Volver
Mar, rielo, Sol, atardecer.
Sireno de Serena,
de
Jesús Ángel de las Heras Jiménez
© 2024 Jesús de las Heras.
  1. Ninguna parte de esta obra puede reproducirse sin permiso previo escrito del autor.
  2. Los personajes, situaciones y eventos descritos en esta obra son productr;o de la imaginación del autor, de modo que todo parecido con la realidad es pura coincidencia, ajena por completo a la intención del autor.

Índice. English Esperanto

    Dedicatoria.
    Prólogo.
  1. Introducción.
  2. Yo, Serena.
  3. Captura.
  4. El despertar.
  5. Supervivencia.
  6. Superficie.
  7. Excursión terrestre.
  8. El reencuentro.
  9. Epílogo.
  10. Fin.
  11. Bibliografía.
    Sinopsis.

  Dedicatoria. English Esperanto

Cariñosamente dedicada a todos
los que amamos el mar.




















Prólogo. English Esperanto

Hace meses leí una novela maravillosa, La vieja sirena, que José Luis Sampedro publicó en 1990. Aquel libro me hizo disfrutar, y me sugirió este.

Sin embargo este libro no es copia ni símil de aquel, sino que me fue sugerido por aquella lectura: la sirena de Sampedro se adapta a vivir en tierra, en un tiempo pretérito, el de los romanos, mientas que mi sireno es un hombre que se acostumbra en la actualidad a vivir en el mar, a costa del mar, y descubre —y nos hace descubrir— que otro mundo es posible, porque existe y está en este.

Sireno de Serena es una narración fantástica, la 78ª en que me he implicado, pero no es ciencia ficción, sino ficción fantástica. Mis sirenas existen porque siempre han existido, al igual que los chimpancés han estado en el mundo desde siempre sin que los autores que nos han hablado de ellos, como Edgar Rice Burroughs con su Tarzán de los monos, nos hayan tenido dar fe de su origen y continuidad en el mundo animal: existen y punto. El lector puede pensar que las sirenas no existen..., pues bien: en este libro no solo existen, sino que les harán disfrutar de su mundo, de sus ideas y de sus aventuras a lo largo de las páginas de esta narración. Y si al término de la lectura ustedes siguen pensando que las sirenas existen, o no, es cosa suya, ya que lo que yo he pretendido al describir ese mundo es que ustedes pasen un rato de evasión de sus problemas y preocupaciones, y se sumerjan —jamás mejor dicho— en este mundo mágico del mar.

Los personajes y eventos son por completo —ocioso sería explicarlo— ficticios, y nada tienen que ver con personas o situaciones del mundo real, y si acaso en algún particular se le parecieran, sepa el lector que es pura coincidencia ajena a la voluntad e imaginación del que esto subscribe.

Introducción. English Esperanto

Dicen que las sirenas originalmente eran aves con cabeza de mujer, pero por suerte la verdad se ha impuesto con el tiempo y para el vulgo hemos recuperado la cola de pez que nunca dejamos de tener y en la que reside nuestra razón de ser y nuestra sabiduría.

Las sirenas hemos estado en el planeta Teluris desde hace millones de años. Los humanos conocen Teluris como Tierra porque tienen poca imaginación y se creen que lo importante es lo que ellos pisan, a pesar de que es la parte más pequeña del total. Desde la cresta de nuestras olas hemos visto venir e irse a los dinosaurios y a muchas otras especies, entre ellas la humana, que no tardaremos en despedir, dada nuestra experiencia observando los ciclos de las diferentes especies que han venido y se han ido a lo largo de nuestra larga historia, que ciframos en más de mil millones de años, desde que el planeta se enfrió lo suficiente para que Essa, la primera sirena, apareciera sobre la faz de esta roca con agua y aire. Essa procedió de especies consecutivas de animales marinos, y vivió sola hasta que aprendió a reproducirse por partenogénesis. Algo salió mal, y sus trece hijos no salieron bien. Algunos murieron a poco de nacer, otros duraron décadas, y solo tres hembras y dos machos consiguieron vivir un siglo. Poco a poco fueron evolucionando, a través de cien generaciones, y hemos llegado a la longevidad extrema, de tal magnitud que no conozco a ninguna otra sirena —ni siquiera yo misma— que haya muerto o presente signos de vejez, tal cual refieren las más antiguas de nosotras. Les extrañará a ustedes que hable en femenino, y no haga referencia a los sirenos. Existir, existen entre nosotras, pero descubrirán ustedes a lo largo de este relato por qué el sexo masculino tiene tan poca relevancia entre nosotras, las sirenas. Y por qué nos duran tan poco.

No quisiera cansarles con generalidades, así que les contaré mi historia. Suya será la responsabilidad de creerse que esto es cierto o no. No dejaremos de existir las sirenas, ni empezaremos a hacerlo, porque usted dude o deje de dudar lo que le expongo a continuación.

Yo, Serena. English Esperanto

Nací en una isla del Mar Mediterráneo, cerca del continente africano. Algunas de nosotras nacemos en el mar, pero las sirenas preferimos dar a luz en tierra, de forma que la bebé pueda usar los pulmones, dado que las branquias se abren en nuestros ijares y se utilizan automáticamente en cuanto nos falta el aire. Por el contrario, cuando damos a luz en el agua a la bebé se le abren las branquias automáticamente, lo que causa que al salir a tierra le cueste mucho más abrir los pulmones al aire circundante, llegando a ahogarse si su madre no interviene rápido. Cuando una sirena sube a tierra lo hace reptando, ayudándose con las manos, hasta que la cola se seca y se forma nuestro abdomen, con piernas muy blancas, porque no les ha dado el sol. Normalmente exhibimos el sexo femenino, que es lo natural en nosotras, pero si hacemos un esfuerzo mental antes de salir del agua hasta que nuestras piernas se han secado, podemos convertirnos en sirenos, a voluntad. No es algo que se haga con frecuencia, excepto con fines reproductivos, ya que sí que somos vivíparas y necesitamos por lo tanto el concurso del macho.

Mi padre, Nefrenio, mantuvo su sexo durante 20 años, hasta que yo me desarrollé por completo, pues decía que necesitaba un referente masculino. Luego se convirtió en Nefrenia y fue la mejor amiga de mi madre. El padre de mi hermana, sin embargo, fue Sheelo, que a los pocos días del parto retornaría a ser Sheela porque decía que no lo podía soportar. Por suerte para Siele, mi padre y yo la adoptamos y le enseñamos todo lo que él sabe, antes de feminizarse otra vez, cuando ella tenía diez y yo veinte años de edad.

Una o dos decenas de años de edad es todavía niñez incipiente, en comparación con lo que las sirenas tenemos que aprender para sobrevivir y para lo que podemos llegar a hacerlo, dado que nuestra longevidad es muy larga y se mide en siglos.

Mi madre, Irenia, nunca había tenido hijas, y le costó bastante más de lo que pensaba traerme al mundo. Una sirena puede tener descendencia una vez cada diez años, aproximadamente, por lo que cuando nació mi hermana Siele, yo ya había aprendido muchos trucos para defenderme en nuestro hábitat, la capa líquida que cubre nuestro mundo.

Jeje, el hombre se cree el rey del universo, pero no llega a los cien años, normalmente, y en cambio nosotras morimos por accidente o por sirenicidio, pues no solo somos longevas por definición, sino que nos encanta la vida. El hombre se encasilla en países de varias decenas de miles de kilómetros cuadrados, quizá un millón, pero nosotras tenemos cinco mil millones de kilómetros cuadrados (o sea, casi doscientos trece mil millones de kilómetros cúbicos) para una población mucho menor, de apenas unos cientos de nosotras. A veces muere una sirena, pero es algo muy poco frecuente. No tenemos depredadores, y no depredamos. Algunas de entre nosotras se alimentan exclusivamente de plantas marinas, pero otras nos comemos diferentes especies de animales del mar, aunque no de forma tan exagerada que acabemos con ninguna especie. Mi manjar preferido son los tiburones, porque no tienen huesos, y sus partes más duras son los dientes de la boca, pero esos los escupo. Los tiburones se comen todo lo que pillan, son voraces, y les vuelve locos la sangre. Por eso yo voy a por ellos.

Como decía, mi madre me dio a luz en una isla del Mediterráneo, nosotros la llamamos Iscia, pero creo que los humanos la llaman Chipre. Cuando no había humanos allí era un lugar pacífico, con unas puestas de sol magníficas. Pero desde hace unos cuantos miles de años aquella gente no deja de pelearse entre sí, y a veces han sorprendido a algunas de mi especie y las han atacado, sin saber que a nosotras nos temen los tiburones. Mi amiga Tiara sufrió en una ocasión el ataque de dos humanos, y se defendió a bocados y acabó con ellos. Luego me dijo que no sabían muy bien, aunque eran muy nutritivos. Tuvo que nadar mucho para sintetizar todo el alimento que le procuraron aquellos dos desgraciados. Estuvo casi un mes sin volver a comer, y le dio una aerofagia que le duró semanas. Por las burbujas que hacía sabíamos las demás dónde estaba Tiara...

Mi madre me amamantó hasta los diez años, cuando nació Siele. A partir de entonces mi mentor fue Nefrenio, mi padre. Él me enseñó a cazar, y a respetar las poblaciones de peces que no eran muy numerosas. También me enseñó a romper las redes de los pescadores que pescaban todo lo que pillaran, sin importarles hacer desaparecer colonias enteras, fueran de especies minoritarias o no. Nosotros les rompíamos las redes, e incluso hacíamos naufragar sus barcos, atrayéndolos a las rocas con nuestros cantos, pues en contacto con el aire nuestra voz es melodiosa y cantamos a dúo y a trío muy bien. Ellos nos ven cuando sacamos medio cuerpo fuera del agua, y se encandilan con nuestras cabelleras y nuestros pechos, creyendo que somos de su especie, y vienen hacia nosotros. Encallan sus barcos y naufragan, y si no saltan a tierra a tiempo, los tiburones —que también han oído nuestros cantos y los saben preludio de un festín— se presentan y hacen escabechina. Nosotras los dejamos hacer, pues tardan tres días en sintetizar la carne de los terrestres y entonces los tiburones saben mejor cuando nos los comemos nosotras a ellos.

Nefrenio también me enseñó a distinguir las corrientes submarinas y a aprovecharlas para navegar con mayor rapidez y menor esfuerzo, así como a interpretar bien los mensajes que nos traen por medio del color, el olor, el sabor, gusto y la temperatura.

La luz del Sol —del rojo al violeta— no penetra mucho el mar. Cuando nos apetece, nos subimos a la superficie y nos tendemos de espaldas, recibiendo los rayos de nuestra estrella durante horas. A veces se acerca algún delfín y juega con nosotras, y charlamos mucho. Otras veces nos quedamos dormidas mirando hacia arriba o hacia abajo, lo cual nos da un tono más obscuro en la piel. Me gusta cuando las olas me levantan, y observo desde la cresta el mar circundante. A veces cabalgo la ola de modo continuo, de modo que siempre estoy en la cresta, y me parece estar en la cima de una montaña quieta en el mar, aunque en realidad me muevo con la ola hacia alta mar o hacia la playa, y cuando llego a esta me tiendo sobre la arena con los brazos extendidos. Más de una vez me he despertado con la cola seca, o sea con mis piernas. Cuando me ha pasado eso y veo a algún humano cerca me sumerjo en el agua para no acabar haciéndole daño. Ellos se quedan embobados, mirándome, y tras tirarme al agua, ellos se quedan mirando para verme aparecer, lo que nunca sucede.

Es en esos momentos en que estamos tendidas en la playa cuando puede aparecer un sireno y nos fecunda. Pero la vida de una sirena se complica mucho cuando eso sucede, pues los siguientes 80 años tenemos que estar pendientes de nuestra cría para enseñarle a vivir como una buena sirena.

Captura. English Esperanto

Allí estaba aquel hombre. Era una playa casi solitaria, donde había apenas veinte humanos nadando, flotando o charlando entre sí en ese idioma tan desagradable a los oídos, el humano. Supongo que hablarán diferente en cada uno de los países que se han inventado, pero a nosotras las sirenas nos parecen todos el mismo murmullo desagradable, aunque a veces chillan muy fuerte. Pero aquel hombre no hablaba con nadie.

Llevaba sobre la cabeza una especie de alga extraña y ridícula, y se limitaba a flotar. De vez en cuando miraba su muñeca, que más tarde me enteraría yo de que se trataba de una máquina que llaman reloj y que sirve para decirle la hora, en qué trozo del día se encuentra. Para los humanos el tiempo es muy importante porque disponen de poco. Me hizo gracia verlo allí, con aquel ridículo pedazo de alga sobre el abdomen y el otro aún aún más ridículo sobre la cabeza. Obedeciendo a un impulso juguetón, le así un pie y tiré de él hacia mar adentro.

Él estaba meditando, pensando en su vida, en su familia, en su profesión, pues acababa de jubilarse, según me dijo después. Jubilarse es cuando ya has trabajado mucho tiempo y dejas de hacerlo, y los demás humanos te dan un dinero que ellos llaman pensión para que vivas hasta que te mueras. Entre nosotras no existe ni la pensión ni el trabajo, sino tareas. Cada una de nosotras tiene que hacer lo que necesita, y si te lo pide otra, la ayudas. Nosotras nos sentimos fuertes toda nuestra vida y nunca tenemos que depender de las demás.

Al sentir el suave tirón de mi mano, aquel humano se sobresaltó, y no lo relacionó con otro ser, sino que en principio pensó que se trataba de una corriente marina. Yo le asía el pie con suavidad, pero también con firmeza, por lo que no se podía soltar. Pero no me gustaba que el otro pie se desplazase hacia la derecha, así que lo así con mi otra mano, y aquel ser vio que navegaba mar adentro con los pies juntos, sin que ni sus esfuerzos con las manos, ni sus gritos, consiguiesen impedir irse mar adentro. Los demás humanos no se dieron cuenta de que uno de los suyos los abandonaba, pues ellos siempre se preocupan cada uno de lo suyo. Y además hay muchos.

Tardamos un rato largo, dos horas según el reloj de aquel humano, en alejarnos cinco kilómetros de la costa. Yo sentía la angustia de aquel hombre. Con suavidad, mientras él estaba presa del terror porque no sabía lo que estaba pasando, le quité los dos trapos que tenía por toda vestidura. Me hizo gracia ver que a pesar de estar en el agua tanto tiempo aún conservaba las piernas. Entonces me presenté.

Él reaccionó con miedo. No comprendió lo que yo le decía, pues mi dominio del idioma humano es muy limitado. Luego me diría que a él le sonó a algo así como iiiijk!

Viendo que no me comprendía, pasé al uso de la telepatía.

~Hola, humano ~le dije por este otro medio.
~¿Quién eres? ~pensó.
~Yo soy Serena, tu sirena.
~Las sirenas no existen.
~Entonces yo no existo, y tú estás en la playa con tu gente.

El hombre se tocó las caderas y vio que estaba desnudo, se tocó la cabeza y vio que ya no tenía aquellas algas.

~¿Me has quitado tú el sombrero y el bañador?
~¿Las algas? Sí.
~Devuélvemelos.
~¿Para qué los quieres?
~Me da vergüenza estar desnudo ante una mujer tan bonita como tú.
~Prejuicios. Nosotras siempre estamos desnudas. Además, yo no soy una mujer, yo soy una sirena.
~Eh..., bueno, menos mal que el mar me tapa.
~El mar es el mejor vestido que puedes encontrar en todo el mundo. Pero yo sí te veo.

Me sumergí y abracé sus piernas a la altura de las rodillas. Qué gusto, tenerlas en el mar. Luego subí a la superficie.

~Eres un humano normal. No te falta de nada. ¿Qué temías?
~Yo..., me da mucha vergüenza que me veas desnudo.
~Yo estoy desnuda ~le dije tomándole una mano y poniéndola contra uno de mis pechos. ~¿Y qué?
~Yo quiero mi bañador, sirena.
~Pues..., no sé dónde está ahora. yo lo dejé aquí encima ~dije mostrándole el pedacito de mar que había bajo mi mano. ~Se habrá hundido.
~Es que no puedo volver así.
~¿Por qué no?
~Los hombres se reirán de mí, otros se enfadarán, y las mujeres se asustarán.
~¿Burla, enfado, susto por el cuerpo humano? Tu gente está loca.
~Es como somos.
~Nosotras no tenemos vestidos. No nos da vergüenza que se vea como somos.
~Ya lo veo...
~¿No te gusto?
~Me das miedo, sirena.
~Mi nombre es Serena, ¿y el tuyo? Pero ¿por qué te doy miedo? Yo soy tu amiga. Y tú me gustas mucho.
~Porque tienes varias hileras de dientes, como los tiburones. Tus ojos se alargan hacia los lados, tu pelo es muy denso... Y tienes una cola de pescado en lugar de piernas. Me pregunto cómo os reproducís... ¿Ponéis huevos, como las aves?

Aquel humano era estúpido. A cinco mil metros de su mundo, perdido en mitad del mar, y su preocupación eran mis ojos, mi pelo y cómo nos reproducíamos.

~Mira humano..., ¿cómo te llamas?
~Diego.
~Diego. Bueno, mira, Diego, si quieres, te enseño mi mundo. Luego te contestas tú mismo esas preguntas.
~No puedo, Serena, mi esposa se va a preocupar.
~¿Tu esposa?
~Sí. Es..., bueno, es la humana con la que vivo. Desde hace muchos años.
~Ahora puedes vivir conmigo.
~No, tengo que volver a mi casa.
~¿Para qué quieres una casa si aquí tienes todo el mar para vivir en él? No te va a faltar de nada.
~Sí, claro. Pero en el mar también hay...., ¡eso! ¡Cuidado, un tiburón!

Hacía un rato que lo había visto yo también, pero no quería asustarlo, porque yo sé que los tiburones les dan miedo a los humanos. Había estado dando vueltas a nuestro alrededor. Dudaba si atacar al humano y comérselo, o huir de mí. Como he dicho antes, las sirenas siempre los dejamos que se coman a los humanos. Luego seguimos a los tiburones de modo que los que escapan a nuestra cacería no se enteran de que a los tres días alcanzamos cada una a uno de ellos y nos lo comemos a bocados, porque resulta su carne mucho más apetitosa cuando acaban de sintetizar en su metabolismo la carne y huesos de los humanos y ya han expulsado de su cuerpo la parte tóxica.

~¿Un tiburón? Espera, que te lo traigo.
~¡No, no! ¡Aléjate de mí!

Le hice caso a medias. Fui hacia el tiburón y le asesté un mordisco en la nariz que le hizo estremecerse y salir nadando tan rápido como pudo. Mastiqué despacio aquel kilo de carne fresca, y tras tragármelo, salí nadando detrás de mi presa, y le fui dando mordiscos hasta que de aquel animal quedaba solo la boca. La cogí con la mano y volví a donde estaba mi humano, que aún nadaba desesperado hacia la playa.

~Toma, te traigo un recuerdo.

Le mostré la triple fila de dientes de la mandíbula del escualo, y él me miro con terror.

~¡Tú lo has matado!
~No solo eso: me lo he comido.
~¿Las sirenas coméis tiburones?
~Nosotras comemos de todo. Pero yo prefiero comer tiburón crudo, porque no tienen espinas.

Aquel humano me miró con mirada más tranquila, casi sonriendo.

~No tengas miedo de los tiburones. Estás conmigo. Yo te defenderé.
~Serena, una corriente de agua me ha traído hasta aquí, y no puedo volver a tierra. Voy a morir.
~¿Por qué vas a morir?
~El ser humano no puede vivir mucho tiempo en el mar.
~Si lo dices por los tiburones, no hay cuidado. Ya te he dicho que te voy a defender. Y si las otras sirenas te ven conmigo, te respetarán. No nos metemos con las cosas de las demás.
~Las cosas de las demás. ¿Soy yo cosa tuya?
~Pues sí. Eres mi invitado en mi mundo. Si quieres, te lo enseño.

Los humanos no son de hablar mucho, ni siquiera con el pensamiento. Son más de actuar. Casi como nosotras, aunque tenemos la ventaja de que en más tiempo hemos aprendido más cosas que ellos en varias generaciones. Así que lo cogí de la mano y me lo llevé hacia abajo, a pesar de sus protestas.

Tras unos minutos dejó de moverse. Supuse que fue porque tenía los pulmones llenos de agua. Cuando llegamos al fondo, le hice la respiración sirénica y después lo llevé a mi cueva, y allí durmió mucho tiempo, de modo que cuando despertó ya estaba más tranquilo.
































El despertar. English Esperanto

Durante días estuvo alĺí, aprendiendo a respirar con las branquias que le salieron debajo de la barbilla, y si no te fijabas, no las veías cuando las tuviese abiertas. Cuando estamos en tierra se nos cierran de modo automático y respiramos por los pulmones, y eso hace que se nos confunda con los humanos. ¿El origen de los humanos fue una pareja de sirenas que se establecieron en Tierra por alguna razón? Me resisto a creerlo porque habrían perdido la longevidad y el inmenso placer de reinar en casi todo el planeta por medio de su parte más líquida...

~¿Dónde estoy? ~dijo abriendo los ojos.
~Aquí, Diego. Estás conmigo, en mi cueva. Donde nadie se atrevería a entrar sin mi permiso.
~Tu cueva... Te veo distinta, Serena. ¿Qué te has hecho en el pelo?
~Nada. Así es como soy en realidad. Y tú estás más guapo también.

Entonces se incorporó y notó la mayor resistencia que hace el agua que el aire al movimiento del cuerpo.

~¿Qué? ¿Estoy bajo el mar?
~Así es. Pero no eres de los nuestros ~le dije poniéndole una mano sobre un muslo.

Él miró con cara de tonto, como si le costara asumir lo que estaba pasando. Miró mi cola, y luego sus piernas, coronadas por sus atributos masculinos.

~¿Me he muerto?
~No, Diego. Y no te morirás mientras estés conmigo.
~Pero..., pero..., ¡esto no puede estar pasando! Tengo que volver, tengo que volver a mi casa.
~Tu casa está a mil kilómetros de aqui. Estás en el fondo del mar, en el centro del mar que está entre tierras, lo que tú llamas el Mar Mediterráneo.
~¿Cuánto tiempo llevo aquí? ~dijo mirando su reloj. Pero no le funcionaba. Estábamos a mil metros bajo la superficie del mar.
~El Sol se ha puesto diez veces desde que te traje.
~¡Diez días! Mi mujer estará preocupada. Habrá llamado a la policía...

Siguió diciendo un montón de cosas que yo no comprendía. Una sarta de barbaridades, en lugar de estar contento de estar con nosotras, de haber heredado el resto del planeta. No era como nosotras, pero se había adaptado bien, mucho mejor que otros humanos que habíamos adoptado como mascotas en el pasado. Ellos se habían ahogado al principio, pero este se había adaptado, había reaccionado bien a mi reanimación sirénica. Le tomé una mano y le acaricié la cara con la otra mía, y le consolé:

~No llores por lo que has perdido. Alégrate por lo que has ganado, Diego. Quiero compartir mi reino contigo. ¿Por qué te apuras? Ya no tiene remedio. Ibas a morir allí arriba, tú solo. Ahora puedes vivir conmigo.
~¿Contigo? ¿Por qué no me preguntaste antes? ¿Mi opinión no cuenta? Yo estaba tan tranquilo flotando, pensando, tomando el sol. ¿Por qué me secuestraste?

Ya no me gustaba lo que pensaba aquel ser tan extraño para nosotras. Pensé que podía devolverlo a la playa donde lo encontré, pero su readaptación iba a ser costosa y difícil, si sobrevivía. Mejor me lo quedaba. Por eso tuve que ser dura:

~Mira, Diego: una corriente te trajo a mí. Si no quieres lo que te ofrezco, te puedo llevar allí para que te ahogues con el aire, o con el agua, posiblemente con las dos cosas. Esto ~le dije tocándole las branquias, debajo del mentón ~es lo que te permite vivir aquí abajo, en todo el mar en realidad. Tu piel se ha vuelto tan fuerte que aguantará toda la presión del agua que haga falta, pero si vuelves allá, simplemente morirás. Para los tuyos tú has desaparecido en el mar. Para los míos tú eres mi mascota. Si te abandono sin preparar adecuadamente, morirás pronto. Yo soy tu única posibilidad de supervivencia si haces todo lo que te diga.
~¿Qué? ¿Soy tu esclavo?
~Si quieres llamarlo así... Nosotras lo llamamos mascota. Tú eres mi mascota. Los humanos durante siglos habéis puesto la figura de una sirena en la punta del barco, lo que llamáis mascarón de proa. Nosotras preferimos mascarones vivos, mascotas, animales de compañía, como queráis llamarlo. Y las opciones que tienes son dos: o hacer lo que yo te diga, o morirte.
~¿Y si no quiero?
~Salgo por esa puerta ~dije señalando con una mano la entrada de la cueva ~y me busco otra guarida. Y te dejo aquí para que te mueras, o salgas y te coma un tiburón. O si entra otra sirena y te ve solo, te comerá vivo.
~¿Coméis humanos?
~Ya te dije que comemos de todo. Te comería yo, pero esa opción no te la doy a elegir. No podría comerte yo. En todo caso me comería al tiburón que te comiese a ti. Aunque ya, con esa piel que tienes, le costaría mucho al pobre bicho.

Me daba pena el pobre humano. Era mucho para asimilar. Le sonreí, y le dije para terminar:

~Mira, Diego, tienes ahí enfrente ~señalé la pared opuesta ~algo de pescado para que te alimentes. Te dejo para que pienses en todo lo que te he dicho. Ten cuidado, es posible que te esté saliendo tu segunda fila de dientes.

Y con un suave movimiento de cola salí de la cueva y me di un largo paseo hasta la superficie, y luego volví. Tardé un día. ¿Qué habría decidido mi mascota?


Supervivencia. English Esperanto

Al llegar a la cueva vi que no estaba. ¿Dónde habría ido? ¿Le había pasado algo? No había restos de lucha, no había sangre por ningún lado. Los tiburones son muy descuidados y habrían dejado algún trozo, algún hueso.

Busqué por los alrededores, pero no lo pude ver en ningún sitio. De pronto oí su pensamiento:

~¿Dónde estabas, sirena?
~No te veo.
~Me escondí.
De repente se abrió un agujero en el fondo marino y poco a poco apareció mi mascota.
~¿Qué hacías ahí dentro? ¿Cómo respirabas?
~Con esto ~me mostró un tubo de hierro oxidado, procedente de algún naufragio, supongo. ~Me enterré de forma que solo sobresalía el tubo. Me permite respirar en este medio, estando protegido por la arena del fondo marino.
~Me preocupaste, mascota.
~¿Así me llamas ahora?
~No. Tú me dijiste sirena, que es lo que soy. Y tú eres mi mascota, Diego. Y yo, ¿cómo me llamo?
~Serena.
~Eso. Pues así es como me vas a llamar siempre.
~¿Por qué tengo branquias?
~Tus genes más primitivos fueron invocados por la respiración sirénica que te hice cuando nos detuvimos en el fondo del mar. Tú estabas inconsciente y por eso no te acuerdas. Ahora ya puedes vivir aquí, conmigo.
~¿Entonces ya no puedo volver con mi esposa, como pensaba?
~Claro que puedes. Cuando vayas a tierra puedes ocultar las branquias cuando lo desees, de forma que ella no las vea.

En los días siguientes mi mascota me hablaba cada vez menos de su mundo terrestre, o de su esposa, o de su familia. Era como si se le fuera olvidando, a medida que descubría las maravillas del mar.

~¿Ya no quieres volver a tu vida en tierra?
~Volveré a ver a mi esposa, pero noto como si mi interés por volver allí fuera disminuyendo. ¿Cómo medís el tiempo aquí?
~Oh, no lo medimos. Tenemos todo el tiempo del mundo. Han sido muchos días, muchas puestas de sol.

Efectivamente, desde que moraba en las profundidades del mar, había tenido una larga adaptación a su nuevo medio. Mientras estuvo inconsciente se le desarrollaron las branquias. Luego había aprendido a moverse poco a poco tras el susto que me había dado. Yo decía que él era mi mascota, y él decía que yo era su maestra.

Sí, cuando se había visto solo después de su discusión conmigo, él había reflexionado: allí, a un kilómetro de profundidad, o se acostumbraba a esta vida, o se moría. Debía de haber desarrollado una piel muy dura, pues pues su cuerpo no se había colapsado, ni sus huesos se habían roto por la enorme presión del agua que había sobre su cabeza, hasta la superficie. Se preguntaba él que cuándo iba a volver a verla. Pero esos pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada del tiburón. Este se había acerado a la entrada de la cueva, y había mirado dentro. Sabía que la luz del sol no llegaba tan abajo, al menos la visible para el ojo humano, y sin embargo él veía en tonos azules y violetas de diverso grado. Dedujo que al tiburón le ocurría lo mismo, y lo había visto. Pero de pronto aquel depredador de los mares en lugar de avanzar hacia adentro de la cueva, retrocedía. Una sirena había aparecido, y el bicho había salido veloz, huyendo de ella. Pero la mujer pez fue más rápida y lo cogió por la cola, se le subió encima y lo que vio a continuación Diego fue una carnicería mucho más salvaje que una corrida de toros: la fiera que cabalgaba a la otra fiera se le estaba comiendo a mordiscos, y pronto el escualo ya no se movió más. No obstante, ella siguió comiendo hasta que solo quedaron los dientes, que dejó caer al fondo. Satisfecha, se alejó lentamente. Observó mi mascota que su cola era mucho más larga que antes, me diría luego. Sí, la realidad es que cuando comemos un pez grande, se nos estira el estómago y con él la cola que lo aloja, y cuando lo hemos digerido, vuelve a la normalidad, a medida que vamos devolviendo al agua lo que nos sobra de la digestión.

Diego recordaba lo que yo le había dicho, que entre nosotras nos respetamos, y no nos entretenemos con las cosas de las demás. Quizá aquella sirena, que luego le diría que era mi amiga Hayk, no lo había visto. O quizá sí y reconoció que aquella era mi cueva, y no se molestó en trabar conocimiento con mi mascota. Mas los tiburones acaso no fueran tan prudentes, y por eso tomó una piedra laminar del fondo y cavó un agujero donde se pudo introducir en vertical y cubrirse con el lodo del fondo marino, asomando solo un tubo oxidado que halló en un pecio cercano para poder respirar hasta que yo regresara y él pudiera salir de su tumba improvisada. Eso sucedió horas después, y me sorprendió al salir de su escondite. Nunca se me habría ocurrido, porque las sirenas somos las reinas del mar, y ninguna otra especie nos hace frente. Somos pocas, pero los demás seres marinos nos temen, y los que no, nos los comemos.

~Ya te acostumbrarás, Diego. No tendrás que volver a ocultarte. Por cierto, ¿recuerdas lo que creíste oír cuando te conocí?
~Sí: iiik.
~Pues ese será tu nombre de sireno. Desde ahora.
~Me gusta ~dijo Diego.
~Es mucho más fácil de pronunciar para las demás sirenas que te presentaré. Significa Salvado de la tierra.
~Jeje, igual que Moisés.

Diego, en adelante Iiik, me contó un viejo mito muy interesante sobre un prícnipe africano que se había llevado a los esclavos de su país para fundar otro en otro continente. Mis amigas sirenas no lo enenderían, porque no tenemos países, ni príncipes, ni esclavos en nuestro mundo.

~Cierto
~me replicó.
~Lo más parecido a un esclavo que tenéis es una mascota, o sea yo.

Pero se equivocaba, pues nosotras no hacemos trabajar a las mascotas en beneficio nuestro, como hacen sus dueños con los esclavos. Para nosotras una mascota es alguien al que se le enseña a vivir en nuestro mundo, y si lo puede soportar, llega a ser una de nosotras.

No satisfecho del todo con mis explicaciones, aún me preguntó:

~¿Alguna vez tuviste mascotas antes de mí?
~Claro. He tenido muchas, Iiik.
~¿Y dónde están?
~Murieron.
~¿Murieron? ¿Todas?
~Muchas mueren porque no soportan la vida bajo el mar.
~¿Hace mucho?
~Las he tenido de diversas especies. Algunas se adaptan a vivir conmigo, aquí abajo. Pero envejecen y se mueren.
~¿Alguna humana?
~Tres. Tú eres el cuarto.
~¿Y qué les pasó?
~No pasaron la prueba del tiburón. Tú has sido el primero, porque tuviste suerte de que mi amiga Hayk pasase por aquí, y luego fuiste lo bastante inteligente para esconderte.
~Ya veo, ya veo. Oye..., ¿tú me mandaste el tiburón?
~No. No hizo falta. Abundan en todos los mares, y yo sabía que podía aparecer uno, o más de uno. Ya e enseñaré a lidiar con ellos.
~Je, al mío se lo comió una sirena.
~Eso podría pasar, aunque estamos tan aisladas las unas de las otras, que era muy poco probable. Tuviste suerte.
~¿Por qué estáis aisladas?
~Porque somos solo ocho mil en todo el mundo, Iiik. Cada una independiente de las demás desde que cumplimos 80 años. Eso nos ha hecho muy reservadas, y aunque cultivamos la amistad, nos gusta estar solas. O acompañadas por una mascota, pero eso es provisional.
~Pero tú tienes familia...
~Sí, claro: madre, ex padre y hermana.
~Y yo, ¿soy familia?
~Pues no: tú eres mi mascota, y estarás conmigo hasta que te puedas valer por ti mismo.
~¿Ah, sí? ¿Y si tú te mueres antes de eso?
~Eso no es probable, Iiik. No se conoce a ninguna sirena que haya muerto, aunque el accidente y el asesinato son posibilidades..., yo nunca he sabido de ninguno.
~¡Sois inmortales!
~Eso parece.
~Entonces tú, que según dices estuviste con tu madre hasta los 80 años de edad..., a pesar de aparentar apenas 20, ¿cuántos tienes?
~Unos 20.000, siglo arriba o abajo.
~¿Qué! No me lo puedo creer.
~Pues sí, créetelo. Es la verdad.
~¿Y generaciones tan longevas no habéis creado nada? Sonreí ante la ingenuidad de mi mascota.
~Nuestra especie es muy antigua, Iiik, la más antigua del planeta. Sí, hubo un tiempo en que tuvimos ciudades, sociedades, división del trabajo, y todas las cosas que tenéis vosotros y algunas más. Pero superamos esa fase. Hubo guerras entre las sirenas, y destrucción masiva, hasta que evolucionamos y abandonamos el lenguaje normal por el telepático y abolimos la propiedad y la mentira.
~¿La propiedad? Pero tú dices que yo soy de tu propiedad...
~Es cierto, pero eso tiene otro significado entre nosotras. Yo te cuido, tú dependes de mí. No me aprovecho de ti, sino que te enseño a vivir como nosotras.
~¿Entonces qué ocurrirá cuando yo ya sepa ir solo, ser independiente?
~Entonces no te haré falta, y podrás irte adonde quieras. Y vivir como una sirena.
~Pero
~dijo tocándose los genitales,
~yo soy macho y veo que todas vosotras no lo sois.
~Cierto. Nos parecemos a vuestras mujeres, pero no lo somos. Tenemos pechos porque nos ayudan a navegar entre las corrientes marinas, y tú no los tienes. Quizá alguna vez te salgan. O aprenderás a orientarte de otra manera. Aquello lo dejó muy pensativo. Durante días no volvimos a hablar, aunque pescamos y nadamos juntos durante mucho tiempo, siempre en silencio, en comunión con nuestro entorno marino.