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Los cuentos marineros.Jesús Ángel.

Cuentos marineros

Inicialmente pensadas para leer por la radio La Marinera, de Andrés Caparrós, tras terminar las emisiones seguí escribiendo cuentos, hasta completar los 18 que incluyo en este volumen, dedicado a todos los que les gusta la radio y el mar.

Está presente el mar, de todas formas, en algunos cuentos, que pongo en letra más azul a continuación, si bien el extracto que os pongo es un cuento en que la navegación se realiza por tierra, en un trayecto que he realizado cientos de veces.

Índice

    Presentación.......................................9
  1. El viento que hace que no te veo.....13
  2. Lo corrupto es el sistema.................16
  3. Una decisión soberbia......................25
  4. El llanto de un niño..........................34
  5. El último abrazo...............................37
  6. El emir..............................................41
  7. La teleoperadora...............................45
  8. El ángel de la bondad.......................48
  9. Albañil hasta los huesos...................50
  10. El deseo de Amancio.......................52
  11. Salvador y Apolonia........................55
  12. El sueño del mar..............................58
  13. Pequeña tormenta............................63
  14. Una hora en la vida.........................66
  15. Una chica singular...........................72
  16. Tetrálogo.........................................74
  17. Historia de Nanda............................93
  18. Mi pastinaca....................................99

14 Una hora en la vida

La llamada había sido muy rara.

“Hola, ¿eres Paco?”

“Sí. ¿Quién eres?”

“Soy Paco”.

“Dime, tocayo”.

“Buf… Oye, Paco, no me cuelgues hasta que hayas comprendido lo que voy a decirte, aunque te parezca raro. Todavía no lo entiendo yo…”

El individuo tenía problemas con la r, como yo. ¿Dónde había oído esa voz yo antes?

“De acuerdo”.

“¿Has quedado con una tal Caridad, de Blablá Car, para ir a Alicante dentro de un rato?”

“Sí, la estoy esperando”.

“Oye, tío, no vayas con ella. Sal por patas, ahora que puedes. Nos harás un favor a los dos”

“¿Qué? ¿Es tu novia?”

“No, hombre. Pero no vayas. Si vas con ella tendrás problemas. Y lo malo es que yo también”.

“¿Qué problemas? ¿Conduce mal Caridad? ¿Crees que vamos a tener un accidente?”

“No, peor. Los accidentes se entienden. Esto no”.

“¿Peor? No hay nada peor que un accidente. ¿Es una psicópata?”

“No, hombre, Caridad es una chica encantadora. Es el viaje, no ella”.

“¿Has viajado con ella?”

“Sí, acabo de hacerlo. No vayas, búscate a otra”.

Este tío ya me estaba cargando. El raro era él…

“¿A otra? ¿Por qué? ¿Qué de malo me va a pasar?”

“Escucha, me queda poca batería. Se me va a cortar la llamada. No vayas”.

En ese momento la llamada se cortó.

¡Cuánto tío raro hay suelto!, me dije ¿Quién será este? ¿Por qué tenía mi número de teléfono?

Miré el histórico de llamadas,y no lo encontré. Miré con atención y vi la llamada de ayer de mi madre, la de mi novia, a la que iba a ver precisamente a Alicante, y luego vi otra llamada de “Desconocido”. Pulsé para ver los detalles y vi mi propio número.

Jo con la telefónica. Mira que son casposos. Mañana mismo me cambio, me dije. Era una compañía que tenía muchos fallos.

En ese momento oí la bocina de un coche. Alcé la mirada y vi el rostro de una mujer de unos cuarenta años, no demasiado agraciada, pero parecía simpática.

“¿Eres Paco?”

“Ah, hola”, dije yo volviendo a La Tierra. “Tú debes ser Caridad, ¿no?”

“Así es”, dijo ella desbloqueando las puertas.

Era un BMW color crema. No entiendo de estos coches, pero era de los grandes, muy cómodo. Como los coches no me interesan mucho, no le pregunté cuál era el número de modelo. Daba gusto viajar en este trasto.

“Toma”, le dije dándole los cuatro euros que había anunciado en la página web como coste del viaje.

“Gracias”, dijo guardando el dinero en su bolso.

Era raro que nadie hubiera evaluado aún a esta conductora. El coche era magnífico. Esperé que su conducción también lo fuera.

“Ponte el cinturón”, dijo mientras arrancaba el coche.

Como siempre que viajo con un conductor que no conozco, miré el reloj para comprobar la hora de salida. Eran las diez de la mañana.

La verdad es que no tengo queja de su conducción. Conducía con mucho cuidado.

“¿No viene nadie más?”

“No. Sólo tú me has llamado”.

“¿Vas todos los días a Alicante?”

“Casi todos”.

“¿A qué te dedicas?”

En ese momento detuvo el coche.

“Esto es la Gran Vía. Siento no poder dejarte más cerca el centro, pero ya lo dije en la página…”

“¡Qué?”, dije yo mirando mi entorno. Estábamos a la salida de una enorme rotonda de varios carriles. “¿Ya hemos llegado?”

“Me temo que sí”.

“¡Pero si acabamos de salir!”

“No. Lo que pasa es que no has parado de hablar y se te ha hecho el viaje muy corto. Si quieres, ya repetiremos. Buenos días”.

Esbozando un adiós, me bajé del coche. Allí, delante de mí, estaba el Barrio de la Florida de Alicante. A mi espalda estaba la rotonda que te dirigía a Madrid, Valencia y Andalucía, al Puerto de Alicante, o al Centro a través de la gran avenida que los alicantinos llaman La Gran Vía.

“Bueno, vamos a ver a Amelia”, me dije. Recordando mis costumbres cronométricas, miré el reloj: eran las nueve de la mañana. Bien, el sol lucía, la temperatura era agradable…, y de pronto me di cuenta de que algo estaba mal. ¡No podía ser! Habíamos quedado en la calle Abenarabi, en Murcia, a las diez de la mañana. No podían ser las nueve. Al pasar por un kiosko compré un periódico, y comprobé que la fecha estaba bien. Se ve que mi reloj estaba mal…, pero ¿hay averías que le hacen ir hacia atrás?”

“Perdona”, interpelé a una muchacha que pasaba, “¿me dices la hora?”

Ella miró el móvil y sentenció:

“Son las nueve y diez”.

Claro, el móvil. “Gracias”, repuse.

Saqué el mío del bolsillo y vi que eran las nueve y cinco. Bueno había diferencias, pero la hora era la misma.

Encaminé mis pasos hacia el Corte Inglés de Alicante. Había quedado allí a las once con Amelia. No podía asumirlo todavía. ¿Había perdido una hora en el viaje? Aunque en realidad había ganado dos… Porque el viaje ¿cuánto había durado? ¿Cinco minutos?

Y el coche. ¿Qué modelo de BMW era? Recuerdo haber visto que el modelo era ocho mil y pico. Busqué con el móvil la página oficial de BMW, y busqué el modelo. No había ninguno que empezara por ocho mil. Les llamé por teléfono.

“¿Oiga? ¿Tienen ustedes un modelo ocho mil y pico?”

“No, señor. Tuvimos la serie 3000 y 4000, pero ahora son series de la 1 a la 8. A lo mejor se refiere usted a eso”.

Llegué al lugar de la cita, pero aún faltaba hora y media para que viniese Amelia. Me tomé un café  en un bar cercano. De pronto, mirando como un tonto mi móvil, hice algo aún más tonto: me llamé a mí mismo.

Tenía que haber dado error, pero tras varios tonos alguien descolgó.

“Hola, ¿eres Paco?”

“Sí. ¿Quién eres?”

Murcia, a 17 de febrero de 2015,
siendo las 09:55


Espero que te haya gustado este fragmento.  Si quieres leer el libro completo en tu kindle, lo puedes comprar en Amazon por un euro.


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