Volver

Jesús Ángel.


Umú, la hetaira de ébano.


Umú, la hetaira de ébano.

El segundo volumen de la trilogía El oficio viejo aborda un tema muy grave del mundo actual: la relación entre la inmigración y la prostitución, que aunque no siempre van unidas en este caso sí que lo están. Es una profunda reflexión que estoy haciendo sobre un tema sobre el que siempre se pasa de puntillas, o bien con la condena intransigente o bien con el soterrado sentido del morbo, pero no siempre con la honestidad suficiente para tratarlo desde el punto de vista más humano y comprensivo, pues se trata de personas que sienten y padecen, y que a veces eligen esta profesión libremente, a veces no. Al igual que Mariana en el primer volumen, Umú no tiene más remedio que vender su cuerpo, pero al revés que aquella, esta no es secuestrada por ninguna mafia, sino que es ella misma quien decide huir del infierno, y lo conseguirá sólo a cambio de un alto precio.

Esta historia aún estaba en fase de desarrollo cuando tomé la decisión de escribir sólo en inglés durante un año. En ese momento había ya ocho capítulos escritos, aparte del plan general, y a modo de muestra os presento aquí el tercero, cuando la protagonista ya llega a un mundo más civilizado que el que la iba a obligar a ser esclava mutilada. No es un libro pensado para que guste, sino para que haga pensar.

El libro ha sido reorganizado en seis capítulos, cuyos tres primeros tienen 25 subcapítulos en total. También ya está disponible en Esperanto, y fue el Libro del año durante el 2019.


Este es el contenido:

Índice

1 La huida. 2 ¡Vuelta a casa! 3 Rosa y Senda. 4 El bebé de Senda.
5 La profesora de español.
6 Fin.

Llegada

A las dos de la tarde, notó algo húmedo en su cara. Abrió los ojos y vio un enorme perro que le estaba saludando con la lengua, a la manera en que los perros saludan. Antes de poder reaccionar, con miedo, oyó una voz:

—¡Brusco!, ¡ven aquí!

El dueño del perro y de la voz, un hombre de cincuenta años, casi calvo y con la mitad de los pelos que cubrían su occipucio totalmente blancos, se acercó a la joven de Malí desnutrida y temerosa. Se percató al instante que no se podía mover, ni tenerse en pie, y, tocado en lo más profundo de su corazón ante la desventura evidente de la muchacha, la cogió en brazos y se la llevó a su casa. Asombrado, vio que no pesaría más de unos treinta kilos, a pesar de que mediría unos sesenta centímetros por encima del metro.

La mujer de Eufemio, el buen samaritano, creyó que se trataba de una desgracia:

A los quince días de estar con los campesinos recuperó varios de los kilos que había perdido, y aprendió a chapurrear el idioma español. Lo suficiente para que ellos supiesen que era inmigrante ilegal y que estaba sin papeles, pero con verdadero pánico a que la devolvieran a su país. No podía aún explicarles, pues su dominio del idioma no daba para tanto, que había huido de su país, de sus padres, de su novio, de su vida toda, porque la querían mutilar, le querían ablacionar, y por huir de un infierno había sufrido otro, quizá peor. Había atravesado un desierto, había comprado una plaza en una patera con su cuerpo en Mauritania, había realizado una travesía en un barco y luego en una patera desde alta mar hasta una pequeña playa de Murcia, y no había dejado de andar hasta llegar allí, cerca de un pueblecito de Cáceres llamado Torrequemada.

Eufemio debería haber informado a la Guardia Civil de que había dado cobijo a una inmigrante ilegal de África sin saberlo, y así quitarse un problema de encima. Pero Eufemio1 hizo honor a su nombre y realizó una obra de caridad: le dio un trabajo a la joven Umú. No era la primera a quien le proporcionaba un medio de vida. Cerca de su casa había edificado un barracón de madera, y allí dormían diez inmigrantes de diversa procedencia: seis hombres y cuatro mujeres. Umú sería la 11ª. Durante todo el día, de sol a sol, recogían fresas, regaban el campo, ahuyentaban los pájaros, y corrían a ocultarse si veían movimiento en la carretera de Torrequemada, u oían el silbato de los que cada uno llevaba pendiente de un hilo alrededor de su cuello, a modo de collar.

Elvira no estaba de acuerdo con esta forma que tenía su marido de explotar a los inmigrantes.

Elvira callaba. Estaba harta de que su marido siempre le diera la vuelta a todo para salirse con la suya. Y todo por explotar a aquellos pobres desgraciados. Trabajaban cono esclavos por un plato de comida a mediodía y otro por la noche. Y al final del mes recibían sesenta euros cada uno. Dos miserables euros al día. Así habían levantado aquella finca que estaba a punto de desaparecer hacía tan sólo unos meses cuando llegaron Dimitri y Tania huyendo de los gendarmes franceses, que habían estado a punto de echarles el guante. Les tenían auténtico pavor a los gendarmes y a todo lo que se les pareciese. Tras ellos llegaron otros ocho, que al ver que en lugar de denunciárseles se les daba trabajo, por fin pudieron descansar y estabilizarse.

Pero Eufemio era buena persona: procuraba que no les faltase de nada, hablaba con ellos, de modo que poco a poco ellos iban aprendiendo a expresarse en español. Algunos inmigrantes se iban y probaban fortuna en otros trabajos, pero a veces los cogía la policía y los deportaba, aunque había afortunados que tenían más suerte y conseguían los papeles de residencia, y ocasionalmente la nacionalidad.


NOTA.- 1 Eufemio significa El que tiene buena fama


Estaré encantado de recibir críticas o sugerencias sobre el libro. Gracias por adelantado.



Volver