisión sería sólo para un año, y después
deberían volver a la flota terrestre bajo el mando directo de
Ferris, o bien podrían quedarse en el ejército espacial de
Hierro en caso de seguir queriendo hacerlo y sus superiores los
confirmasen en modo definitivo. Pero Ferris no permitió que le
dejaran más oficiales. Por eso Karin tuvo que proponer cinco
capitanes y diez tenientes nuevos de entre los tripulantes. Tras
una larga discusión de los pros y los contras con sus dos
oficiales, finalmente Pol los aceptó provisionalmente, claro,
con la condición de superar un un curso sobre estudios militares
y ciencia del mando, que yo mismo les impartiría por medios aún
por definir.
Yo sabía que era muy frío que mi relación con los humanos
fuese sólo a través de un altavoz, por lo que diseñé un híbrido
holográfico con cuerpo de simio, cara humana y pelo aullador, y
de esa manera me presenté a Ferris en su sala de conferencias,
cuando estaba solo.
—Buenos días, Comandante. ¿Me da su permiso para entrar?, —le dije
desde el dintel de la puerta.
—Buenos días. ¿Quién es usted?
—Soy el ordenador, Comandante. ¿No
reconoces mi voz?
—Oh, siempre inventas cosas útiles. Espero
que compartas eso también….
—Pues claro que sí, Comandante. Has sido muy
generoso conmigo, y lo menos que puedo hacer es lo recíproco.
Por eso vengo a verte.
—Te oigo.
—Bueno, Ferris, ya te estoy ayudando a
construir tu nueva impulsión, parecida a la del del Simio, cuyos
motores hicieron los mismos obreros, por cierto. Pero veo que la
forma de tu nave no es eficaz, porque la forma cilíndrica exige
demasiado tiempo para ir a pie de un sitio a otro. Lo mejor es
la forma esférica, igual que la del Simio.
—Sí, claro, tienes razón, pero mira que
cuando teníamos sólo los otros motores antiguos, debíamos
utilizar tubos para usar la reacción y empujar el navío hacia
adelante.
—Es verdad.
—Bueno, ya tienes los motores, las armas que
diseñamos, y también te enviaremos la máquina para hacer los
hologramas sólidos… Los usamos para explorar ambientes
desconocidos, para evitar perder vidas humanas. Son demasiado
valiosas para nosotros, los férricos.
—Oh, buena idea. Los árboles sois muy
inteligentes, Polholo. Eres una persona notable, —rio.
—Bueno, quizá puedas invitarnos a cenar
juntos esta noche para festejar la despedida.
—Sí, cuenta con ello, amigo —dijo
estrechándome la mano.
Sí, ser holmano (holo y humano a la vez) fue bueno
para mí. Discutí con Pol el tema y decidimos que ella me
presentase como un civil que estaba en la nave en calidad de
observador holo que podría dar consejos sólo si se me pedía. Pol
incluso me adjudicó un camarote privado junto al suyo, para que
los demás viesen lo importante que era tener consejo de un holo
cerca de ella. Pero yo no me dejaba ver demasiado por la
tripulación. En realidad sólo cuando debía hablar con alguien en
concreto.
La fiesta de despedida fue muy cálida, y se dijeron discursos
cordiales y sentidos. Algunas horas más tarde cada tripulante se
fue a su nave y nos separamos.
Luego sabríamos que se sorprendieron mucho en la Tierra cuando
vieron regresar a su nave espacial con tanta rapidez y con
tantas novedades. Se hicieron veintiuna naves según los
descubrimientos de Ferris, y se prepararon más. Nosotros
teníamos una tarea más importante: debíamos organizar una Flota
Espacial desde cero, y teníamos poco tiempo. Unos días después
de nuevo estábamos orbitando alrededor de nuestro planeta, y me
teleporté al suelo en el lugar que me vi nacer y que mis raíces
de nuevo perforan. Conferencié con mis amigos de mi especie y
sólo diez decidieron hacer lo que yo, así que aceptamos ser sólo
los ordenadores de nuestras naves respectivas, porque de esa
manera controlaríamos todo. Sí que había un ordenador de verdad
en cada nave, que podía realizar las mismas tareas que nosotros,
pero el ordenador no podía decidir y nosotros éramos la voz de
nuestro planeta, y si bien respetábamos las decisiones de
nuestros capitanes, podíamos supervisar todo en la nave, si era
necesario y rebasar todos los controles, porque nosotros éramos
el control. Pero convinimos fingir que era el capitán el que lo
decidía todo. Protegíamos su independencia y autoridad, y le
servíamos como civiles.
Desde mi suelo natal ayudaba a Pol y a sus terráqueos a hacer
otras diez naves, y después los coroneles Nihau y Karin (recién
ascendida) practicaron con sus nuevas naves espaciales, llamadas
Tierra I y Tierra II, que pronto conocimos como Uno y Dos. Pero
el rango oficial para poder mandar una nave sería el de capitán,
y por lo tanto los siete capitanes que habíamos nombrado entre
los tripulantes del Azulado ya tenía cada uno su navío, que se
conocerían en adelante como Nube, Holo, Apoyo, Sirena, Fuego,
Estrella y Aúllo. Cada de ellos tenía su propio ordenador de a
bordo, además de otro ordenador real, por supuesto, y también un
civil holográfico que vivía cerca del capitán. Sólo Pol, Nihau y
Karin sabían de nosotros, y tras una larga discusión decidimos
que ningún otro capitán sabría eso, pues si no tienen la
tranquilidad de saber que un holo podría supervisar y revisar
todo, se sienten más asertivos al creer que tienen toda la
autoridad y responsabilidad. Eso sería un secreto importante que
nunca sabría ningún oficial de rango inferior al de coronel,
según acordamos. Y por eso si se pierde el capitán nunca
perderemos la nave. Uno y Dos estaban comandadas por Nihau y
Karin, apoyados por un capitán ayudante, más dos tenientes,
cuatro alféreces y ocho sargentos, que mandarían a un total de
doscientos tripulantes de diversas especialidades. Eso daba un
total de 224 tripulantes, si contábamos a los cuatro hidrargos,
cuatro nubos y al propio holo. En cada nave de la Flota Férrica
había sólo cinco naturales de Hierro, pero nosotros
considerábamos que tanto nuestras naves como las del resto de
los planetas integrados en la Federación Interplanetaria de
Civilizaciones no pertenecían a quienes las habían hecho, sino a
la Federación en sí. Los demás planetas fueron adquiriendo esa
noción, y poco a poco se fue cimentando nuestra identidad
interestelar.
Pol y yo diseñamos un plan para tener una flota espacial
fuerte sin más de cien naves bajo el Mando del Almirante General
Pol, ante la que responderían cinco Almirantes que a su vez
tendrían a su cargo a diez coroneles que mandarían diez naves
cada uno. Por supuesto, la promoción daría preferencia a los
mejores entre los más experimentados. Nihau y Karin ya eran
coroneles en sus naves correspondientes, junto con sus capitanes
ayudantes, a los que irían formando como futuros coroneles
cuando ellos mismos ascendieran a Almirantes. Cada coronel tenía
su base en su nave capitana, que controlaría a su vez a las
otras nueve bajo su mando, ya que la flota Férrica no tendría
base en en el planeta, a pesar de que siempre habría dos naves
orbitando el planeta en trayectorias perpendiculares y nunca
coincidentes. Nunca serían las dos mismas, pues se irían
turnando para no perder nunca el contacto con el planeta madre.
En la tripulación de cada uno habría cuatro hidrargos y cuatro
nubos, y por lo menos un holo, de acuerdo a la incorporación
progresiva de los naturales de Hierro. El resto de la
tripulación de cada navío espacial lo completaban doscientos
tripulantes sin rango, en diversas especialidades, y al menos
ocho sargentos, cuatro alféreces y dos tenientes, a juicio del
capitán, que otorgaría el rango a cada individuo a su arbitrio,
según las necesidades del servicio.
Esa era la jerarquía de nuestra flota en todos los planetas de
origen de las naves, fuera Hierro, Klato, Aúllo o Tierra, o
cualquier otro planeta que se adhiriera posteriormente, si bien
cada planeta podría tener tantas naves como deseara y pudiera
mantener, si bien las de los demás planetas estaban obligadas a
prestarle ayuda, en caso necesario, por el tratado generatriz de
la Federación misma. En realidad la única limitación estaba en
el número de holos que estuviesen dispuestos a enrolarse en la
fuerza espacial, pues había una gran diferencia entre los navíos
en que los capitanes contaban con el asesoramiento y apoyo de
los holos y los que no. Los que no disponían de ninguno de
nosotros recibían esporádicamente nuestra visita de inspección,
durante la cual actualizábamos las capacidades de su ordenador
central por orden del Almirante de ese regimiento, a invitación
del coronel correspondiente, que trataría a nuestra
contrapartida solográfica (holografía sólida) como a un antiguo
compañero de academia o amistad similar. Pero no sólo había
holos en cada navío federal, sino que también había hidrargos,
cuya misión principal era garantizar la estanqueidad de las
cubiertas, y de nubos, que servían como ingenieros y oficiales
de comunicación dentro de la nave y también con los que
estuvieran en su cercanía. Tras varios siglos, quizá sólo
décadas, teníamos previsto que los simios también participaran
en la tripulación de nuestras naves, aunque sabíamos que esa
sería la parte más complicada.
Pero todo esto sabíamos que no era más que un paso intermedio
hasta conseguir lo que nos había hecho vislumbrar Heriberto: un
futuro en que las naves espaciales quedaran obsoletas, porque
todos los seres inteligentes aprendiesen a vivir sin ellas de
modo que fueran capaces de transitar a cualquier punto del
espacio y del tiempo para hacer el bien de todos, y no el de su
propio individualismo.
Sí, una nueva época empezaba para un planeta pacífico y
tranquilo al que una fuerza externa ya había amenazado y que
podría ser amenazado de nuevo en el futuro. Nos sentimos muy
poderosos al saber que el diez por ciento del pueblo holo
vigilaba en la flota espacial. El otro noventa por ciento tenía
otras tareas, mucho más eficaces que sólo nacer, reproducirse y
morir. Desde el momento en que los terrestres nos visitaron por
primera vez ya estábamos en una era nueva, la espacial, pues
constatamos que es una bella misión en descubrir y aprender de
otras especies repartidas por el universo.
Pero entonces descubrí que no debemos descuidar a nuestros
soldados, y periódicamente visitábamos la Tierra para cambiar la
provisión de nuestra fuerza humana, que servía un año y
descansaba en casa al siguiente, en el planeta de su elección.
Al principio era la Tierra, pero poco a poco fueron eligiendo
otros, y de hecho cuando estaban de vacaciones sabáticas también
conocían otras razas, exploraban otros mundos, y tenían otras
experiencias de mucho valor para ellos y sobre todo para la
flota a la que pertenecían.
Cuando la Simio visitó de nuevo la Tierra tuvimos el honor de
firmar el Pacto de Defensa Mutua con la Tierra, que nos llevó a
la formación de la Federación Interestelar de Civilizaciones,
junto con Klato, el planeta de Pol. Después se incorporaron
Aúllo y otros cinco planetas más. Eso complicó el asunto, y los
sucesos y problemas aparecieron entre nosotros, pero eso nos
obligó a ser más tolerantes y a buscar soluciones pacíficas, que
desde siempre fue el rasgo dominante en nuestra federación.
Era paradójico que el una vez Comandante Ferris tomase parte
en operaciones bajo el mando de Pol, su otrora ayudante, siempre
consejera suya. Pero eso no duró mucho, porque tras varios años
también él fue Almirante en la Flota Espacial Terrestre. Los
klatanos no veían bien que la Flota Férrica estuviese llena de
humanos, y por eso pidieron formar parte de nuestra tropa, cosa
que lograron en una proporción justa, el 50%. Más tarde tuvimos
tripulantes de cada uno de los planetas de nuestra federación.
La mezcla y la cooperación de todos en cada uno de nuestros
navíos espaciales cementaba el nuevo pacto. Eso, convinimos,
haría a nuestra federación mucho más sólida. Se sorprendían de
que nosotros los holos, los motores de la federación y de la
construcción de naves espaciales, nos contentásemos con emplazar
sólo a un civil en cada nave fuese nuestra o no, auxiliados por
cuatro nubos y otros tantos hidrargos, pero la realidad era que
considerábamos que toda nave era de la Federación, y no del
planeta que la había construido o la mandaba. Pero así éramos
nosotros: observadores pacíficos y consejeros de corazón. Mis
paisanos elegían solidificarse como hembras en lugar de varones,
excepto Izholo, que servía en Tiera II, quizá porque allí el
comandante era mujer, la coronel Karin. Tenía la convicción de
que dos varones tenderían a confrontarse, al menos en la mente
del capitán, mientras que un civil de el otro sexo podría
facilitar una relación más amable. Yo no podía quejarme de mi
relación con Pol, y según mi experiencia era cierto lo que
defendía Izholo. De hecho cuando el capitán Sebastián tuvo que
dejar el mando por acceder al Alto Mando de la Tierra como
coronel, la capitana Petra Schneider se encontró en su navío al
consejero Pablo Holesko dispuesto a ayudarle en lugar de la
antigua consejera Inmino Kalda, que tuvo que irse a Hierro para
hacerse cargo de su nuevo destino… Pero en realidad se trataba
de Inmino, la misma computadora, había cambiado su holografía
sólida para relacionarse mejor con la nueva capitana.
Tras sólo unos pocos años de vida la Federación de Planetas se
reveló como fuerte alianza cuando se detectaron alienígenas en
la Tierra misma.
Eso ocurrió en el último día de nuestra visita. Los terrestres
tenían un firma especial en sus genes, pero nuestros sensores
detectaron otras firmas en algunas ciudades. Nos despertó la
curiosidad y a nuestras preguntas, los terráqueos respondieron
que no había otras especies en el planeta, excepto las de los
klatanos y nosotros. Retrasamos nuestra partida y enviamos cien
soldados solográficos con sensores para analizar varias
ciudades. Captaron esas firmas extrañas e identificaron a los
individuos, capturando algunos y trayéndolos a nuestra nave. Se
les interrogó y finalmente cedió su control mental, y pudimos
comprender que pertenecían a una especie cuyo planeta moriría en
unos pocos años y por eso estaban preparando la invasión de la
Tierra. Los cautivos eran tan parecidos a los terráqueos que
podrían hacerse pasar por ellos, y finalmente nos dijeron que
eran olvanos, del planeta Olvo. Controlamos todo el genoma de
los cautivos y gracias a eso pudimos localizar a toda la
expedición olvana, en total diez mil soldados, y nos los
llevamos a su planeta. Dejamos en la Tierra las herramientas
necesarias para descubrir a los posibles alienígenas que se nos
hubiesen podido escapar a nosotros, y fuimos a Olvo a dejar a
los invasores allí. Pero al hacer los cálculos para llegar a ese
planeta, detectamos una variación de su firma genética en el
planeta deshabitado Elbol, en la constelación Alfa Centauro, y
tras hacer las pruebas necesarias, nos dimos cuenta de que los
olvanos podrían vivir allí en condiciones muy similares a las de
su planeta de origen. Al llegar a Olvo les dimos la nueva
noticia. El Canciller Pessnen se alegró mucho de nuestras
averiguaciones. En cualquier caso, la civilización olvana
sobreviviría gracias a nuestra acción. Pedimos a los ya
elbolanos que se adhirieran al pacto de entrada en nuestra
Federación, y aunque aún no tenían fuerza espacial sino sólo
algunos transportes interplanetarios, aceptaron encantados estar
entre nosotros. Una de nuestras líneas maestras es ayudar a las
civilizaciones menos desarrolladas,
Vivir clavado al suelo tiene la ventaja, entre otras, de que
uno no se mueve sin necesidad, y la por lo tanto uno no se pone
en peligro a sí mismo o a sus amigos. Pero otros individuos,
como Pol y Karin, tienen de meterse en aventuras indeseadas
exactamente porque se pueden mover y además sienten curiosidad
por muchas cosas que no siempre les convienen... Pero prestemos
atención a la relación de la propia Pol:
Todo ocurrió en mi periodo de vigilancia de Hierro. Entonces
tu planeta, Polholo, ya tenía sus diez naves espaciales, la
Tierra doce y Klato 200, pues aunque la mayoría no se podía
comparar a las terrestres o a las vuestras, al revés que los
terrestres, decidieron no destruir las que ya tenían por
motivos sentimentales, supongo. El diseño esferoidal de las
nuestras nos permite añadir nuevas cubiertas sin límite, y
ahora nuestros navíos son tan grandes como satélites naturales
pequeños, de forma que pueden mantener a decenas de miles de
personas junto con, si es necesario, toda la población de
Hierro, incluyendo a las cuatro especies completas. Si hubiese
una catástrofe natural y tuviésemos que cambiar de planeta, ya
podríamos hacerlo con facilidad.
Se llamaba Heriberto. Decía que era terrestre, pero que no
nacería hasta dentro de tres mil años en el futuro.
Evidentemente, como verdadera klatana, no le creí en absoluto.
No obstante, me permití imaginarme la teoría y ver a dónde nos
podía llevar, y qué quería en realidad de mí.
—No temas nada, Almirante Pol. Sé quién
eres. No sueñas, sino que soy real.
—Soy muy escéptica sobre el viaje por el
tiempo, Heriberto. Si existiese podría causar una catástrofe
al cambiar el pasado.
—No temas, Pol Kunos de Klato. Si se cambia
algo ahora, no te influirá a ti, sino a los del futuro.
—Cierto, pero tengo curiosidad por saber
una cosa: si vamos a mi pasado y cambiamos algo, ¿en qué
manera eso influirá en mi presente?
—Mira, Pol, la realidad que tú conoces
ahora viene de todos los cambios que ya se han hecho en tu
pasado por parte de los del pasado, del presente y del futuro.
Si un futurita cambia algo de antes de nacer tú, para ti ya es
el pasado, porque el cambio se efectuó antes de llegar tú. No
importa cuándo nació el que lo hizo, importa el momento del
cambio, igual que no importa si un tripulante de la Simio
nació en Hierro, Tierra o Klato.
—Bueno, nunca he visto que se pueda viajar
por el tiempo…
—Te puedo dar un ejemplo.
—¿Ejemplo? ¿Cuál?
—Venir conmigo a tu pasado y hacer algo.
Después volvemos aquí y veremos el cambio, si ha ocurrido.
—Pero eso puede ser peligroso…
—No necesariamente. De hecho yo ya estuve
en tu pasado y te vi allí, hace quinientos años.
—No, ¡nunca estuve en el pasado! Y nunca lo
estaré.
—¡Como quieras! Hasta la vista, Doña
Escéptica…
Y desapareció de pronto. Quizá tenía una máquina de
teleportación igual que la nuestra. Yo creía que éramos los
únicos que teníamos esa tecnología, pero parece que estaba
equivocada.
Pero el asunto me martilleó la mente durante varios días. No
podía olvidar al viajero del tiempo. ¿Estaba yo renunciando
por prejuicios a una experiencia extraordinaria? En realidad
no había mucho que hacer aquí, en la órbita de Hierro. Ya
habíamos estudiado toda su geografía, buscando alguna pequeña
variación...
Por eso discutí el asunto con el primer oficial que
encontré.
—Dime, teniente Palma, ¿crees que es buena
idea viajar por el tiempo?
—Extraña pregunta. Puede ser interesante,
si no se cambia nada...
—¿Tú irías, si pudieras?
—Pues claro que sí. ¿Al pasado, o al
futuro?
—Me ofrecieron el pasado.
—¡Oh! ¡Bueno, estupendo! ¿Cuándo nos vamos?
—Eh, espera. Debemos contactar a Heriberto
primero, pero no sé cómo hacerlo…
—¿Nuestro guía se llama Heriberto?
Heriberto sabía, al parecer, cuándo estaría preparada,
porque en ese momento apareció como si se tratase de un diablo
que colecciona almas.
—Dime, querida Pol: ¿ya has pensado mi
oferta?
—Lo estoy pensando, Heriberto. Parece que
ya me has visto hace quinientos años... Pero Senda Palma viene
conmigo, si no te importa.
—De acuerdo. Y podéis traeros vuestras
armas, si eso tranquiliza vuestros ánimos. Pero no las llevéis
conectadas.
—¿Ya sabes qué vamos a hacer?
—Sí, pero no os lo diré, —respondió con una
sonrisa traviesa.
Hice venir al teniente Gonzo Duforest a la sala de reuniones
y le pedí que se hiciese cargo de la Flota Férrica hasta que
yo volviera, pues Senda y yo teníamos una misión que realizar
con nuestro visitante. Él miró largamente a Heriberto y se
hizo cargo de la situación, fuera la que fuera, y me aseguró
que procuraría tomar decisiones sabias, como las que yo tomaba
en momentos delicados.
Cuando Gonzo ya se había ido, le dije a nuestro visitante:
—Bueno, Heriberto, guíanos hacia el pasado.
No nos dijo a qué planeta nos había llevado. Era por la
mañana temprano y estábamos en un pueblecito en medio de una
llanura amplia. Parecía que todos dormían, hasta los animales,
pues no se oía ningún sonido. Los tres caminamos
tranquilamente por las calles hasta que llegamos a una plaza
grande. Ellos dos llevaban sombreros que les ocultaban las
orejas, que eran demasiado redondas en comparación con las
mías y las de, como vimos después, de los aldeanos. ¿Se
trataba de mis antepasados? El pensamiento me me excitó de
pronto.
Vimos a un vagabundo durmiendo en un banco. Se despertó al
llegar nosotros, y nos preguntó:
—Saludos, extranjeros. ¿De qué parte venís?
—Venimos de Romeno, amigo, la parte del
mundo más hermosa y lejana.
Su cara de jugador de póker nos dijo que no tenía idea de
dónde demonios estaba Romeno, y después Heriberto me diría a
mí que él tampoco lo sabía.
—Llegáis demasiado temprano. Nadie se
levanta antes de dentro de dos horas, por lo menos.
—¿Y tú por qué duermes en la plaza?
—No tengo casa. Se está cómodo aquí.
También hay luz, y si viene un león, alguien le tirará una
flecha desde su casa.

—¿Los leones salvajes están sueltos?
—Oh, sí. Nunca se les ha podido capturar. O
están libres o muertos, por las flechas. También hay otros
animales, pero no se atreven a venir aquí. Sólo los leones, y
muy raramente.
Poco a poco los aldeanos fueron apareciendo y marchándose a
sus asuntos, a veces echándonos una mirada a nosotros,
extranjeros que hablan con un vagabundo. Pero una persona vino
a nosotros para preguntarnos si éramos los enviados de los
dioses para ayudarles contra los leones. Se trataba del
alcalde.
—Sí, le pedimos a nuestros dioses que nos
enviasen cazadores eficaces para librarnos de los leones
salvajes. Nos causan muchos muertos todos los años.
Según nos contó, los leones no eran como los de la Tierra o
Klato, porque no tenían melena, como en la Tierra, y eran de
mucho mayor tamaño que los que conocíamos. Leí directamente en
su mente que los leones eran enormes y de color amarillo, pero
sin pelo. El pobre alcalde había visto una vez cómo un león
tomaba a un niño y se lo llevaba para comérselo a gusto.
—Heriberto, ¿sabías lo de los leones?, —le
pregunté después.
—No. Os recomendé que trajeseis las armas
para que os sintieseis más cómodas, pero no preví peligros de
animales aquí.
—Aquí. ¿Dónde estamos?
Zenzum... Me suena.
—Zenzum... Lo conozco, pero no me acuerdo
bien.
—Sí, los klatanos pusisteis una colonia
aquí cuando conquistasteis el viaje espacial.
—Justo.
—Pero esta aldea ya no estaba. De hecho
esta y las de los alrededores desaparecerán dentro de unas
décadas…, así que si hacéis algo aquí, no cambiaréis el
futuro. Al menos el vuestro.
Pero se equivocaba, como veremos a continuación.
En aquel momento vimos descender una nave espacial bajar del
cielo y aterrizar lentamente. Fuimos a saludarlos, pero los
leones fueron más rápidos que nosotros. Cuando estaban
llegando al suelo cuatro leones ya rodeaban a dos personas
embutidas en trajes espaciales. Una de ellas sacó una pistola
y disparó al león que tenía más cerca, pero a pesar de
acertarle, no le hizo mella alguna. El animal dio un rugido
terrible, pero en ese momento Senda fue la que disparó y lo
mató inmediatamente. Yo saqué mi arma y maté al segundo,
mientras mi compañera mataba al tercer león. El cuarto se fue
corriendo para salvar la vida.
—¡Saludos!, —dije yo con un gesto de la
mano, dudando si me comprenderían.
El sujeto hizo un gesto similar y dijo algo que no
comprendí. No obstante, yo vi agradecimiento en su mente.
También supe que no habían esperado encontrar ninguna especie
más avanzada que la suya, de lo que en realidad no se quejaban
porque les habíamos salvado la vida. Tras un rato de semi
diálogo de sordos (pues de hecho yo sí los comprendía por mi
facultad telepática, pero no conseguía comprender sus
palabras, sino sólo sus imágenes mentales), decidieron volver
al cielo, a su nave nodriza, para decirle a sus superiores que
este planeta no les servía, porque había una especie más
avanzada. Y tendrían que seguir buscando un planeta en el que
vivir.
—El problema, —dijo Heriberto cuando ya se
habían ido, — es que los zenzumanos están sin civilizar
todavía, y esos visitantes los habrían colonizado si no
hubieseis intervenido. Quizá los zenzumanos los habrían
considerado los cazadores que sus dioses les habrían enviado
del cielo, si ellos hubiesen utilizado armas con suficiente
poder para matar a los leones.
—Ya vi que buscan un planeta, porque el
suyo está muriendo, le quedan sólo algunos siglos por
problemas en su estrella. Quizá esa raza desaparecerá por eso.
—No. Yo sé que no.
—¿Cómo lo sabes, Heriberto?
—Heriberto, —interrumpió Senda en ese
momento, —creo que he visto este genoma antes, —dijo mostrando
un análisis de la máquina biométrica que siempre llevamos en
nuestras excursiones exploratorias.
—Tienes razón, lo habéis visto, —dijo
sonriendo ampliamente.
—¿Qué?, —dije.
—Tú también lo has visto, Pol. Los
echasteis del planeta Hierro.
—¿Qué! ¿Son aulladores?

—Preaulladores. Sus antepasados. Buscan un planeta desde hace
mil años, y no lo encontrarán hasta que vosotras, Pol y Senda,
les ayudéis a encontrar Neoaúllo.
—Pero…, pero…, —balbucí, —¡acabo de cambiar
la historia! Me dijiste que eso no era posible…, ¿me mentiste?
—me quejé.
—No, no te dije eso. Te dije que el
presente es el resultado de lo que se hizo en el pasado, sin
tener en cuenta cuándo nació el que lo hizo.
—Ajá, —intervino Senda. —Por eso impedimos
que los aulladores acabaran con los Zenzumanos, y por eso
deben continuar su búsqueda durante otros quinientos años.
Pobrecitos.
—Sí, se lo habéis impedido dos veces. Sois antiaulladores… Fue
bueno que por fin les ayudasteis. Pero debido a que se les
quitaron las ganas de invadir Zenzum finalmente atacaron
Hierro, y los holos os pidieron ayuda y vosotros, seres
pacíficos, tomasteis el asunto en vuestras manos y
expulsasteis a los aulladores con una estrategia muy eficaz.
Después ayudasteis a los propios aulladores y les invitasteis
a vuestra Federación Interestelar. Sin vosotras dos esa
federación no existiría, y los holos ahora seguirían pensando
que el universo es el horizonte que ven desde donde están
plantados.
—¿Y qué habría ocurrido si no hubiéramos
venido?
—Bueno, el hecho es que si vinisteis. Pero
si hubierais decidido no venir, quizá otra persona lo habría
hecho y los aulladores todavía no habrían venido. O los leones
habrían matado a los exploradores aulladores…
—Oh. Pero dime, Heriberto, ¿cuál es tu
planeta?
—Yo vivo ahora en Sumsunt, a cien mil años
luz de vuestro Hierro. Pero sí, captas la idea.
—¿Invitaste a seres de otras especies a
venir aquí?
—Sí. Vinieron diez, en total.
—Ya veo… Por eso el alcalde hablaba de Los
dioses.
—Nos ven como dioses, ciertamente.
—Pero entonces, expulsar a los aulladores
era tu objetivo desde el principio.
—No, yo no sabía que vendrían aquí. Pero
Sumsunt fue una vez colonia de Zenzum. Esos hombres que
visteis en el pueblo son mis antepasados, supongo. Por eso me
gusta venir aquí, aunque no les hablo.
—Pero has dicho que la aldea desaparecerá
dentro de unos años.
—Sí. Algunos se mudarán a otras aldeas de
las que hay en todo el planeta. Los pueblos aparecen y
desaparecen, pero los zenzumanos no desaparecen. Llegarán a
tener el viaje espacial dentro de tres siglos y tendrán un
pequeño imperio que no durará mucho, pero no obstante dejarán
su huella en el universo. Como yo, por ejemplo.
—Los aulladores asesinarían a todos los
zenzumanos si alguna vez tomasen el planeta.
—Quizá. O se mezclarían con ellos. ¿Quién
sabe?
—Tú. Tú lo sabes, por supuesto.
—Sí, — se rio. —Eres demasiado inteligente
para que pueda engañarte, Pol. De hecho nunca se mezclaron.
Los aulladores ya no volvieron aquí. Hay tantos planetas en el
universo que no pierden el tiempo con los que no les sirven.
—Por eso quisiste cambiar el futuro. Y nos
utilizaste para ayudarte.
—No, claro que no. Nosotros los sumsuntanos
buscamos nuestro origen, como quizá toda especie hace, y yo lo
hallé aquí. Pero no me gustó que mientras aún estaban en la
prehistoria otras civilizaciones vecinas ya tuviesen el vuelo
espacial, y eso podría suponer problemas para ellos.Sé que
consiguieron sobrevivir hasta desarrollar los vuelos
espaciales y colonizar mi planeta, pero todavía estoy
estudiando todo el proceso. ¿Tú no harías lo mismo con Klato?
—Quizá. Pero yo acepto las cosas como
están.
—Sí, klatana sensata, —se burló.
—Sí, —sonreí. —Pero ya me viste aquí, como
dijiste…
—Cierto.
—Por lo tanto tú sabías que yo querría
venir.
—Sí.
—Interesante. ¿Vine porque tú tenías que
nacer y venir aquí para verme?
—No, Pol. Yo existo sin que tú tengas que
venir o no. Decidiste venir de modo totalmente libre. No
obstante es cierto que ayudaste a salvar mi especie. Tú eres
como mi tatarabuela. Mi planeta os debe mucho a ti y a Senda.
—No. No nos debéis nada, Heriberto. Senda y
yo hicimos sólo lo que teníamos que hacer. Tampoco los
borramos de tu planeta original.
—No, es cierto. Sólo les hicisteis ver que
en este planeta hay una especie mucho más desarrollada que
ellos, y que esta especie tiene armas mucho más poderosas que
las de ellos, porque pueden matar a los animales salvajes y
las de ellos no.
—Eso tiene sentido. Pero hablando de nave…,
¿vinimos aquí en una?
—No. En el futuro ya no se usan naves
espaciales. Ya no se disfruta del viaje, sino del destino.
—Futuro… ¿Podemos contactarte a través de
tres mil años, Heriberto, si nos hace falta?
—Debo confesarte una mentirijilla, Pol. De
verdad no son tres mil años en tu futuro de donde vengo. Te
dije un número más pequeño para que no te asustaras. Quizá ya
te lo puedo contar.
—¿Cuándo naciste, Heriberto?
—Naceré dentro de veinticinco millones de
años, Pol.
—Es mucho… —Senda y yo nos miramos y
después al Heriberto.
—Pero os dejaré un aparato para que me
podáis contactar a través del tiempo y del espacio cuando me
necesitéis. Es lo menos que puedo hacer por mi tatarabuela, la
madrina de mi raza.
En ese momento Heriberto nos mostró una pequeña esfera roja
y dijo:
—Si apretáis esta bola así, —hizo un
movimiento con las puntas de los dedos, lo apretó contra el
pulgar, —sabré que me necesitáis. Incluso podéis hablarle y yo
os oiré y sabré qué es lo que os hace falta. Y si yo no puedo
venir, os enviaré a alguien. Miré a Senda. No dijo nada porque
estaba tan sorprendida como yo misma.
—No sé qué decir, Heriberto. Me gustaría
visitar tu mundo y tu tiempo…, pero sé que todavía no puedo.
Todavía no estoy preparada.
—Cierto, Pol. Pero ya vendrás alguna vez, y
yo tendré el gusto de enseñarte mi mundo.
Puso las manos sobre los hombros de Senda y los míos y de
pronto nos encontramos en la sala de reuniones de la Simio,
nuestra nave.
—Mis queridas Senda y Pol, os agradezco
mucho lo que hicisteis hoy (bueno, hace quinientos años) por
mí y mi pueblo. Dentro de trescientos años tendrán naves
espaciales. Por favor, ayudadles. Mientras tanto tendréis mi
atención y mi agradecimiento.
Nos besó en la mejilla, nos abrazó a las dos a la vez, y
luego desapareció.
—Se evaporó —dijo Senda.
La observé con atención, consciente de que en ese pequeño
objeto había veinticinco millones de años en tecnología. Senda
pensó en ese momento que ese sería nuestro secreto, y yo
asentí.
—Senda…, ¿todo esto ha ocurrido?
—Sí —dijo ella mostrando la bola roja del
sumsuntano. —Esta es la prueba.
—Sí, Senda, nuestro secreto. Nosotras dos
sabemos dónde está. Solo nosotras.
Y ahora lo sabes tú también, Polholo. Vivimos la mañana más
extraña de nuestras vidas.
Mientras estábamos fuera, el teniente Gonzo Duforest fue el
Almirante de hecho, sin saber que yo lo controlaba todo a pesar
de no encontrarme en el Simio, sino en el querido suelo que me
vio nacer.
Sí, fue un enorme placer para mí perforar de nuevo el hierro
suave de mi suelo y solidificarlo por medio de mi proceso vital
por el que me solidifico en mi tronco y en mis ramas, derramando
los gases que me sobran en el aire para que los nubos los
aprovechen. Pero estas vacaciones mías en mi planeta nativo no
me impiden seguir en contacto con mi nave todos los días y
recibir información sobre lo que sucede allí. Mientras no estoy
a bordo, el ordenador y el personal de mantenimiento se ocupan
de todo, pues muchas reparaciones deben hacerse a mano, y los
trabajadores no pueden siempre llegar al lugar necesario a
tiempo. Yo, por el contrario, estoy en todas partes al mismo
tiempo por medio de mis sensores y relés. Desgraciadamente tuve
que seccionar algunos para volver a casa, y disfruté de mi
estancia en mi planeta durante algunos meses.
A pesar de que no todo lo relativo a mi supervisión remota de
mi nave era evidente para Duforest ni para el resto de los
terrestres y klatanos mientras trabajan en la nave, yo les
hablaba todo el día, aunque estuviese en la superficie, por
medio de la radio.
Ya había pasado un año en mi planeta, y echaba en falta el
movimiento y la aventura. Descubrí que se me había desarrollado
una sed de contacto con otras especies a las que podía ayudar
contra enemigos como los aulladores, o ayudarles, como a estos
mismos aulladores, a evolucionar y ser útiles a los demás. Sí,
este invento de Tierra y Klato, la Federación Interestelar, era
una idea muy buena para impedir que desapareciera del universo
especie inteligente alguna. Nuestro modo de vida de integrar, no
competir, con otras especies inteligentes era muy útil y
enriquecedor, como demostramos al integrarnos en una única
civilización multicultural nosotros, los holos, simios,
hidrargos y nubos, como la Cultura Férrea.
Cuando Pol y Senda volvieron de su extraño viaje (después Pol
me informaría que en realidad se trató de una misión y aventura
en el pasado), tuvimos que patrullar nuestro espacio, que
incluía nuestro sistema solar y el resto de la galaxia, mientras
la nave de guerra Uno
nos substituyó en la órbita de nuestro planeta.
—¿Qué es eso? —preguntó la alférez Keiko
Urikami al notar un extraño punto verde en la pantalla de la
sala de mando.
—Parece un hombre.
—Un hombre no puede estar en el espacio sin
traje cósmico —hice notar bajo la identidad de Miguel
Pruvski,
responsable de telegrúas. —¿Lo traigo a la bodega?
—Adelante, Pruvski, —respondió la Almirante
por radio.
Activé un rayo tractor y pronto lo tuvimos en nuestra cubierta
de carga 14ª. Tanto Urikami como yo acertamos y nos equivocamos
a la vez: tenía forma y cuerpo humanos, pero el interior era
mecánico. Se trataba de un objeto mecánico que parecía persona:
era un robot que estaba a la deriva.
Lo metimos en una sala grande. Los ingenieros estudiaron sus
mecanismos y descubrieron que estaban más allá de toda posible
reparación con nuestra tecnología. El cerebro, a pesar de venir
de una tecnología desconocida para nosotros, parecía estar
completo. Quizá porque no tenía partes móviles, si bien estaba
claro que no funcionaba.
—¿Qué hacemos con el robot? —preguntó Senda.
¿No sería mejor dejarlo de nuevo en el espacio?
—Debe tener una historia interesante, —dijo
la tripulante Ulca Sandoval. —Quizá se me permita intentar
repararlo en mi tiempo libre… Nos podría contar tanto...
—Hazlo. Puedes usar todo tu tiempo, Ulca.
Ulca Misinski era una belleza rubia y alta, delgada hasta casi
la exageración, del Mar del Norte europeo, experta en
exobiología, que estaba en ese momento en su turno en la sala de
mando de nuestra nave.
La muchacha miró a su jefe directo, Rolstov, al que Pol le
dijo, al darse cuenta:
—Rolstov, ella ya no está a tu cargo. Ella
investigará al robot, y me informará a mí directamente.
—Sí, comandante. A la orden de usted.
Aquella se revelaría luego como orden sabia, porque dos meses
después Pol tenía un informe completo de Ulca:
—Almirante, el robot es lo que queda de toda
una civilización. Una vez en el planeta Roxo la civilización era
tan avanzada y la sociedad era cuidada por robots como este, y
las personas no tenían que trabajar, sino que se ocupaban de la
cultura y el arte. Por desgracia aparecieron extrarroxanos que
los sometieron a una guerra terrible. Debido a que los roxos
nunca se habían ocupado de asuntos desagradables, la guerra la
tuvieron que llevar también los robots, pero los invasores eran
mejores estrategas, y los robots perdieron la guerra. Después
los invasores hicieron explotar la atmósfera de Roxo y después
la substituyeron por sus propios gases, y desde entonces usan el
planeta como si fuera suyo.
—Es una historia triste, Ulca. ¿Dónde está
Roxo?
—En el cerebro del robot hallé las
coordenadas, pero no comprendo el sistema que las usa. No es
como el nuestro.
—¿Cómo has podido comprender lo que el robot
te ha contado?
—En realidad no habla, porque no está
consciente, Almirante, pero encontré los datos y los traduje con
un 90% de fiabilidad.
—Entonces ¿tú crees que podremos hablar con
él?
—Quizá, con el tiempo. Sin embargo, podemos
sacar mucha información del robot, aunque no funcione nunca.
Parece que el banco de datos del robot es muy amplio.
—¿El robot se mueve por sí mismo?
—Aún no, Almirante. Creí prudente buscar
información desde él mismo sin despertarlo, porque los robots
pueden ser peligrosos.
—Sí, has hecho bien.
—He leído que en algunos planetas los robots
se conectan con una palabra de seguridad, y también se los puede
desconectar con otra palabra clave.
—¿Eh? Sí, eso tiene sentido. Nuestro problema
es, entonces, adivinar la contraseña adecuada. Y otro problema,
si nos podemos fiar de un robot que todavía no conocemos…
—Exacto. Posiblemente debemos investigar eso.
Quizá el ordenador nos pueda indicar dónde podemos encontrar la
contraseña.
—No obstante, el proceso necesita tiempo,
porque falta mucha información, quizá porque el robot todavía no
está consciente.
El ordenador, o sea yo, estaba callado. No se espera que el
ordenador charle con los tripulantes, aunque nosotros siempre
debemos estar dispuestos a dar información.
—¡Ordenador! —dijo Ulca de pronto —¿sabes
contraseñas de robots?
—No te puedo ayudar mucho. Las posibilidades
son ilimitadas. No obstante, prueba Asimov.
—¿Por qué esa palabra, Asimov?
—Fue —dije, —un científico y escritor
terrestre que inventó el cerebro positrónico para los robots, y
también las tres reglas básicas de los robots.
—¿Qué reglas?
—A saber: 1 no hagas daño a las
personas; 2 no desobedezcas a una
persona si eso no contradice 1; y 3 cuida que siempre
estés en buen estado, si eso no contradice 1 ó 2.
~Interesante~, me telepatió Pol.
Nosotros, culturas sin robots nunca podríamos haber pensado
eso. Ese Asimov debió vivir en una sociedad que temía mucho lo
desconocido…
~Sí, tienes razón. Pero ¡qué hacemos?
Pol respondió con una sonrisa sutil.
—Bueno, Ulca —dijo finalmente —probemos. El
ordenador puede enviarte cientos de contraseñas usuales, y quizá
entre ellas esté la que necesitas.
La tripulante invirtió muchos días probando las contraseñas
que le fui proporcionando. De hecho le di miles, pero la dejé
sola con el robot. Sólo cuando me daba cuenta de que estaba
cansada o baja de ánimo la visitaba en forma de holografía
sólida para charlar sobre nuestro proyecto. Elegí para eso fin
el aspecto de un cincuentón paternal delgado, con poco pelo en
la cabeza y una sonrisa comprensiva. La escuché mucho, aunque
supiera ya todo lo que ella había descubierto sobre el robot.
Eso me vino bien para saber qué consideraba importante. La
visité pcoo tiempo varios días a la semana, hasta que la oí
decir por fin:
—¡Eureka! ¡La encontré! —Aparecí enseguida en
mi forma paternal, y entré en la habitación como si diera la
casualidad de que pasaba por la puerta cuando la oí.
—¿Qué ocurre, Ulca?
—¡Que ya resolví el problema!
Sí, la cara del robot tenía rasgos nuevos: su boca se abría, y
de ella salía ruido mientras se movía, y oímos una voz profunda
y fuerte, que dijo:
—¿Cuál es el problema que debo resolver?
—Di tu nombre —Ulca dijo excitada y alegre.
—Yo soy Roberto16.
—¿Tu nombre significa algo?
—Roberto es el modelo. Uno es la serie, y
seis es la identificación individual dentro de la serie y el
modelo.
—¿Tienes palabra de seguridad para conectarte
y desconectarte?
—Sí.
—Di primero la de conectarte.
—Son cuatro: galés, pato
e Isaac, además de la que acabas de decir.
—Dije varias. ¿Cuál es la buena?
—
Centellas.
Significa que deseas acceder a mi sistema básico para reparar
algo. Es contraseña de mecánico, y nadie debe saberla, sólo el
mecánico. Pero veo que tú no eres eso.
—Acceder…, ¿para qué?
—Para lo que sea. Los técnicos la dicen, y no
puedo ocultarles nada de lo que me pregunten. Por eso y por eso
solo, te dije mis otras contraseñas, que puedes cambiar sólo si
entras en mi sistema por medio de esa contraseña maestra.
—¿Hay diferencia entre las otras tres?
—La hay:
pato significa que
debo cuidar a un niño;
galés, que debo cuidar
a un adulto; e
Isaac,
que debo ayudar a pensar a mi dueño.
—¿Dueño?
—Sí. Dueño es la persona que me conecta por
medio de la contraseña.
—Pero entonces cualquiera puede hacerse tu
dueño, ¿no?
—No. La primera vez que me conectan por esa
palabra, recibo un código especial que me liga a la voluntad de
ese amo. Eso no funciona con otros, aunque digan la palabra
correcta. Eso es así excepto para los mecánicos. Al usar esa
palabra se puede hasta cambiar la palabra misma, y todo lo
demás. Ya anoté tu voz, y si usas la palabra maestra de nuevo al
conectarme, te convertirás en mi dueña.
—¿Y tu palabra para desconectarte?
—Es sólo una, y si el amo me despertó, sólo
él o ella me puede detener. En otro caso, cualquiera me puede
desconectar. La palabra es Kafka, —dijo y se
detuvo total y completamente.
—Centellas, —dijo la mujer.
—Hola, ama, —reaccionó el hombre mecánico.
—¿Deseas cambiar mi contraseña maestra?
—Anotado, ama. Buenos días. Lamento no
poderme mover. Si te puedo ayudar así, dime de qué se trata.
—¿Tienes un reloj interno?
—Lo tengo.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te
pusieron en marcha por primera vez?
—Setecientos catorce años, tres meses, cinco
días
y
dos horas.
—¿En qué planeta?
—Roxo, —dijo con voz quebrada.
—Sabemos, —dije por medio de mi identidad
solográfica —que fue destruida por sus enemigos. ¿Quiénes eran?
—Se llamaban wondos. Su planeta de nacimiento
explotó por un problema astronómico. Muchos de ellos perecieron,
pero algunas decenas de miles de ellos escaparon en naves
espaciales, y buscaron una sede durante siglos, hasta que
encontraron Roxo. No les detuvo el hecho de que ya tenía
habitantes. Calcularon que con una nueva atmósfera podrían vivir
allí, e hicieron explotar la atmósfera nativa del planeta y
después crearon otra compatible con su biología por medio de su
tecnología refinada.
—¿Destruyeron a los robots?
—No lo sé. Cuando mis amos vieron que la
guerra venía, se embarcaron en una nave privada junto con tres
robots. La familia prófuga eran los padres y cinco hijos.
—¿Qué sucedió?
—Estuvimos en órbita hasta que vimos que el
aire explotaba. El amo se dio cuenta de que ya no podían volver
a vivir en su planeta, y por lo tanto nuestra nave buscó otro
planeta, fuera de nuestro sistema solar. Pasaron los años, y los
familiares murieron uno detrás de otro, hasta que sólo el padre
quedó vivo. Estuvo solo durante muchos años, y cuando los robots
nos estropeamos él vio la posibilidad de salvar su cultura,
lengua y posiblemente su tradición…, a pesar de no haber podido
salvar a sus familiares ni a sus genes...
—¿Qué hizo?
—El amo Pascual consiguió repararme a mí.
—¿Tenía piezas para repararte?
—Casi. Primero aprovechó las partes de los
los cinco robots para hacer uno nuevo. Después programó el
ordenador central de la nave para operarnos a los dos. De hecho
metió su propio cerebro dentro del mío.
—¿Qué! ¿Tú eres Pascual?
—No exactamente. La idea era que antes de que
su cerebro biológico se pudriese debía trasladar todos sus
conocimientos y consciencia a mi cerebro artificial. Y sí que
poseo sus conocimientos, pero su consciencia se perdió, no sé
por qué. Preparó todas las matemáticas y física para eso con
total claridad, pero algo falló de modo que cuando me desperté
yo vi que todavía yo era yo, y que él estaba muerto a mi lado.
—¿Qué hiciste después?
—Desconecté el sistema de apoyo de la vida
biológica en la nave porque allí no quedaba ningún ser vivo.
Envié el cuerpo de mi amo a la estrella más próxima, igual que
él había hecho con sus familiares cuando murieron. La aspiracion
de mi amo de continuar la vida, civilización y cultura roxas
sobre un planeta nuevo ya no era posible, aunque las dos últimas
están en mi cerebro.
Me sorprendió lo que no había visto yo antes, pero que estaba
claro: debe haber un nivel nuevo en la base de datos del robot,
algo que yo no había visto, o posiblemente no apareció hasta que
se dijo la palabra de seguridad en su relación… Lo sondeé y me
encontré una nueva cultura sobre la anterior, y la copié en la
base de datos de nuestro navío. Así comencé una copia de la
historia y cultura roxas, y otros rasgos de su civilización.
Pero no por eso Roberto dejó de informarnos.
—Me da la impresión —dijo Ulca —que tú eres
Pascual. ¿Por qué te refieres a él como él?
—Porque de verdad yo no soy él. Me
proporcionó su vida, sus memorias, sus sentimientos, y sin
embargo yo no tengo su conciencia. Mi esencia no es él, sino yo,
mucho más antiguo que él. Hasta sus sentimientos tengo, pero su
consciencia se perdió, sospecho, fuera de mí, aunque yo puedo
estar equivocado…
—¿Y qué ocurrió después, cuando estuviste
solo en ese navío espacial? ¿Por qué te encontramos solo en
medio del espacio profundo? —repreguntó Ulca.
Eso me recordó que también nosotros viajamos en un navío
espacial, y mis compañeros podrían morir y yo quedarme solo… No,
el pensamiento me incomodó mucho.
—Mi navío se averió poco a poco. Fue
alcanzado por pequeñas piedras y granos de arena que fueron
perforando el casco, y pared tras pared se fue cayendo y
destruyendo…, hasta que un nuevo navío encontró el mío.
—¿De verdad?
—Bueno, el ordenador de a bordo enviaba un
mensaje automático de petición de ayuda, y después yo mismo tuve
que aclararles que el navío estaba averiado. Enviaron a varios
tripulantes que casi murieron porque nuestro sistema vital ya no
iba. Volvieron con trajes más seguros y comprendieron pronto que
lo único aprovechable de la nave era yo, así que me llevaron a
la suya e hicieron explotar la mía, porque dijeron que era una
trampa mortal. Después me repararon y me dieron tareas que
hacer.
—¿Cómo fue tu nueva vida en el nuevo navío
espacial?
—Me propusieron que les sirviera en la
cafetería y en el restaurante.
—¿Serviste allí bien?
—Lo hice.
—¿Cómo se llamaba tu nueva nave?
—Kalambur113.
—¿De qué planeta eran los tripulantes?
—Eran del planeta Sostrent, de la estrella
400C, también llamada Cassandra.
La encontré en el banco de datos del Simio: esa estrella
estaba a tres años luz de nosotros. Sostrent fue destruido en
una guerra entre dos imperios que ya no existían. Después de
destruir sus planetas respectivos, los supervivientes se
exterminaron el uno al otro hasta que finalmente fueron
absorbidos por otras culturas totalmente ajenas a los dos. No
obstante quedan apenas unos 200 individuos, de más de seis
billones de personas.
—¿Y qué le ocurrió al Kalambur113?
—Destruido en la guerra.
—¿Cuántos tripulantes había en la nave?
—Dos mil.
—¿Murieron todos?
—Supongo, aunque no lo sé.
—¿Qué ocurrió?, —preguntó Ulca.
—Le estaba sirviendo una bebida a la
tripulante Delta, cuando de pronto oí un gran ruido y la
cubierta y las paredes desaparecieron. En un segundo me vi solo
en el espacio rodeado de pedazos de carne y de metal que iban a
velocidades diferentes. Debido a esas velocidades poco a poco
los restos de la nave y sus tripulantes desaparecieron y me
dejaron solo en el espacio. Por eso no pude hacer nada más,
excepto decir mi palabra de desconexión y dejar de funcionar,
hasta que de nuevo me despertaste, ama.
—Ulca, —dije yo, —quizá ya podemos conectar
la parte mecánica de nuestro robot. No parece peligroso, y
además siempre está a una palabra de desconexión.
Hizo un movimiento automático hacia su arma. Después sonrió y
se puso colorada. Le di un golpecito en el hombro y le sonreí
mientras le decía:
—Entiendo. El miedo es un rasgo terrestre.
No saber por qué el robot no se podía mover nos llevó a
trasladarlo al taller y llamar a un ingeniero y mostrarle los
planos y esquemas que el propio robot nos había dado antes de
que Ulca lo mandara a dormir de nuevo. Los estudió y tanteó el
sistema de relés y sus motores; luego nos dijo que podría
repararlo, pero tardaría días, quizá semanas, porque había que
fabricar piezas nuevas.
Pero el ingeniero Telmo se equivocaba: tras sólo tres días
vimos que Roberto16 ya se movía por sí mismo. Todavía no podía
hacer trabajo pesado, pero sí que podía andar y hacer cosas
delicadas con las manos, aunque me di cuenta de que no había
mucha coherencia en los actos y las palabras de ese individuo
mecánico. Dijo que podía repararse a sí mismo más tarde,
mientras dormíamos, pero Ulca insistió en desconectarlo siempre
que no estuviésemos con él. Sí, yo seguía constatando lo
paranoicos que son los terráqueos…
Durante varias horas hablamos con Roberto, hasta que Ulca dijo
que estaba cansada y nos fuimos a dormir.
Pero cuando ella ya dormía, yo volví a ver al robot.
—Dime, Roberto, —le pregunté —¿tu creador te
dio alma?
—¿Alma? No comprendo…
—Hablas con tanta delicadeza como una persona
espiritual. No obstante, te mueves como un mono.
—Me haces pensar… No sé de verdad qué es eso
del alma.
—Los terráqueos y los klatanos creen que a
sus cuerpos los mueve su espíritu, una fuerza no material en la
que yace su conciencia, y que en el momento de la muerte ese
espíritu se va a Dios, la consciencia dominante del Universo.
—Oh, sí, yo tengo consciencia. Quizá eso sea
mi alma…
—¿Has leído poemas?
—Sí, consulté la biblioteca de mi segundo
navío, el Kalambur113.
—¿Recuerdas mucho de la literatura de esa
sociedad?
—Si, casi toda.
—¿Cuál es la obra más importante de la
literatura sostrenta?
—El molino de Treno.
—¿Es una novela, un poema, una obra de
teatro?
—Las dos primeras: diez mil versos rimados
que describen una historia larga sobre el amor, la creación y la
muerte.
—¿Se trata de un libro religioso?
—No. Ni histórico. Al principio el autor
confiesa que nada de lo que va a relatar ocurrió, sino que es
una fantasía para deleitar y pasar el tiempo.
—Es una pena que se haya perdido.
—No se perdió. Está aquí —se tocó la cabeza.
—¿Puedes contársela al ordenador de abordo
para conservarla?
Pero había algo extraño que yo ya sabía, pero que ahora me
excitó la curiosidad: ¡podía leer el pensamiento del robot
Roberto16! ¿Se trataba de una persona? Bueno, confieso que no
consideré ese pensamiento ni siquiera un minuto. Sólo consideré
que era algo útil. Le dije al robot que tenía que hacer cosas, y
me fui. Al salir de la habitación mi cuerpo holográfico se
disolvió en el aire. El robot pensó que estaba solo, pero yo lo
observé con atención. Roberto estaba en pie en medio de la
habitación e intentó moverse, quizá para repararse, pero algo se
lo dificultaba: de pronto se acordó de las cien obras
principales de la literatura sostrenta. De hecho yo le hice
pensar detalladamente sobre eso, y registré todo en los bancos
de memoria del Simio. Esa era una manera de salvar la cultura:
capturé su espíritu por medio de sus obras. También registré su
música y la pintura, o por lo menos sus imágenes. La cultura
sostrenta la salvé aquella noche para la historia universal.
Desde nuestro ordenador la envié al central federal en la Tierra
y también en Klato, por lo que ya había cuatro copias de aquella
civilización y cultura, incluyendo la que había en el cerebro
del robot. Eso sigue la regla de la Federación Interestelar:
compartir toda la información sobre la cultura de todos.
Cuando acabé la copia, visité de nuevo a Roberto y lo
desconecté con la palabra Kafka. Pero no pude dejar de
preguntarme sobre qué clase de cerebro tiene ese robot. La
telepatía funciona con los cerebros humanos o similares, pero no
con los ordenadores. Con estos necesito conectarme por medio de
un instrumento, pero con los tripulantes el instrumento es su
mente misma: si un ser es capaz de pensar por sí mismo, puedo
conectar con él telepáticamente. Y ese robot puede pensar por sí
mismo, pues por la telepatía yo puedo saber todo lo que hay en
su cerebro, y qué piensa. Por eso me pregunté: ¿Roberto es una
persona? ¿La mente produce el alma? ¿El alma posibilita el
pensamiento? ¿El pensamiento es sólo una función del cerebro y
nada más?
—Me parece que sí, Polholo, ese robot tiene
alma —respondió Pol cuando discutimos el asunto algo después.
—Podríamos preguntárselo a él —fue la
respuesta directa de Ulca.
Al día siguiente de nuevo me encontré con el robot por medio
de otra forma solográfica sólida, esta vez de mujer:
—Hola, Roberto. ¿Dormiste bien anoche?
—Hola. ¿Nos conocemos?
—No, pero te conozco porque eres la novedad
en nuestra nave. Pero tú no me conoces todavía, perdona, Rob’.
¿Me dejas que te llame con el apodo Rob?
—¿Y tú eres..?
—Oh, perdona de nuevo. Me llamo Hilda, del
planeta Tierra, Sistema Solar.
—Planeta Tierra… Sí, doscientas cincuenta y
seis naciones diferentes consiguieron unificarse en un único
sistema administrativo que se convirtió en una sola nación…
—Parecía que Roberto también consultó nuestra base de datos
informática…
—Eso es. Veo que conoces la historia de mi
planeta.
—Interesante evolución. ¿De qué parte de la
Tierra eres tú?
—Yo nací en Mogadiscio, antigua capital de un
país arruinado, Somalia…, hace mil años. Pero mi padre nació en
Estocolmo, antigua capital de un país avanzado, y mi madre nació
en Rabat, en el norte de África.
—Oh, ciertamente por eso tu piel es más
obscura que la de la Almirante.
—Sí, Pol nació en otra cultura, otro planeta,
Klato. Pero nosotros los terrestres somos más oscuros casi
siempre, aunque tenemos distintos colores. El mío es más obscuro
de lo normal. No obstante todos tenemos la misma cultura.
—Interesante. Las personas de otros planetas
que he conocido son más parecidas entre sí.
—¿De verdad? Creía que sólo los klatanos eran
aburridamente uniformes…
—Depende. Otros planetas no fueron tan sabios
para saber unificar las diversas culturas en una sola. Lo normal
es someter a las demás y eliminarlas, a veces hasta
genéticamente.
—Bueno, eso me sorprende.
En realidad en mi planeta de nacimiento, Hierro, las cuatro
especies dominantes se toleran entre sí, quizá no habíamos
necesitado trabajar con el mismo objetivo hasta que fuimos
atacados por un enemigo común. Ahora hay hidrargos y nubos
trabajando juntos con los terráqueos y klatanos, y también con
los holos, en nuestras naves...
—En Sostrento sólo sobrevivió una raza única
—respondió ella.
—Igual ocurrió en Klato y en otros planetas
que conozco. Pero fíjate en que la misma idea de la Federación
Interestelar de Civilizaciones viene de la propia ONU, la
antigua Organización de las Naciones Unidas de la Tierra.
—De la diversidad viene la riqueza~,
ya lo veo. Ninguna persona sobra, cierto.
—Es curioso que tuviese que venir un robot
del espacio profundo para hacerme pensar en eso. Pero dime:
¿cuál es tu cultura, Roberto?
—Vengo de la cultura sostrenta, —dijo sin
saber que yo ya sabía de Roxo, cuya cultura ya grabé mientras él
dormía, si bien su base de datos me era accesible. —Porque
—siguió —yo nací en Sostrent.
—Sí, lo sé. Es una desgracia que los
sostrentos ya no existan.
—Bueno, quizá en algún lado quede algún
individuo…, aunque lo dudo. La destrucción del planeta fue
completa.
—Sé que Sostrento desapareció en una guerra,
pero ¿quién lo ocupó?
—La verdad es que no lo sé. Yo trabajaba en
un bar y restaurante del navío espacial, y aunque captaba yo
partes de conversaciones, a mí me hablaban sólo para pedirme una
bebida. En realidad yo no era más que una máquina para ellos, y
no se le habla a una máquina. Pero había diversas especies cuyos
intereses entraban en conflicto.
—Por desgracia, según dices la cultura
sostrenta valía la pena. —Oh, sí, claro que sí.
—Mi amigo Polholo me mencionó que le hablaste
ayer de El molino de Treno. ¿Qué o
qué era Treno?
—Treno era una mujer que tenía un molino en
el que metía los suspiros de la gente y fabricaba la felicidad
para otros. Es difícil explicarlo, si uno no lee la narración.
—Por desgracia no queda ningún ejemplar de
esa obra.
—No. Sólo aquí, en mi cabeza —dijo
tocándosela.
En ese momento Ulca llegó y se unió a nuestra conversación.
—Hola. Creía que sólo Polholo y yo podíamos
hablar con Roberto…
—Hola, Ulca. La Almirante Pol me ordenó
ayudarte con eso, porque mi especialidad es psicología. Me
disculpo por no buscarte antes de venir aquí, pero yo creía, en
mi ignorancia, que estabas aquí. Le pregunté a Polholo, y él me
dijo que no te molestaría.
—No importa. Supongo que la Almirante te dijo
la contraseña…
—Sólo una, pero sí. Me dijo que tengo que
trabajar a tus órdenes.
—Bueno, no importa —dijo Ulca más tranquila.
—No se trata de orden o jerarquía, sino de colaboración. —Luego,
dirigiéndose al robot, prosiguió —Teníais una conversación
interesante, Roberto16; podrías informarnos sobre los rasgos
principales de la sociedad sostrenta, y ayudarnos a conocerlas,
porque eso podría ocuparte algún tiempo.
—Sí, si quieres. Creía que consideraríais eso
una pérdida de tiempo. ¿Por qué te interesarías por una cultura
que ya no influirá a otras?
—No tienes razón: toda cultura es
interesante, y podemos aprender de sus errores, y también pueden
aprovecharnos sus éxitos.
—Nunca oí hablar de eso.
—Opino igual —dije yo.
—En ese caso, si os interesa puedo haceros
una copia para que lo podáis leer por medio de un lector manual.
—Gracias, hazlo. Eso será una adición
importante para la biblioteca de nuestra nave.
—Roberto16 —añadí yo —a propósito, encuentro
tu 1 y tu 6 demasiado frío. ¿Por qué no recibiste apellido?
—¿Qué? —respondieron los dos a la vez.
—Sí, mira: te propongo que debido que ya
estuviste tanto tiempo con los sostrentos, tu apellido podría
ser Sostrenta. Y debido a que Ulca te despertó, puedes ser
Roberto U. Sostrenta.
—¿Por qué U?
—Bueno, en algunas culturas se puede
intercalar el apellido de la madre entre el nombre y el
apellido, y de alguna manera Ulca es tu madre, porque insistió
en despertarte e hizo interesarse en ello a la propia Almirante
Pol, cuando se estaba considerando devolverte al espacio.
Ulca me miró, divertida. Era una muchacha de 24 años,
demasiado joven para tener un hijo tan grande.
—No tengo problema. Sea así, si a kircha
no le importa.
—¿Qué?
—Kircha significa mami en
la lengua sostrenta.
—Bonito nombre. Si alguna vez tengo una hija,
la llamaré Kircha. Suena bien —dijo Ulca. —Y no, me parece bien.
Es un honor para mí tener un hijo con tres culturas. En corto,
podríamos llamarte Robert U.S., o Rus.
—No, no me gusta eso, Ulca. Prefiero el
nombre Roberto.
—Sea pues mi nuevo nombre Roberto U.
Sostrenta. Y tengo madre, Ulca, y una hermana, Hilda. Soy un
robot con suerte. Nunca conocí a otro robot que tuviera familia.
Sólo me falta un hermano.
—Eso me hace pensar, Rob… —dije de pronto
—¿Tú te sientes persona?
—Bueno…, poco a poco reconstruyo mi memoria,
y me vienen distintas cosas, Hild’ —dijo abreviando mi nombre
por primera vez.
—¿De verdad? ¿Algo que quieras compartir?
Quedó en silencio un largo momento, mirando el suelo. Su cara
se puso muy seria, incluso triste, y finalmente dijo algo muy
despacio:
—Siento que una vez yo fui persona.
—¿Ya no?
—En la cultura sostrenta el sistema robótico
estaba muy desarrollado. Las personas amaban la vida, y cuando
un órgano de su cuerpo se estropeaba más allá de todo uso, se le
substituía por un mecanismo, hasta que ya no le quedaba ningún
órgano excepto el cerebro.
—El hombre mecánico. En la literatura
terráquea hay una obra clásica sobre eso,
El
hombre mecánico (
A Clockwork
Orange, en su versión original).
—Interesante. ¿De qué se trata?
—A una persona se la va cambiando en su
psicología para que sea útil para la sociedad. Pero eso no es
solución para él ni para la sociedad.
—¿Y qué sucedió al final?
—No lo sé. El final es demasiado abierto. Se
curó al final, pero no se sabe si en favor a la sociedad o a sí
mismo. En realidad no se sabe si su enfermedad estaba en su gen
de la maldad, o en el remedido mismo.
—Bueno —dijo Ulca —pero qué ocurriría si el
cerebro se estropeaba? ¿Sería la muerte final de la persona?
—Oh, también me substituyeron el cerebro.
—Entonces la persona dejó de existir…
—No lo sé. Puede ser.
—Dime, Roberto: ¿tú eras una persona antes de
que te substituyesen los órganos por motores y relés?
El robot hizo una pausa, como si pescase algo en su memoria.
Pero yo encontré la fecha que él no quería confesar. Finalmente
dijo:
—Sí, yo fui Roberto Nkala. No era sostrento
en realidad, sino ulpio, una raza sometida a los roxos desde
hacía miles de años. Desde que nací odié a los roxos. Sometieron
a todas las culturas del planeta y mataron a los que no pudieron
esclavizar. Así se tragaron a todas las culturas en amplios
sistemas solares, y se hicieron muy poderosos. Pero cuando su
imperio creció demasiado y se hizo demasiado grande no pudieron
controlarlo con eficacia, y los miembros de las culturas
sometidas comenzaron a rebelarse, y hubo una involución, vuelta
atrás… Sí, ahora me acuerdo: yo nací de una mujer, pero mi
cuerpo era débil, y los roxos utilizaron mi cerebro y
personalidad para reforzar las funciones del robot Roberto16,
que sería soldado. Por eso mi primera línea maestra era
sobrevivir a toda costa. La segunda es matar a todos los que no
sean roxos. Pero eso lo ocultaron tan profundamente en mis
mecanismos que siglos después, cuando Pascual intentó alojarse
en mí, simplemente no había sitio. Durante algo de tiempo la
personalidad de Pascual y la mía lucharon, pero al final la mía
absorbió la suya, y él simplemente desapareció. Aquella dura
batalla duró apenas unos segundos, pero a pesar de ello gané
décadas de vida y cultura…, roxa. Pero también se anularon mis
dos directivas, porque Pascual era hombre de paz que sólo quería
vivir y proteger a su familia, su cultura y su herencia. Y
después, cansado por la batalla y la conquista, mi yo cayó en lo
más profundo de mi cerebro, aceptando sólo tareas de robot
durante un siglo. Y ya sabéis el resto: encontré a los
ciudadanos de Sostrento y adopté su cultura de tal manera que se
me ocultó la mía original, y después de su destrucción yo dormí
profundamente, esperando que nadie me despertase…, aunque
vosotros lo habéis hecho.
—Triste resumen…
—Sí. Pero ya no recordaba mi propia cultura e
idioma. Sólo los de mis enemigos, y después los de mis
salvadores, que tampoco existen…
Si los robots pudiesen llorar, diría que él lloró en ese
momento.
—Por eso te levantaste de nuevo...
—Kafka, —dijo Roberto. Y se detuvo
completamente.
Ulca y yo nos miramos.
—Parece que ya no quiere vivir.
—Pero…, ¿qué hacemos? Seguro que tiene
conocimientos útiles que necesitamos.
—Quizá. Pero piensa, Ulca: ¿es una persona? Y
si lo es, ¿tiene derecho a suicidarse? ¿Respetaremos su última
voluntad?
—Sí, Hilda —concluyó. —Informaré de todo a la
Almirante Pol, y le pediré órdenes.
—Sí, pero sabemos cuál es la decisión más
ética, ¿no?
—Sí: que descanse en paz. DEP.
Durante mucho tiempo esta historia de nuestro robot me hizo
pensar obsesivamente. ¿De verdad era persona, al menos de
nacimiento? Ulpio en su origen, y después roxo y sostrenta.
Quizá con el tiempo se haría terráqueo, klato, o más
probablemente federal. Pero el sufrimiento interno le causaba
desear la muerte, o por lo menos la desconexión.
Desgraciadamente Roberto Nkala, también llamado Roberto U.
Sostrenta, el último ulpio, no consideró que si se iba, tres
culturas morirían con él. Sí, no podía dejar de pensar en eso…
Sí, una vida de setecientos años merece descansar. Nosotros
mismos, los holos, no vivimos más, pero Roberto no consideraba
que al marcharse se irían esas tres culturas. Desgraciadamente
yo no sé nada de los ulpios. ¿Todavía existen?
Pasaron cinco años. Pol y yo tuvimos largas conversaciones sobre
robots y sobre nuestro robot;
y finalmente llegamos a un pacto doble: lo conservaríamos en
nuestra nave en un lugar que sólo conoceríamos los dos, y
nunca le hablaríamos a nadie de Roberto. Esto sería algo
privado, un asunto secreto para Pol, Ulca y yo mismo.
Durante ese tiempo sucedieron muchas cosas, entre ellas la
promoción de Ulca, que al no querer abandonar el Simio, fue
nombrada finalmente capitana adjunta del navío. De hecho era
la que lo mandaba, pues Pol tenía que lidiar con muchos
problemas de toda la flota, y se ocupaba de nuestra nave sólo
en su tiempo libre…
Poco tiempo después de la desaparición de nuestro robot
tuvimos que viajar fuera de nuestro sistema para patrullar
parte de la galaxia, buscando nuevas culturas inteligentes,
dejando la nave klata Áurea
vigilando nuestro hogar, junto con la terrestre Ruskin.
La flota espacial de la Federación ya tenía más de mil
naves, y por eso los primeros tenientes y alféreces ya eran
capitanes que mandaban sus propias naves.
Pol tiene mucho trabajo unificando las tareas de toda la flota
porque es la Almirante en Jefe y la mejor experta de toda la
flota en estrategia espacial militar, aunque nunca renunciaría
al mando de la Simio. El asunto era algo complicado para ella,
porque nuestras naves eran mucho más rápidas que antes, y por lo
tanto ya podían patrullar un espacio más vasto que en toda la
historia de la Federación.
Nuestras misiones ya son mucho más aburridas que antes, en
nuestros comienzos. Pero hace dos semanas algo rompió nuestra
monotonía, cuando encontramos una nave extraña en la mitad del
espacio entre nuestra galaxia y la de Andrómeda. Le enviamos un
mensaje, pero no no recibimos ninguna respuesta. Por eso varios
exploradores fueron enviados para contactarlos en persona, y
consiguieron entrar en la nave. Pero no encontraron a nadie
vivo…, hasta que llegaron a una habitación en que había diez
máquinas en forma de ataúd. Acompañé a la propia Pol a esa
cámara y lo vimos con nuestros propios ojos...
~¿Es sostrenta?, ~pregunté.
~Quizá. Pero tenemos un experto al que
preguntar.
Ulca tuvo, por lo tanto, una nueva misión en la cámara
secreta. Fue uno de los mayores comedores, y frente a un
pequeño armario empotrado dijo con voz fuerte: ¡Roncubierta!,
y como por arte de magia desapareció la puerta de dicho armario
y apareció Roberto.
—¡PI323910141833!, —rugió ella.
—Dime, ama —respondió Roberto tras unos
segundos.
—La Almirante te necesita. Ven.
—Pero…
—¡Obedece, Roberto16! No uses la palabra de
desconexión, ¡es una orden! Te desconectaré yo misma, si hace
falta.
Cuando los dos aparecieron en nuestro supuesto navío
sostrento, no necesitamos decirle a Roberto de qué se trataba.
Fue al mayor de los muebles, que miraba a la pared, y abrió una
puertecita. Después oprimió una tecla, y una pantalla comenzó a
mostrar mucho texto en un alfabeto que no conocíamos. Balbució
algo en voz baja, como si rezase. Después de diez minutos sus
manos y dedos cobraron vida, como si fueran animales
independientes de su cuerpo, porque casi no los veíamos. Pero
mucho texto de aquella clase comenzó a florecer en otras
pantallas, y en los ataúdes comenzaron a iluminarse luces de
diferentes colores. El propio navío comenzó a iluminase, y oímos
que los sistemas del mismo comenzaban a funcionar de nuevo.
—Abridlos —ordenó Roberto. Pol asintió, y los
tripulantes abrieron los diez ataúdes.
El robot pulsó distintas teclas en otro mueble, y los extraños
comenzaron a respirar despacio, y el color de su piel comenzó a
tomar color, un color marrón.
—Roberto —preguntó al fin Pol —¿Sabes a qué
especie pertenecen estos individuos?
—Lo sé. Trabajé con ellos hace tiempo.
—¿Sostrentos?
—No. Pero dos de ellos, los más bajitos, son
roxos.
—¿Roxos? Creía que los odiabas.
—No, no a estos dos. Eran los sirvientes de
los otros ocho.
—Sirvientes… ¿De qué especie son los otros?
—Ulpios —dijo con voz muy emocionada. —Pol,
ya os podéis quitar el casco: la atmósfera aquí tiene 30% de
oxígeno y 70% de helio. Es buena para vosotros si respiráis
despacio.
Ella asintió a sus tripulantes, y se quitó el casco espacial
que la mantenía viva fuera de la nave. Sus tripulantes la
imitaron.
Roberto continuó el trabajo con los ordenadores de esa cámara,
y poco a poco los sistemas volvieron a sus funciones. El navío
espacial de nuevo se iluminó y había un leve zumbido en todas
partes. Por lo visto no sólo las personas habían estado
durmiendo.
Después de dos horas, los ataúdes dejaron de zumbar, y los
individuos bajitos abrieron los ojos y se sentaron. Hablaron en
una lengua extraña, pero gracias al pensamiento de Roberto, yo
lo comprendí todo:
¡Esta vez el amo era el propio Roberto!
Le dijo a la mujer:
Se levantó y se acercó a él, y Roberto lo revivió en primer
lugar. Mientras recobraba la conciencia, el robot revivió a los
otros siete.
—¿Lo conseguimos, Roberto? —preguntó Pol.
—Almirante, cuando entramos en esta cámara
había sólo un 20% de posibilidades de éxito, pero ahora creo que
hay el 90%. Ayúdenme.
Vimos que la nave tenía ya un escudo eficaz, motores y
sistemas vitales, aunque la tecnología que usaban no tenía nada
que ver con la nuestra. Yo diría que era mucho más antigua.
Pol y varios terráqueos le ayudaron a levantar a los
individuos, y finalmente recobraron la conciencia.
—¿Quiénes son ustedes? —dijo el capitán en
cuanto recobró la conciencia.
Evidentemente no entendíamos su lenguaje, ni él el nuestro,
pero Roberto proporcionó la traducción simultánea:
—Saludos, capitán. Somos de los planetas
Tierra y Klato, y les encontramos en mitad del espacio. ¿Adónde
van? Mi nombre es Ulca, y aquí está mi Almirante Pol y el
consejero Polholo, junto con varios tripulantes de nuestra nave.
—Gracias de corazón por revivirnos, Ulca,
Pol, Polholo. ¿Mis amigos se encuentran bien?
—Sí. Ustedes, los ocho ulpios y los dos roxos
están bien de salud.
—¿Sólo diez? —dijo con temor. —¡Eramos mil!
Debe haber ocurrido una tragedia.
—Los pacientes deben reposar, Almirante —dijo
Roberto, que ahora era el médico improvisado para aquella gente.
—Hallaremos información en el ordenador central de este navío,
el
Fnkrich.
Sin esperar más órdenes sobre el asunto, Roberto le inyectó
algo en el brazo al capitán, y este cayó dormido mientras
nuestro robot decía; —Descanse un poco, capitán Dmtruck. Después
le informaré a usted de todo.
—Informa, Roberto —dijo Pol fríamente.
—Perdón por la interrupción, Almirante, pero
tras algunas horas todos ellos —dijo señalando los ataúdes
—volverán a estar despiertos, pero ahora están muy cansados
de
dormir más de cincuenta mil años…, y por eso
ahora deben recuperar fuerzas por medio sueño real y de las
medicinas que les acabo de inyectar.
Pero el informe de Roberto tuvo que esperar, porque en ese
momento se nos informó que se acababan de encontrar más cámaras
con veinte ataúdes en cada una. Roberto les enseñó a los
doctores de a bordo a revivirlos de modo que la mitad de la
tripulación original se salvó. Y entonces Roberto buscó a la
Almirante y le contó lo que había descubierto en los ordenadores
de la nave ulpia.
El informe de Roberto fue largo y completo: el Fnkrich es una
nave de exploración científica que dejó su planeta hacía 50235
años, y encontraron diversas civilizaciones, pero fueron
atacados por depredadores que los capturaron, y se llevaron todo
lo que encontraron con valor que se pudieron llevar, hasta los
alimentos. Por eso la única posibilidad de no morir era reposar
en ataúdes especiales que detuvieron sus procesos vitales hasta
que un procedimiento especial se los devolvieran, o perecerían.
Fue providencial que Roberto pudiese aprender dicho
procedimiento de la máquina por medio de la lengua antigua usada
por los ulpios. El navío se llamaba Fnkrich,
que significa roble.
El ordenador de nuestra nave actualizó sus conocimientos por
medio de la base de datos del Fnkrich. Los atacantes eran de una
raza de un planeta extinguido, Krintsuj, que querían crear un
imperio en aquella época. Por desgracia la información del
ordenador del navío ulpio no era completa, porque dejó de
registrar cuando el sistema mismo se desactivó cinco años
después del último acto del personal de a bordo. Gracias a eso
tuvo suficiente energía para mantener a los tripulantes vivos
tanto tiempo, y además proporcionar a Roberto la información
necesaria para reparar todo. Después supimos sobre las tareas
importantes que el robot hizo en tan poco tiempo. Nuestro súper
ordenador había registrado una fábula dentro de una novela de
ciencia ficción sostrenta, sobre los Kritsuj. Aunque en ese
relato los kritsujos eran los héroes y tenían buen corazón,
dedujimos que aquella raza y sistema planetario dejaron de
existir hacía más de diez mil años. Por eso las novedades más
frescas y exactas eran las del ordenador de la Fnkrich y en la
memoria de sus tripulantes. Ironías del espacio y del tiempo,
¿verdad?
Durante el resto del viaje, el capitán Dmtruck se despertó e
hizo amistad con Pol y los demás oficiales. Contó que durante
más de ocho años habían visitado diversos sistemas y estudiaron
sus razas y planetas, y todos fueron amistosos, excepto los
kritsujos, que casi los mataron. Roberto recibió un nombramiento
de Pol, que le dio la ciudadanía federal, y le dio el trabajo de
capitán médico del Simio. De hecho sabía más de medicina que los
demás médicos, y dominaba varias especialidades médicas de cada
especie viva en nuestra nave. Ya no deseaba suicidarse, porque
de nuevo había encontrado un futuro para su propia raza, aunque
todavía no tenían planeta. Pero aceptaron el de Pol
provisionalmente, dijo. Aunque no sabía todavía qué haría con su
vida, estaba claro que sería junto a los de su cultura, los
ulpios.
Roberto aclaró al capitán y a sus compañeros que
mientras ellos dormían, ocurrieron muchas cosas en
casa, y que los roxos oprimieron a todo el
planeta, e incluso lo bautizaron como ellos, Roxo. Los ulpios
y otras razas del planeta fueron exterminados por los roxos,
excepto los que utilizaron para mejorar a sus robots, que
finalmente trabajaron para ellos durante miles de años, de
modo que los últimos roxos no recordaban que otras razas
vivieron una vez en paz en el mismo planeta, Unskr, en que en
su lengua significaba Unidad.
—Supongo, capitán Dmtruck —dijo Pol —que
Roberto ya le ha contado los asuntos de su planeta durante los
últimos cincuenta mil años…
—Sí, Almirante. Por desgracia ese muchacho
perdió su cuerpo… Pero verdaderamente él es uno de nosotros. Y
muy servicial. Dice que será nuestro médico. Desea trasladarse a
nuestra nave.
—Me parece buena idea, capitán. Hace unos
años estaba muy triste porque creía que era lo único que quedaba
de su raza…, sólo una conciencia sin cuerpo. Quería morir. Pero
ahora ustedes le han dado la ilusión de vivir.
—Bueno, nuestra tarea es ahora encontrar
alojamiento.
—¿Qué?
—Sí, un planeta para vivir. Pero primero
quiero asegurarme de que el nuestro ya no vale. Necesito verlo
por mí mismo. ¿Nos pueden llevar?
Teníamos las coordenadas del último lugar registrado de ese
sistema, y después de calcular las variaciones durante los
últimos cincuenta mil años, apuntamos directamente al lugar
hallado.
—¡Unskr, madre!, ¡te encontraré!, —se
prometió en voz alta el capitán Dmtruck. Los demás sonreímos con
tristeza. Apenas podíamos imaginar qué puede sentir una persona
cuyo planeta ya no existe.
Nos equivocamos en el lugar de Unskr en unos tres mil años
luz, pero cuando lo localizamos dudamos si sería el de los
ulpios y roxos porque no había ninguna huella de los wondos
allí. Los buscamos por todo el planeta sin encontrar a ninguno,
ni restos de que hubieran estado allí.
Quizá cambiaron de idea, y se fueron. Pero ¿por qué?
Fue un momento emotivo cuando llegamos a la órbita del viejo
planeta Unskr. Enviamos una sonda, y los informes eran muy
esperanzadores la atmósfera ya no era wonda, sino casi
respirable por los ulpios.
Enviamos holografías sólidas de diferentes soldados y
científicos nuestros y ulpios, y poco a poco restauramos la
atmósfera original.
—Parece irreal, Polholo —me confesó el
capitán Dmstruck —Fue un viaje largo, sí, para explorar y
comprender, y a veces ayudar a la gente de los planetas que nos
encontramos, y en la última etapa de nuestro viaje, cincuenta
milenios después debo ayudar a mi propio planeta, Unskr para que
viva de nuevo… ¿Quién podría creerlo?
—Piense usted, capitán —respondí —que si
usted no hubiese comenzado nunca su viaje, nadie sabría quiénes
fueron ustedes, al igual que no se sabe de la gente eminente de
su planeta. Pero desde ahora se sabrá que usted fue el
restaurador de Unskr. Se hablará de usted mucho tiempo después
de haber muerto.
—No, no deseo yo esa fama. Preferiría que mi
planeta no hubiese sufrido tanto.
El Simio se quedó con los ulpios durante dos largos años. Antaro,
el navío más nuevo de nuestra flota interestelar, vino a
ayudarnos desde su planeta madre, Aúllo. Trajo dos mil
tripulantes y cinco mil trabajadores de diversas especialidades,
que ayudaron a revivir el planeta.
Después de varios meses el aire de nuevo era respirable
para nuestros amigos, e incluso nosotros. Los terráqueos y los
klatanos debíamos utilizar trajes espaciales porque el oxígeno
en aquella atmósfera era del 30%, y los otros gases no
importaban. Pero si no usasen trajes espaciales podrían
emborracharse con la alta concentración de oxígeno, como
sabemos.
—No obstante podrían no usar el traje,
almirante, —nos recordó Roberto. —Demasiado oxígeno no destruirá
sus vestidos normales, y en cuanto a la respiración sólo tienen
que recordar hacerlo más lentamente y con menos profundidad que
de costumbre. Si notan borrachera
pueden dejar de respirar unos segundos, y pronto estarán
normales.
Sí, Roberto era un buen médico y oficial científico.
Nos era muy útil. Sí, le echaremos de menos. Principalmente su
mamá, Ulca.
—No lo comprendo, Polholo —me dijo Dorina
cuando vino a la superficie por primera vez. Conté doce personas
cuando vinimos, pero al volver he contado sólo diez.
—Es raro. Quizá dos de los ulpios volvieron a
su nave.
—No, los ulpios hoy no vinieron con nosotros.
No creí a Dorina, pero no obstante la acompañé la siguiente
personificando a un simio férrico. Estuve atento a lo que
ocurría todo el día, y vi que ya no éramos diez, sino trece. Me
acerqué a todos, y a todos les dije algo. Pero descubrí a tres
personas que no conocía: un hombre y dos mujeres.
Una de las mujeres estaba más cerca de nosotros, recogiendo
leña.
—¡Hola! —le dije.
—Hola —dijo ella con timidez.
—¿Eres wonda? —pregunté como lo más natural
del mundo.
—¿Tú también?
Aquello me asombró.
—Simio, del planeta Hierro —respondí. —Soy
Polholo, y esta es Dorina. Es aulladora, especie dominante en su
planeta. ¿Dónde vives?
La mujer se dio cuenta demasiado tarde que se había
traicionado.
—Oh…, no se lo digáis a los roxos, por favor.
Nos deben odiar, porque matamos a muchos de ellos.
—Ah, tienen mejor corazón de lo que supones,
mujer. Pero dime, ¿dónde vives? ¿Por qué no hay ciudades wondas
aquí?
—No conseguimos wondificar el planeta. Parece
que hay algo persistente que no vimos a tiempo. Desguazamos
nuestras naves para construir nuestra ciudad, pero después nos
empezamos a enfermar. Quizá el agua tiene algo incompatible con
nosotros… Pero eso no fue nuestro problema principal —se detuvo,
como si dudase decir algo importante.
—Sigue, por favor.
—Bueno, apareció un volcán cerca de nuestra
ciudad, Neowonda. Tan cerca que nos tuvimos que ir lejos, lo
suficiente para no morir. Parecía que una inteligencia secreta
nos echaba de aquí.
—Quizá un robot...
—Quizá. Pero escaneamos todo el globo muchas
veces antes de wondoformar el planeta, y no encontramos ninguno.
Después de la guerra con los robots los destruimos a todos.
—¿Ocurrió algún terremoto?
—Sí. No lo comprendemos, porque sabemos que
los volcanes y los terremotos no suceden a menudo en la historia
de este planeta.
—Quizá es la consecuencia de la tecnología
que utilizasteis, esas catástrofes.
—Sin embargo, desde que nos refugiamos en las
cuevas del subsuelo los volcanes y los terremotos cesaron.
Parece que el planeta nos tolera sólo bajo tierra.
—¿Y por qué usáis trajes espaciales? ¿El aire
cambió por sí mismo?
—Sí. Tiene algo de nitrato, y eso es veneno
para nosotros. Pero en algunas cuevas hay ríos subterráneos cuya
agua no lo tiene. Por eso podemos vivir.
—¿No podéis reconstruir vuestros navíos y
dejar el planeta?
—No. Muchos de nuestros ingenieros murieron y
nos quedamos abandonados en este planeta hostil.
—Bueno, nosotros podríamos llevaros a donde
queráis…
—Os puedo conducir a nuestro gobierno, y
después de discutirlo, podemos usar vuestra propuesta generosa,
Polholo.
—Diles también que más se consigue con miel
que con hiel. Quizá si hubierais pedido asilo a los roxos os lo
habrían dado. Considerad que muchos planetas tienen distintas
especies viviendo juntas en paz. En el mío, Hierro, estamos los
holos, los simios, los hidrargos y los nubos, y no tenemos
conflictos.
—¿No hay una especie dominante?
—No. No competimos. Pero en otros, como el de
Dorina, las especies son similares, pero tampoco compiten, pues
se han dividido el planeta entre ellas. En otros planetas, como
la Tierra, las diferentes razas se entremezclan y los conflictos
se han resuelto desde hace milenios.
—Interesante información. Yo soy Zorkaz, de
Wondo. Pero ¿cuál es la raza imperial?
—No hay. No creemos en el imperio ni en el
uso de la fuerza por sí misma, sino que creamos una federación
de planetas que tienen iguales derechos, y nuestro objetivo
principal es proteger las razas inteligentes que aparezcan, o
aprender de ellas si están más avanzadas que nosotros.
Algunos días después fui invitado con Pol a aclarar lo que le
había resumido a Zorkaz. También vino Dmtruck como funcionario
de mayor rango en la renaciente sociedad ulpia.
Sin embargo la aclaración vino de propio Roberto, que
llegó cuando ya nos habíamos presentado. Asistió atento hasta
que explicamos nuestra invitación. Dijeron que discutirían el
asunto entre ellos más tarde…, pero entonces nuestro robot
pidió la palabra y dijo algo que nos sorprendió a todos, sobre
todo a los wondos:
—Estimados señores: gracias por su atención.
Soy Roberto Nkala, capitán médico ulpio de la nave Simio, y me
gustaría darles la bienvenida, por fin, a mi planeta, en mi
propio nombre. Quizá se hayan percatado ustedes que desde
nuestra llegada han cesado los temblores de tierra y los
volcanes. También yo creía que se debían al maltrato al que
habían sometido ustedes al planeta, como reacción a sus abusos.
Pero hace unos escasos minutos me ha llegado la información de
la verdadera causa, que ni siquiera he tenido tiempo de
comunicar a mis superiores. A ustedes no los expulsó nuestro
planeta de su superficie, sino los aparentes vencidos de la
guerra, los robots. Cuando tuvieron claro que la estrategia de
ustedes era mejor que la suya, se refugiaron en el manto del
planeta, y allí diseñaron una estrategia mejor, si bien les
llevó algo de tiempo. Utilizaron la energía del núcleo del
planeta para crear terremotos y volcanes en las zonas de sus
asentamientos para que ustedes se fueran.
—Pero ya no nos podemos ir…, ¡ya no tenemos
naves espaciales! —dijo Kenket, el jefe de aquellos
desgraciados.
—Sí, eso lo sabemos ahora. Ustedes eran unas
decenas de miles cuando llegaron, pero sé que ahora sólo quedan
cinco mil individuos de su especie, la wonda. Por eso los robots
nos han pedido nuevas órdenes, y ya que yo no soy ninguna
autoridad, sino sólo un humilde médico, les dije que le
trasladaría su petición a las autoridades ulpias.
Después de que quedara Roberto en silencio, Dmtruck tomó la
palabra y dijo:
—Estimados huéspedes: yo soy Dmtruck, el
capitán del navío Fnkrich y por lo visto la mayor autoridad de
mi planeta actualmente. Creo que la guerra acabó en cuanto
volvimos a nuestro planeta. Si ustedes deciden quedarse entre
nosotros, podemos construirles ciudades bajo cúpulas para que
vivan ustedes bien y en paz. Poco a poco posiblemente su raza se
desarrollará de modo que puedan acabar viviendo bajo el mismo
cielo que nosotros. Si esa evolución no es posible, podremos
relacionarnos como razas diferentes en el mismo planeta, como se
hace en la Tierra y otros sistemas. Pero la paz es bien exigido
en este planeta desde ahora.
—Y si deciden ustedes marcharse —intervino
Pol —les podemos llevar nosotros a otro planeta que esté vacío.
Nuestra galaxia tiene más de un millón de planetas, y seguro que
hay uno para ustedes...
—¡Pero ese viaje durará milenios, igual que
el que nos trajo aquí!
—No para nosotros. Pero yo aprovecharía la
hospitalidad de los ulpios y de los roxos. Ellos deben
reconstruir un planeta, y su ayuda de ustedes será bienvenida,
ciertamente.
Discutieron los pros y los contras de los argumentos, y al
final decidieron quedarse en Unskr. Después de varios años el
planeta estuvo totalmente restaurado, y los unskros
comprendieron que la sociedad robótica ya no era adecuada,
porque los robots pueden hacer sólo lo que se les dice, pero no
están diseñados para la guerra, sino para servir. Roberto no
quiso ninguna función en el gobierno o en el estado, sino que se
quedó como profesor, y consiguió enseñar su arte a muchas
promociones de médicos y enfermeros.
Unskr desarrolló su propia flota espacial. Finalmente se
unieron a la Federación, cuando demostraron que en su planeta
había sólo una aspiración y sociedad, a pesar de existir
diferentes razas y culturas. Los wondos fueron bienvenidos como
federales, porque ya eran unskros.
Dorina se hizo capitana de la nave espacial Kanster,
y tuvo una vida muy aventurera y venturosa, pero quizá contaré
eso en otra ocasión. La Flota Estelar creció mucho, y cada nuevo
miembro contribuyó con sus propias naves, que ahora suman
doscientas mil. El hecho de que somos muchos es nuestra mejor
nexo de unión.
Os podría contar muchos otros sucesos que presencié, o
que me contaron mis camaradas, pero por lo que os he contado
hasta ahora ya tenéis una idea de lo que la Federación
Interestelar de Civilizaciones puede hacer por las personas.
Uno de muchos. He
ahí nuestra divisa.
¿Fin?
Si quiere usted apoyar la presentación de
obras como esta, puede comprar este libro en formato digital en
Amazon en versión
española
o
inglesa.
O ambas, si desea practicar alguno de los tres idiomas...
- Alusión y homenaje al estupendo
libro I, Robot (Yo, robot), de
Isaac Asimov, que tanto me enseñó cuando estaba aprendiendo
inglés, hace ya algunos años... Seguir
leyendo.
- En realidad la nave se llamaba Tierra
Uno. Seguir
leyendo.
- Miguel Pruvski era la personalidad
que yo adopté. Sólo Pol sabía mi verdadera identidad, cuando
algún tripulante tenía que descansar y no había sustituto
disponible, yo personificaba a otro de ellos hasta que
llegaba el personal de refresco, pues había tareas que no
admitían retraso. Seguir
leyendo.
- Isaac era el nombre de pila de Asimov,
por lo que no andaba yo tan descaminado sobre el tema. Seguir
leyendo.
- Π, o sea el número PI, era el nombre de
la residencia universitaria de Ulca, y ese otro número tan
extraño era la fecha de su nacimiento, el 14 de octubre del
año 3239, a las seis y treinta y tres minutos de la tarde. Volver
a la lectura.
- Claro que esto es traducción a
nuestra manera de contar el tiempo. Volver
a la lectura.
- De Anthony Burgess, 1966. Volver
a la lectura.
- En realidad dijo muchas palabras
malsonantes, pero constatando de pronto que la podía oír
alguien, se recortó un poco y exclamó ¡Rayos y
centellas!
Volver a
la lectura.
Se encontrará siempre la lista actualizada de mis obras en mi
página web, Obra
completa. No obstante, os recuerdo las narraciones que hemos
compartido en esta página:
- Un
cuento infantil, o El soldado y la bruja :
tiene dos partes, una para niños y la segunda para adultos.
Escribí el cuento para celebrar el Día Internacional del Niño,
el 2 de abril de 2012. También creé las versiones esperanta
e inglesa de mi narración
más corta
- El pecado del talibán:
un creyente ferviente propicia una lapidación y luego lo
lamenta el resto de su vida. No obstante, Dios es compasivo y
puede corregir eso..., pero no sin costo.
- Amén:
Fantasía sobre lo que ocurre después de la muerte.
- La
psicóloga : el protagonista conoce a una mujer
que nadie más puede ver, junto a un árbol en el parque. Cree
que se ha vuelto loco, y por eso visita a la psicóloga mejor
de de su ciudad, que le soprende de varias maneras. Escribí
este cuento en febrero de 2015 en
inglés, y luego lo traduje al español y al Esperanto.
Si lo prefieres leer en alguno de esos idiomas puedes pulsar
los enlaces correspondientes.
- Abuelo
y nieto : Se me ocurrió la idea central de
este libro cuando nació mi nieto, y por eso se lo dico a él.
No obstante, no hay nada biográfico en este relato. Es un
libro muy breve, de apenas cuarenta páginas en tamaño A5, y el
argumento trata de la literatura como puente que une al abuelo
y al nieto. En opinión de los lectores el cuento es divertido,
y nadie se ha quejado del tiempo que le han dedicado a leerlo.
Como mis otros relatos, se puede leer gratuitamente y sin
resumir en su
versión esperanta.La publiqué en esta web el 15 de
agosto de 2016.
- El
año que fui mujer . Un anciano se convierte en
mujer joven. Es mi primera novela escrita
originalmente en inglés Ahora se puede leer en
Esperanto. Publicada en versión digital en Amazon
en inglés, y luego en español.
Pero aquí
se puede leer en Esperanto.
- La
Cronista, o Los amos del tiempo: un
maestro nacional jubilado decide dar la vuelta al mundo. En
Chennai (también llamada Madrás), India, encuentra a una
muchacha extraña: una viajera del tiempo que le explica su
mundo. Durante más de 400 páginas compartimos las aventuras de
Indalecio y Vanessa en el pasado y el futuro. hasta que
finalmente asistimos a la transgresión de la materia, que da
lugar a la trilogía: Transgresión,
de la que este libro es el primer volumen, al que siguen
Tricronía y Los
desterrados, en que los protagonistas
adoptan papeles menos importantes, y aparecen nuevos
protagonistas, para nuestra diversión.
- El
libro de las crónicas angélicas y las anécdotas
diabólicas. Veintiún cuentos en que
ángeles o demonios adoptan papeles de diversa imporancia. Tres
de los cuentos son de mis compañeros Ann Lake, Gema Gimeno y
Jack Crane. Este libro fue El Libro del año
hasta el 31 de diciembre de 2018.