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27 ensayos.JESÚS ÁNGEL.

Discutamos en paz.


El arte de hablar se basa en el bien decir y mejor escuchar, que no postular y estar de acuerdo, pues si hablamos dogmáticamente no hay debate posible porque estamos en el púlpito adoctrinando a nuestros feligreses, y si todos estamos de acuerdo, el debate no es posible. Además, a nadie aprovecha hablar con un necio.

Como en todo otro juego serio, el diálogo tiene sus reglas,  tampoco le faltan los tramposos, que fuerzan unas reglas asimétricas pues para los demás está el “no me interrumpas” mientras que para ellos hay patente de corso para interrumpir a placer. Eso de tener dos reglas diferentes para sí y para los demás es lo que hacen los psicópatas, y estos lo son del debatir. Cuando no les hacen caso y no se aceptan esas reglas embúdicas intentan descalificar al contrario, que es otro cambio en las reglas del juego que les enfurece cuando los demás no pican y siguen ese juego tan poco respetuoso; o cambian el tema a otro en el que suponen que ellos saben más que los demás para jactarse de la ignorancia ajena y de la sabiduría propia, como si los ignorantes no tuvieran derecho a opinar; para acabar en último término con esa memez tan aceptada de que esa opinión es tan respetable como la mía, que es distinta. Pero al decir eso demuestran la necedad propia y ajena porque las opiniones tienen sus límites y además no todas son aceptables: se puede opinar que el Sol es azul, pero eso sería una memez y el que la dijera en serio sería, si pretendiera que se le aceptara como «opinión respetable», un majadero o un loco. La educación y el respeto se les supone a todos, pero en los debates se evidencia su ausencia en las personas que no escuchan y sin embargo peroran en sus sinrazones, que pretenden hacer pasar como dogmas de fe y que además se les acaban de ocurrir a ellos porque son muy inteligentes.

Desgraciadamente para ellos, los dogmas no existen más que como hipótesis de trabajo, y las quemas de brujas son ya tan virtuales y tienen tan poco fuste que son desactivadas por una sonrisa o un encogimiento de hombros.  Además, esos tertulianos tan desarmados retóricamente deberían comprender que todas las opiniones no son respetables ni despreciables, pues lo que sí es respetable y apreciable siempre (aunque unas más que otras) son las personas. Las cosas que dicen son atractivas o desagradables, ciertas o falsa, interesantes o aburridas, justas o injustas, necias o sabias. y generan violencia y malestar o no. Para generar violencia en un debate no hay que insultar necesariamente ni decir algo insultante. Basta que quien escuche sea violento, intolerante o grosero; a menudo las tres cosas a la vez.

Para que un debate sirva para algo, por ejemplo para aclarar ideas, o para enterarse de lo que piensa cada uno, hay que observar muy pocas reglas: una de ellas es escuchar lo que dicen los demás, apuntándolas en un papel si fuera necesario. Otra regla es no interrumpir nunca, y la tercera es no dejar que te interrumpan cuando tú estás hablando. No faltan caraduras que te acusan de interrumpirles cuando tú estás en el uso de la palabra y son ellos quienes te interrumpen, y ante tu silencio momentáneo se apropian de tu turno de palabra y te acusan luego de interrumpirles. O bien cuando peroran demasiado tiempo como si estuviesen dando una conferencia, porque se las dan de expertos en el tema (lo sean o no) y defiendan el derecho a opinar exclusivo de los expertos. Esa gente se toma muy mal el derecho de «los ignorantes» a opinar libremente en «sus» temas de investigación, de los que no tienen, por cierto, la propiedad exclusiva.

Para poder discutir sobre un tema hay que partir de la base de que uno sabe poco, por mucho que sepa, y que además lo poco que sabe lo puede haber entendido mal. Los datos están ahí, claro, y no son discutibles en sí: la interpretación que se pude haber hecho de ellos, sí lo es.

También hay que tener tanto respeto por las otras personas como el que uno aspira obtener de ellas,  pero si ve que eso no es posible, uno puede optar por irse o por condensar su pensamiento en frases epigramáticas, es decir, cortas y cortantes, aunque se las considere ataques personales. Con mucha frecuencia se aceptan sólo las ideas que uno comparte, y se conculca el derecho de los demás a tener otras.Y eso, según he observado en debates propios y ajenos, hay cosas que la gente no admite, como por ejemplo que en España no ha habido nunca  ni hay ahora democracia, aunque todos hablen de «esta democracia, aunque no sea perfecta», ignorando que no hay grados de democracia: o la hay o no la hay. Si hablamos de «democracia de partidos», estamos cayendo en el mismo error que los franquistas cuando hablaban de su «democracia orgánica». En aquella época la supuesta democracia estaba tutelada por el régimen, y en esta por los partidos, o sea por el régimen: ¿tan poquito hemos avanzado? Sí, hay libertad, y la libertad es necesaria para que haya democracia, pero no es suficiente. Hace falta algo más: representatividad. Por eso ni la orgánica ni la partidista son democracias, pues la democracia sólo admite un calificativo: real, o de verdad, y lo demás son pajas mentales interesadas. Porque la democracia es el gobierno del pueblo, y si hay que delegar en diputados por el gran número de habitantes del pueblo, estos han de ser responsables ante el mismo, y el pueblo ha de tener un mecanismo flexible y ágil para defenestrar pacíficamente a los representantes  cuando dejan de confiar en ellos. La dictadura cuatrienal que padecemos ni es operativa ni deseable por nadie. Al menos por el 55% de los españoles, a juzgar por la última encuesta fiable, las elecciones europeas de 2014.

Por todo ello debatir es un arte al alcance de pocos. No cuenta que se digan las cosas, cuanta lo que cada uno aprenda en un debate bien llevado. Lo malo es que no todos sirven para moderar un debate, y la mitad de los que sí, tampoco lo pretenden.


Estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.




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