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Las 7 vidas de Jesús, registro
de Jesús Ángel de las Heras Jiménez
© 2023 de Jesús Ángel de las Heras Jiménez. Ninguna parte de este texto se puede copiar sin permiso previo escrito del autor. 

Presentación.

Este año voy a publicar aquí un libro antes que en ningún otro sitio, por vez primera desde que, en 2016, comencé a divulgar mis obras para el público en general sin coste alguno. Cuando termine de subirlo, lo publicaré —como siempre— en Amazon para que aquellos de vosotros a quienes les haya gustado y quieran colaborar conmigo, tengan la opción de apoyarme económicamente, si os place. Será poco dinero para vosotros, pero de alto valor para este escritor que os saluda y os presenta el fruto de su imaginación.

Las 7 vidas de Jesús lo escribí a finales del año 2022 y lo terminé a finales de febrero de 2023, habiéndolo sometido a una corrección exhaustiva desde entonces, si bien comprendo que puede que se me haya pasado por alto algún error, que espero que los lectores me hagan notar.

Trata de la vida de un hombre que ve sucesos que le recuerdan otros, a lo largo de su vida, pero a pesar de que por primera vez el protagonista se llama igual que yo, no es una novela autobiográfica, ni está inspirada en hechos reales ni en situaciones ni en personajes que yo haya conocido a lo largo de mi vida, por lo que todo parecido es mera coincidencia ajena a la voluntad del autor.

Las 7 vidas de Jesús

El Índice es como figura a continuación:

    Introducción.
  1. Ocaso.
  2. Amor final.
  3. La pasión del Padre Jesús.
  4. Cura de Almas.
  5. Trémolo affettuoso.
  6. Padre de la democracia.
  7. El testamento de la matriarca.
  8. Y, sin embargo, te quiere.

Introducción . English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Estoy convencido de que a todos nos atrae la inmortalidad. No morirnos nunca, y si tenemos que fallecer algún día, que sea lo más tarde posible, si bien en buen estado de salud, claro, sin sufrir y habiendo llevado una vida cómoda, feliz y digna hasta el último momento. Si no, más vale morirse antes...

A pesar de ello, nunca he encontrado a nadie que diga eso y haya elegido el momento adecuado para suicidarse. Todos quieren quedarse a este lado del Paraíso. ¿Por qué será? A lo mejor no se fían de lo que haya más allá de la línea que marca la frontera entre Este Mundo y El Otro, o a lo mejor es porque dudan de la existencia de ese otro…

El protagonista de este relato, en cambio, no duda de la existencia del Otro Mundo, aunque nunca lo haya visto ni se haya encontrado a nadie que haya vuelto de él para contárselo. Tiene la absoluta convicción de que está ahí, sin que podamos verlo.

Los ciegos no saben lo que son los colores, me dice, pero eso no significa que no existan. Para verlos necesitamos el sentido de la vista, que ellos no tienen, por desgracia. Los olores no se ven, y la luz no se toca. ¿A qué viene esa majadería de ver lo que necesita otro sentido para percibirse?

—¿Y cuál es el sentido para conocer Otro Mundo? —le pregunto yo, preocupado.

—Mira, Ángel, qué mal puesto tienes el nombre, joder —me dice —si no lo tienes, no puedes ni imaginártelo.

Y se queda tan pancho. Y yo rehago mis cábalas. ¿Cuál será ese sentido (el 6º, 7º…, o qué sé yo) al que se refiere?¿La intuición? ¿La fe? ¿La convicción?

—Dios está ahí mismo —se empecina. —No lo ves, pero está ahí, al igual que ese árbol que tú ves ahí enfrente, aunque un ciego no lo vea, y cuando se empeña en caminar hacia allí y se da un golpe contra él, entonces se entera de que sí existe ese árbol.

—Pero el ciego puede saber que está ahí por el sonido de su bastón contra el suelo, y el eco que el árbol le devuelve.

—Razón tienes. A lo mejor con un mucho de suerte consigues ver a Dios, y el Otro Mundo, que no está ahí arriba, sino aquí mismo, a nuestro alrededor…

—Je, Dios y árbol… ¿Y cómo será mi tropiezo con Dios, pues?

—Juas, puede ser el que te mueras. O el hecho mismo de conocerme, ¿quién sabe?

—¿Y tú cómo has llegado a estas conclusiones?

—Pues…, la verdad es que no me acuerdo. Tuvo que haber sido cuando era niño. Dicen que los niños ven cosas que nadie más ve, y a lo mejor yo retuve ese poder conscientemente.

—Me dejas de una pieza.

—Bueno, mira, tráete un par de cubatas y sentémonos, que te lo cuento todo, y luego tú decides con lo que te quedas. Luego puedes escribir un libro, si te atreves, o si no, que te sirva de lección —concluyó con una sonrisa tan cínica como yo no se la recuerdo a nadie.

Hice lo que mi tocayo me pedía, y habiendo decorado el bebercio con unas olivas y almendras, me apresté a escuchar su narración, que traduzco a la tercera persona y a mi aire para ocultar nombres, lugares, situaciones y hechos de vida cuyos parecidos a la realidad sean pura coincidencia totalmente ajenos a la intención o propósito de este autor, cuyo único objetivo es que pasen ustedes unos días a gusto con este, el fruto de mi imaginación, puesto que tanto mi amigo Jesús como los sucesos narrados son totalmente ficticios, como podrán ustedes comprobar, aunque se apoyen en hechos reales (al fin y al cabo el siglo 20 sí existió y el 21 también existe, así como las Islas Canarias y el resto de los lugares mencionados, ¿no?), mas es tan ficticia esta historia que me he atrevido a que mi héroe, por una vez, se llame como yo.

Pero, advierto: esta novela no es una autobiografía, ni la vida de ninguna otra persona que yo haya conocido. Quizá tras acompañar a mi héroe ustedes se hagan la composición de lugar de que sí son hechos reales, después de todo. Sea eso bajo su exclusiva responsabilidad, estimado lector. A mí no me echen luego la culpa de nada, que mi propósito es entretener por medio de esta superchería que ustedes puedan considerar real o no más tarde. Aunque…, ciertamente, mientras la escribo sí que es real para mí. Y espero que para usted, lector, también. Pero cuando vea la palabra Fin , olvídese de eso. Le repito, esto es una fantasía de mi imaginación, y no es real.

Ya me gustaría que sí lo fuera…



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1 Ocaso . English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Rondando los noventa, a punto de entrar en su décima década, Jesús se tumbó en la cama dispuesto a descansar junto a su esposa, que llevaba horas durmiendo. Estaba cansado, pero satisfecho. Llevaba treinta años jubilado, y ya le faltaba poco para completar un tercio de siglo en su nueva profesión, la de escritor, pues los primeros diez años los había solapado con su trabajo de profesor.

Galdós.Sí, lo había hecho mucho mejor que otros escritores dedicados por entero su profesión, como Edgar Allan Poe, Federico Schiller, Benito Pérez Galdós, o el propio Miguel de Cervantes, que malvivieron toda su vida por dedicarse a su arte. Pero él había asegurado primero su condumio estudiando una carrera para sacar luego unas oposiciones y vivir con tranquilidad, sin mayores sobresaltos que alguna discusión con algún compañero cretino a propósito de alguna imbecilidad totalmente irrelevante. Alguna vez quiso escribir algo, aunque lo que de verdad le atraía era la música, y a tal efecto se matriculó en viola, piano y guitarra en el conservatorio de su ciudad.

Pero en dicho conservatorio no había más que mediocridad y falsos divos, así que se aburrió de ellos a los seis años, y el resto de su vida les agradeció el acervo musical que le habían ayudado a construir y que le serviría para disfrutar de la música, de la que eleva el espíritu. Pero jamás volvió a pisar aquel ilustre lugar. Porque aquellos años le sirvieron para constatar que la música en sí no era lo que deseaba hacer, ya que había excelentes intérpretes en el mundo, cuya dedicación y facilidades innatas le harían siempre sombra, y en ese campo nada podría hacer, y todo estaba ya hecho, a su parecer. No, él quería disfrutar haciendo algo que nadie había hecho antes, abrir un camino nuevo sin preocuparse de si alguien lo seguiría después. Su camino. Como el buen Antonio Machado dijo un día, él quería hacer camino al andar, aunque después se quedara en una mera estela en la mar, que se cierra luego de pasar, y el océano quedase después igual de azul, majestuoso e insondable que antes, marcando la irrelevancia de su paso, que sin embargo él quería que le llenase, abriendo su propio camino entre el cielo y el mar, y disfrutando del momento y del lugar, aunque le diese igual la hora y las coordenadas geográficas de su paso por la vida desde allí atrás hacia allá lejos, porque lo que cuenta es andar, observar y enriquecerse con la vida que se le ha ofrecido disfrutar.

Fue diez años antes de jubilarse cuando descubrió su inclinación por la escritura. Y el evento que lo provocó fue que sus alumnos se copiaron un examen del Libro del Profesor , del que él lo había extraído. Aquel error le llevó a escribir sus propios exámenes, y descubrió que se ajustaban mucho más a lo que él había explicado en clase que el que el Libro del Profesor había previsto, y así en sus últimos años él creó sus propios textos y ejercicios, y compiló su propio libro de texto, para rabia del agente de la editorial que servía los libros a los alumnos de su instituto. Pero era cierto que su libro se adaptaba mucho mejor a lo que él pretendía que sus alumnos supieran. De hecho eso le produjo alguna enemistad en el claustro, porque se les veía así el culo a los demás profesores, que podían hacer lo mismo que él, pero no lo hacían porque se dedicaban a otras cosas en sus ratos El libro del profesorlibres. Pero Jesús sabía que la oportunidad de hacer eso se le iba escapando año a año. La jubilación se acercaba a pasos adelantados, y aunque otros profesores iban contando los días que le faltaban para llegar a ella, como los quintos tachan los que les queda para licenciarse, él veía que se acercaba sin que él hubiera hecho algo más que lo que se esperaba de él, y no siempre, y más pronto de lo que él deseaba, la edad lo descalificaría para seguir impartiendo su asignatura, Lengua y Literatura Españolas. Toda su vida se había estado beneficiando de lo que otros con peor fortuna que él —en lo relativo a su vida personal— habían escrito. Hora era ya que él les correspondiera en la modesta medida de sus capacidades. Y su primera obra fue su Curso de Gramática Española , al que siguió su Historia de la Literatura Española , que escribió en los tomos correspondientes a los currículos de sus alumnos, para uso y disfrute exclusivo de ellos. Jamás los publicó, aunque amigos y compañeros le animaban a ello. Y sus compañeros de departamento le copiaban los apuntes, con su conocimiento y anuencia, todo hay que decirlo. Porque las ideas son gratis, decía. Y para su solaz y el de sus antiguos alumnos, que le animaron a ello, escribió una Historia divertida de los escritores españoles , para entender la cual ciertamente había que haberse leído las dos obras anteriores, debido a que no era para todos los acervos culturales…

Pero llegó el verano en el que cumplía setenta años, y cuando volvió en Septiembre a su centro, se encontró con sus trastos en la puerta del departamento, y a un nuevo Jefe del mismo, que le explicó que allí sería siempre bien recibido…, como visitante.

Como hemos dicho más arriba, Jesús era un hombre peculiar, que creía en lo que hacía. Y los exámenes nunca habían sido un trámite más en la vida del profesor, sino una herramienta para saber que era lo que cada alumno había aprendido, y la nota era un mero porcentaje de lo que debería saber.

Estas cosas no les agradaban a sus alumnos, pero no se quejaban porque raro era el que no lograba al menos un 70% al final del año.

Los zagales callaban, asombrados.

Estas y parecidas conversaciones extratemáticas hacían que sus estudiantes se entusiasmaran con los estudios y fueran de los mejores del instituto, aunque —en contraste curioso— su profesor no era de los más valorados. Que los hagan estudiar no es muy valorado por los del cinco o menos que son la mayoría en todas las clases del mundo.

Al jubilarse, Jesús pensaba escribir un libro de memorias, y de hecho comenzó a hacerlo; pero la prudencia le aconsejó dejarlo, pues fueron muchas las envidias y muchos los desencuentros y otros hechos que mostraban la vileza de algunos compañeros que tendría que citar al menos por el nombre, para no ser injusto con los demás, y no le apetecía ser aún más odiado de lo que ya era. En una ocasión las cosas se pusieron muy violentas cuando afirmó en la Sala de profesores que enseñar es un placer. Esto es un vicio pagado. Y los demás no dijeron nada, pero el lenguaje corporal era muy explícito: odio, desprecio, frustración. Nadie apoyó, nadie contradijo. Pero el mensaje le llegó alto y claro: te odio porque tienes razón, aunque yo estoy aquí por el sueldo, o por lo mismo que tú, pero no me atrevo a decirlo.

Al acercarse a los cien le asaltaban a menudo recuerdos gratos e ingratos. Disfrutaba de los primeros y había aprendido a que no le hicieran daño los segundos: las primeras calabazas, la primera novia que le dejó, la primera paliza que le dio su padre, el primer enfado de su madre, el acoso que sufrió en el colegio, y un largo etcétera de cosas que siempre le habían dado vergüenza reconocer, al juzgar desde la edad anciana la serie de tonterías que había hecho cuando era joven…, Oh, Dios mío , se dijo, ¿por qué no nacemos ya sabidos? Aunque luego, poco a poco, se nos vaya olvidando todo, como les pasa a muchos hasta que mueren porque olvidan cómo decirle a su corazón que lata.

Miró a la que dormía a su lado. Setenta años llevaban juntos, y todavía le parecía que era una extraña. Era una gran mujer, aunque tenía sus cosas, como todo el mundo. Elucubró sobre cuánto tiempo les quedaba aún juntos. Y quién de los dos se iría primero. Afortunado este, pues se ahorraría el mal trago de enterrar al otro. Ella le había dicho en una ocasión que quería ser incinerada, pero él, en su fuero interno, sabía que si él se iba después, ambos estarían juntos en la tumba sin hacerse cenizas. El Día de la Resurrección allí estarían los dos, cogidos de la mano, aunque ya no serían ni ellos ni ellas, como dijo el Maestro.

Aquel día había estado escribiendo casi todo el día. Por la mañana lo había hecho a mano, y había pasado la tarde y parte de la noche tecleándolo en el ordenador. Su hijo tiene sus claves de acceso al ordenador y a su nube, de modo que sus cosas, como él decía, no se perdiesen. No quería que el mundo se perdiera las obras de su padre. Sí, a una media de siete obras por año, ya llevaba publicadas 175 obras de diversa longitud y ahora estaba inmerso en su 176ª. ¿Cuántas legaría al mundo? Sin duda muchas más de las que el mundo necesitaba. Pero eso le daba igual, pues le era indiferente legarle una puerta de piedra o una simple estela en el mar, ya que lo que le interesaba a él era el placer de su actividad, lo que había sentido al escribir, al releer, al corregir, al exponer lo que ya había escrito, pues se consideraba su primer lector, y el más incondicional y a la vez el más crítico. No le constaba tener muchos lectores, pues según su página web no pasaban de treinta mil, pero eso le mostraba sólo que no todo el mundo lo comprendía… No está hecha la miel para la boca del asno , se decía.

Y con estos pensamientos, tras un rato largo de desvelo, se durmió. Una imagen de su esposa durmiendo fue lo último que vio antes de cerrar los ojos.


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2 Amor final .English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Cuando los volvió a abrir, estaba un poco atontado. Se incorporó y vio España que ¡aquella no era su habitación! ¿Dónde estaba su esposa, Miriam? ¿Y su iPhone? ¿Y su lamparita de luces LED?

Jesús se frotó los ojos. No podrá creer lo que estaba viendo: en la cama de al lado estaba tumbado un niño, durmiendo.

Entonces oyó un gruñido. Allí, a sus pies, entre las dos camas, dormía un perro lobo.

Coñiso ... Esa palabra le costó recordarla. No la había oído desde que se había ido de La Palma, en 1965...

Por el pasillo le llegaba la luz del día a través de la puerta abierta.

Se levantó de la cama y notó los pies fríos. No tenía zapatillas ni bata, y estaba en calzoncillos. Tomó su ropa de la silla y se puso la camisa y los pantalones cortos, y luego buscó los calcetines y los zapatos del día anterior. Se levantó sin hacer ruido y se fue al comedor. Era un habitación grande, tal y como la recordaba. Y él era más pequeño. Se metió en el cuarto de baño y se vio con mucho más pelo pero más delgado. Echó en falta sus gafas…, sí, allí estaban, en la mesita de noche. Volvió a por ellas. Eran de pasta y los cristales eran de culo de vaso. Se las puso y se fue al comedor a mirar por la ventana, a la calle. Ni subía ni bajaba nadie. Era muy temprano. Aquella calle tan empinada le traía muchos recuerdos...

Cuando se cansó de mirar la calle desierta por la que aún no pasaba nadie, ni había ruido alguno, se fue al mueble librería donde su padre guardaba los 200 libros que tenía. Le parecía ridículo, comparado con su biblioteca de más de diez mil, que ocupaba toda una habitación, sin más decoración que los libros mismos, que ocupaban las cuatro paredes desde el techo hasta el suelo, pero descubrió que sí, era la que había visto en su niñez, que entonces le había parecido enorme: el libro de Matemáticas que su padre había estudiado en la carrera, la que aún no había terminado. Estaban las novelas de Pérez Galdós, que en sus 90 años nunca tuvo tiempo de leerse. Ahora lo haría.

Media hora más tarde oyó el llanto de un niño. Se trataba de Marifé, su hermanita de un año, que exigía alimento. A los pocos minutos oyó una airada voz:

Se trataba de la de su padre, muerto en los años 80 del siglo 20.

Jesús no entendía nada. Pensaba que soñaba con su vida en otro siglo. No se planteó que aquello no era posible.

No recordaba haber visto aquella sonrisa nunca en la cara de su padre.