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Siempre joven,
de
Jesús Ángel de las Heras Jiménez

Presentación.

Desde 2016 he presentado al público 15 libros para lectura gratuita. Hora es ya de hacer un recuento y una reflexión sobre si este proyecto ha merecido la pena. Y veo que sí, que me han leído 39211 personas en el momento de escribir esto. Por lo tanto no ha sido un esfuerzo baldío, dado que el principal objetivo de todo escritor es que la gente lo lea, bajo las circunstancias que sean. Otros esritores escriben para ganar dinero, pero lo deseable es que los lectores lean,  no que paguen. El dinero ya llegará como consecuencia inevitable si al conjunto de lectores le ha gustado lo que ha leído.

En 2021 publiqué en el periódico VegaMediaPress, de Murcia, la novela Siempre Joven, donde todavía se puede leer completa. Pero le falta las versiones inglesa y esperanta, por lo que he decido suplir eso en este año que comienza, traduciendo la obra capítulo a capítulo hasta que esté todo el texto en versión trilingüe en esta web hasta el 31 de diciembre de 2024.

Siempre joven.

El Índice es como figura a continuación:

  1. Una pesca para la eternidad.
  2. Nostalgia.
  3. Bisabuela.
  4. El último paseo.
  5. Problemas familiares.
  6. La segunda visita.
  7. Tiros, palos y puñaladas.
  8. Fabián.
  9. La hora de la verdad.
  10. La tercera visita.
  11. Vuelta a casa.
  12. El señor doctor.
  13. Elena.
  14. La eterna alternativa.
  15. El secreto.
  16. Depende... ¿de qué depende?
  17. Misión: la caza.
  18. El pacto.
  19. El secreto de Sint.
  20. El rescate.
  21. La Reina conoce al Dios de los dioses.
  22. Conclusión.
© 2020 de Jesús Ángel de las Heras Jiménez. Ninguna parte de este texto se puede copiar sin permiso previo escrito del autor. 

1 Una pesca para la eternidad. English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Esta historia tiene algo que ver con el mito de la Bella y la Bestia, tantas veces llevada a la literatura (y de esta al cine), cuyo máximo exponente, a mi juicio, es la joya literaria del francés Víctor Hugo, Nuestra Señora de París, en la que el feo jorobado Quasimodo se enamora de la bella gitana Esmeralda. En nuestro relato la protagonista es una mujer atractiva oriunda del norte de España que un buen día se tiró al río Sella desde un puente con la idea de suicidarse. La corriente era rápida, y ella estaba en el centro del río, de modo que cuando se arrepintió de la barbaridad que había hecho, ya no había vuelta atrás: inútil luchar contra la corriente del río, tan irrevocable como la ley de la gravedad que le había impedido volver al puente cuando vio, en un destello de lucidez y aún en el aire, que aquello estaba mal, que se la llevaba rumbo a los meandros que, unos kilómetros más allá, contenían esas piedras que le aplastarían el cráneo o la atontarían hasta la pérdida de la consciencia que la llevaría a la muerte por ahogamiento.

Quinientos metros río abajo desde el puente se encontraba un hombre pescando, pero sobre todo contemplando la corriente que discurría a gran velocidad, absorto en esa maravilla de la Naturaleza, cuando vio que había enganchado algo. Y muy grande, tenía que ser pues casi le arrancó la caña de las manos. Se apalancó en el suelo justo detrás de una roca para no ceder su presa al Sella, cuando vio que lo que había pescado no era un pez común, sino que más bien parecía una sirena. Sacando fuerzas de su alma, porque él era más bien enjuto, bajito y poca cosa, resistió como pudo, no ya para sacar la pesca del agua, sino para que se fuera acercando a la orilla, cosa que consiguió al poco, al menos lo suficiente para que ella misma se agarrara a las ramas de los árboles que iban a dar al río.

Cuando vio que ya no le hacía falta el anclaje fortuito a aquella chica, dejó la caña en el suelo y fue a ver aquel prodigio.

El hombre observó a la mujer con curiosidad: ¿se cayó, la empujaron, o se tiró ella misma? Era una mujer hermosa, de alrededor de treinta años, rubia, alta, mucho más que él, y a pesar del enorme estrés recién sufrido, parecía muy sana…

De pronto aquella mujer se puso a chillar como una loca, tocándose el vientre. El hombre también se lo tocó, y enseguida se dio cuenta del problema: aquella mujer estaba a punto de abortar. Le subió la falda y le quitó la ropa interior, y con cuidado tomó en su mano lo que aquella mujer estaba expulsando: un feto de dos meses, a juzgar por el tamaño, de apenas tres centímetros. Pobre, nunca sería una persona. No se le podría salvar. Hombre práctico, lo tiró todo al río, incluyendo la placenta. Contra su voluntad, porque creía que la quería ahogar, el hombre consiguió devolverla al río, totalmente desnuda, donde la hundió hasta el cuello. No es que ella fuera fuerte, porque en aquel momento ella estaba exhausta, sino porque el pobre hombre era delgadito, pequeño, poquita cosa, y además ya tenía su edad. Pero el río se fue llevando la sangre de aquella muchacha, la fue limpiando, y el frío de las aguas le cortó la hemorragia. Luego, con mucho esfuerzo, la sacó del agua y la arrastró hasta su vehículo. Y antes de marcharse volvió a recoger la ropa de la recién abortada. Y se la llevó a su casa.

Y la bella se quedó en la casa de aquel hombre tan extraño, a caballo entre la bestia del cuento y el enano gruñón de Blancanieves.

Pero tuvo un problema cuando quiso salir al exterior. Sí, atravesó la puerta de la calle sin problemas, pero cuando quiso pasear alrededor de ella, notó que algo se lo impedía. Se veía una llanura desértica en todas direcciones de una arena amarronada. El cielo estaba negro y el Sol brillaba intensamente. Y aquello la asustó mucho.

Tanto, que chilló llamando a su salvador:

Se montaron en un carro muy extraño. Tan extraño que no tenía ruedas. En realidad era una caja de una madera muy rara. Se encerraron en ella, y unos minutos más tarde notó como si tiraran de ella hacia abajo. Él abrió una puerta, y salieron ante una casa rural de dos pisos, cera del río Sella, donde ella casi muere.

Allí pasaron muchos años. Él la enseñó a leer, a escribir, historia, biología, matemáticas… Mucho más de lo que los hombres aprendían en aquella época, por no mencionar las mujeres. También la enseñó a tocar el piano y a desarrollar una sensibilidad por el arte como no había visto en nadie. Parecía mentira que aquel tipo tan poco agraciado supiera tanto. Con razón la había salvado de las aguas, y había hecho que se recuperara. Nunca se había sentido ni la mitad de bien de salud como desde que estaba allí, con aquel hombre. Le enseñó a hablar en inglés y en italiano a la perfección. Lo único que no sabía era cuánto tiempo había estado allí, en aquella casa de campo.

Hasta que él decidió que ya estaba preparada para la vida en sociedad, y le cedió una casa que tenía en el centro de Madrid, y una cuenta corriente en la que había dinero para vivir varios años, hasta que ella se pudiera ganar la vida.

Pero cuando compró el periódico, vio que había pasado con el hombre feo, como ella lo llamaba, veinte años. Y sin embargo, al mirarse en el espejo, vio que tenía el mismo aspecto que el día en que se había querido matar. ¿Qué pasaba? Ella tenía ahora cincuenta años pero aparentaba treinta.

Pensó intensamente en su salvador, al que conocía por ese nombre, Salvador, cuando tocaron suavemente en la puerta.

El hombre miró al suelo, como hacen los niños cuando se les pilla en una travesura.

Ella le dio un abrazo, y quedó un largo rato sollozando sobre el hombro de aquel enanito tan bueno y tan capaz de todo. De haber sido alto y guapo habría sido el príncipe azul que todas las mujeres han soñado alguna vez. Pero tenía razón: quería aprovechar la vida, vivir una vida feliz desde el punto en que la dejó, ahora que estaba tan bien preparada, veinte años después.

Corría el año 1890. Se fue a Arriondas, y aún pilló a sus padres en su vejez. La tomaron por su hija, claro está. Pero sus otros hijos les dijeron a los vejetes que no era posible. Ella misma le explicó que era la hija de la que se fue. Les explicó por qué se fue, y les contó una historia curiosa, de que se había intentado matar, pero que un hombre bajito y feo la había rescatado y se había casado con ella, teniendo luego a una hija, que había decidido no morir sin haber visto sus raíces. Los pobres vejetes lloraron de emoción, lamentando que su hija no les hubiese confiado su problema. Quizá todos habrían sido mucho más felices, a pesar de las habladurías del pueblo.

Uno de los mozos del pueblo, Enrique, se enamoró de Eufrasia nada más verla. Le pidió relaciones, fue a pedirle la mano a los vejetes, que ya que no pudieron dar la de la hija, le dieron la de la nieta. Pero al cabo de treinta años, en 1920, él le preguntó que por qué ella no envejecía. Y ella le contó la verdad. Él rechazó la idea, le dijo que era una bruja, y que él no quería tratos con el diablo, y abandonó la casa. Ella tuvo que salir adelante con su hijo, cuando él manifestó su deseo de estudiar la carrera de médico, se lo llevó a Madrid, y la estudiaron los dos juntos. Él se hizo especialista en enfermedades del corazón, y ella se hizo psiquiatra. Con los años se fue a visitar a su marido, que había enfermado y estaba recluido en un establecimiento del estado. Cuando la vio empezó a vociferar y se tuvo que ir ella de allí. Al día siguiente le dijeron que había fallecido. Aprendió aquel día que no todo el mundo estaba preparado para la verdad. De hecho casi nadie lo está.

Meses más tarde se despidió de su hijo y se fue a trabajar con Médicos sin Fronteras durante más de veinte años, en diversos lugares del mundo. Acabó en La India, donde conoció a un hombre muy apuesto, James Carter, con el que se casó. No sabía que uno de sus cuñados era un agente de la CIA que tenía de tapadera precisamente a su familia y su trabajo de hombre de negocios. El pobre James murió tres años después, y ella se fue a trabajar con Médicos Unidos por el Mundo, sucesora de MSF, cambiando de lugar de vez en cuando, siempre pidiendo trabajar en localidades muy pequeñas en que no hubiese más médico que ella.




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2 Nostalgia.English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Ansias de inmortalidad tenemos todos desde que nacemos, sobre todo cuando somos conscientes de que la muerte existe y de que algún día nos vamos a morir. Aquel día tan soleado yo me encontraba nadando en la playa frente a la casa que le había legado a mi nieta Jezabel. El cielo azul no tenía ni una sola nube, el mar era tan azul como el cielo que reflejaba; y allí no había nadie más en toda aquella playa de privilegio. Hacía años que nadie vivía allí, pero yo seguía cuidando mi casa. La casa que había comprado muchos años antes y que había heredado mi nieta cuando su madre, Isabel, murió a los 90 años, y su tío tres años después. Su hermano se había ido a Sudamérica y tuvo que pasarlo muy bien, porque no volvió a dar señales de vida. Mi nieta sabía de su hermano por las publicaciones que hacía, pues era escritor de fama y de vez en cuando regalaba a su público con una nueva creación. Pero personalmente llevaba muchos años sin saber de él. Triste vida la de mi hija Isabel, que tuvo un hijo desaparecido antes que ella. Yo me había ido de la ciudad sesenta años atrás, y por lo tanto ya no llegaba a tiempo de verla. Pero vería a su hija, mi nieta Jezabel.


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