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Lujuria. Jesús Ángel

Lujuria

Mateo utilizaba a las mujeres como se usa un klínex: las usaba y luego se olvidaba de ellas. Por eso le impresionó tanto Laura: ella lo utilizó a él de la misma forma que él había usado a las mujeres. Y no le gustó nada. Todas las historias felices acaban en boda, pero esta no es una historia feliz porque empieza donde aquellas terminan, en una boda, y luego progresa hasta llegar a un arreglo bastante más adecuado a la realidad de la vida.

Si quiere saber algo sobre su publicación, bastará con que me envíe un email., aunque no antes de leerse las primeras 2325 palabras de esta historia, que ya se puede leer en Amazon, si bien de momento sólo en inglés.

La boda

La lujuria es la tendencia a disfrutar del sexo sea como sea. Los lascivos son gente que piensa en ello todo el día. Normalmente tienen amigos sólo del otro texto, disfrutan de hacer el amor, y piensan que es una pérdida de tiempo no hacerlo.

Mateo era un hombre que podríamos llamar lascivo. Siempre que conocía a una chica, la desnudaba mentalmente y le daba una F o una N. F de follable y N de No follable. Entre las dos cateogrías había otra fantasmal, desdibujada, E de encantadora. Pero a lo largo del tiempo las encantadoras se volvían F o N, aunque a la larga en realidad eso no importaba, pues las olvidaba en todos los casos. Pero no penséis que Mateo era idiota: él disfrutaba de una buena charla con una chica siempre que podía..., si eran E, claro. Con las F sólo tenía una conversación muy sencilla que le permitía saber en sólo cinco minutos si iba a haber negocio con ellas o no. Si no, su interés caía dramáticamente, y normalmente se perdía con otra chica, o como solía decir, con su mejor amigo: él mismo.

Y entonces conoció a Laura. Ella era una rubia de pelo rizado cuyo color era similar al del trigo. El color de su piel era muy blanco, y no era ni delgada ni gruesa. Tenía una estatura de un metro sesenta y sonreía mucho. Sus ojos eran muy brillantes, a veces marrón claro, otras veces de color verde.

—¿Tienes fuego?… —le preguntó ella. Estaban en la boda de su mejor amigo, Alan, que se estaba casando con una de las antiguas novias de Mateo. De hecho la que más cerca le había llevado a él mismo, Mateo, de la condición de hombre casado. De hecho se las arregló para hacerle desistir de sus intenciones a ella mediante su don natural: llevándose a otra hica a la cama justo la víspera del día en que iban a hacer público su compromiso. Así que ese día Amanda se iba a casar por fin, pero con Alan: La boda de A & A, o de la A doble.

La relación de Laura con Alan no había sido sexual en modo alguno. De hecho él había sido profesor de ella en el instituto hacía cuatro años. Ahora ella tenía apenas 20 y aún estudiaba en la universidad. Quería ser artista y tenía un don natural para posar y pintar.

Mateo se volvió y vio a una muchacha atractiva. De hecho no era un belleza, pero la forma en que miraba, se vestía, la forma en que se movía, hablaba, y sobre todo en que esperaba su respuesta fueron armas contra las que no había fácil defensa. Él, el lascivo irredento se quedó sin poder decir algo gracioso o al menos ocurrente, aunque consiguió susurrar algo al sacarse el encendedor del bolsillo.

Ella le miró mientras absorbía el humo de su cigarrillo, y él sintió dentro de sí que algo no funcionaba. Ella parecía esa clase de chica que no te atreverías a hacer daño con una mala palabra o acción, de tan delicada como parecía.

—Gracias, —dijo.

Él asintió, incapaz de decir nada.

—Eres muy atractivo, —le dijo. Aquello le chirriaba en los oídos. Normalmente era él el que decía esas cosas...

—Laura”, —añadió ella.
—¿Qué?. Ah, sí, perdona. Yo soy Mateo, —contestó adelantando su mano abierta para estrecharla con la de ella. Pero ella la tomó entre las suyas, tiró de ella, se acercó a él y le besó la mejilla.
—Encantada de besarte, Mateo, —dijo ella con una mueca graciosa. —Te vi desde el otro lado de la habitación y decidí hablarte.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué?
—Digamos que es porque me gustas, Mateo.
—Pero no me conoces...
—Lo intento..., —contestó, —aunque tampoco es que sea requisito para lo que tengo en mente, Mateo.
—¿Y eso qué es?
—Ya lo verás. Pero mira: yo no fumo, —dijo señalando al cigarrillo que había olvidado en el cenicero en cuando lo había encendido.
—Bueno..., —comenzó él.
—No tienes esposa, Mateo.
—Parece que sabes mucho sobre mí, Laura.
—Suena bien en tu boca.
—¿El qué?
—Mi nombre. Me gusta como lo dices.
—Bueno, Laura, yo...
—¿Tienes miedo de mí?
—Bueno..., la verdad es que...
—Venga, Mateo, no te voy a morder. Por lo menos aquí no.
—¿Ah, entonces sí me morderías?
—Sólo si eres travieso.
— Travieso. Vaya, no había oído esa palabra desde hace siglos.
—Bueno, si sigues a mi vera verás lo que una chica traviesa es capaz de hacer, —dijo con una amplia sonrisa.
—Eso me gustaría verlo, por supuesto, —dijo él. Ahora ya estaba volviendo a ser el de siempre.
—Fácil, —dijo ella.

Se puso de puntillas y le besó en la boca brevemente. Él se dio cuenta de lo que pasaba cuando ella ya se había separado de él de nuevo.

Esto no le podía estar pasando a él. Normalmente era él el que invitaba a la chica a beber algo, y tras unos minutos de charla intranscendente él la llevaba a donde quería, pero él nunca había besado a una chica en la boca en tan poco tiempo como Laura lo había hecho.

—¿Tienes algo que hacer esta noche?, —contra atacó él..
—Creo que sí.
—Lástima.
—¿Por qué?, —quiso saber ella.
—Te podría sugerir algo si estuvieras libre..
—Ajá, —ella dudó. —Dime qué.
—Pero estás ocupadda esta noche.
—Los planes son solo planes, Mateo, hasta que la vida llama a tu puerta de pronto.
—Eres fiósofa.
—Oh, no. No es más que senido común.
—Ya veo.
—Bueno, te escucho.

Mateo la tomó por la mano y la guio al exterior.

—¿Y bien?”, —dijo ella en cuanto estuvieron fuera del salón. La noche era obscura y el aire era fresco. Él la besó. Ella sonrió.
—Mateo, —, dijo ella, —pensaba que tenías algo que decirme.
—Laura: estas son mis palabras, esta es mi conversación, —y la besó de nuevo.

Esta vez la colaboración de ella era evidente. Ella era la que lo besaba, y eso era evidente también.

Y de pronto ella se separó de él, se volvió y volvió corriendo al salón. Mateo se quedó allí solo, preguntándose qué había hecho mal, qué era lo que acababa de suceder. No entendía nada. Ninguna chica había sido inmune nunca a sus besos, y esta tampoco lo había sido. Y sin embargo ¡se acababa de desvanecer en el aire!

Bueno, se dijo, lo malo es que es mujer, supongo.

Volvió al salón, tomó dos vasos de vino y la buscó. Estaba entre dos hombres, que reían de algo ocurrente que habría dicho ella.

—Pensé que te gustaría un trago, Laura, —dijo.
—Gracias, Mateo. Pero ¿qué hacemos con Ron y Jess?
—Pueden ir a buscarse su vaso de vino, —dijo Mateo con una sonrisa.
—No pasa nada, ahora venimos, —dijo Ron cuando ambos se iban.

Pero no volvieron. Para ellos era evidente que Mateo ya había conseguido más de lo que ellos iban a poder conseguir de ella.

—¿De qué os reíais?, —dijo él dándole el vaso de vino.
—Oh, de nada importante.
—Ajá. Entonces su charla no era tan divertida como la nuestra ahí fuera.
—Mateo, —dijo ella muy seria, —cállate.
—Eso es lo que me gustaría, Laura: que tú me callaras la boca con la tuya.

Ella le miró furiosa, pero al sonreír él, ella miró a su alrededor y dijo:

—Ven.

Y se lo llevó a una mesa donde había varias sillas, pero nadie sentado en ellas.

—Vale, Mateo: no creas que soy una chica fácil porque nos hayamos dado un par de besos.
—No, claro que no, Laura. No eres una chica fácil. Pero me gusta como eres.

Desde aquel momento todo fue muy cuesta abajo. Él la había desarmado, por lo que ella le entregó la iniciativa y se dejó llevar a donde él quería ir.

—Arriba hay una habitación que no sabe nadie, —dijo ella.

—Entonces ¿a qué estamos esperando, cariño?, —contestó él.

En cuanto entraron en la habitación, ella le miró y se encogió de hombros:

—¿Para qué quieres las luces encendidas?, —dijo ella.
—¿Qué luces?, —dijo él mientras comenzaba a desnudarla. Luego apagó la luz.

Cuando él llegó a la cama ella ya estaba desnuda, esperándole.

Su forma de hacer el amor fue fiera, como si ambos comprendieran que el mundo estaba a punto de acabarse apenas un minuto después. Y era cierto que ninguo de los dos había hecho el amor así antes. Sus cuerpos esgaban calientes de verdad, y cada uno sintió al otro como si estuvieses ardiendo. Al final estaban exhaustos, y se pusieron a hablar durante un par de horas. Entonces se dieron cuenta de que se les había secado el sudor y se ducharon juntos, hicieron el amor otra vez contra la pared de la ducha mientras el agua les caía suavemente. Cuando acabaron e secaron, se vistieron de nuevo, y bajaron al salón.

Algunos ya se habían ido. Otros estaban hablando, sentados en los sofás. Pero aún quedaba gente bailando. Ellos se unieron a estos últimos. El ambiente era tranquilo, la música lenta, y bailaron durante media hora sin decir nada, sólo sintiéndose el uno al otro, con el cuerpo entre las manos del otro, la cara de ella sobre el hombro de él, pensando en lo bien que se lo habían pasado juntos.

Él pensaba que nunca había conocido a nadie como ella, tan aciva, tan agresiva en la cama, de hecho habían acabado allí porque ella lo había manipulado para hacer el amor. En realidad eso era lo que él había intentado hacer siempre, pero nunc había conseguido: llevarse a una chica a la cama el mismo día en que la había conocido. Y sin embargo ella lo acababa de hacer. Él sintió que ella lo había utilizado.

Por su parte, ella estaba pensando que no se conocía a sí misma. Llevaba más de un año sin hacer el amor, pero acababa de conocer a Mateo y había querido llevárselo a la cama inmediatamente. Su amiga Sandra le había hablado de el media hora antes de verlo allí, en la fiesta. Le había dicho que era un hombre cuya mente estaba dedicada al sexo. Ella, Sandra, había sidoseducida por él, y luego él había desaparecido. Ella había sufrido mucho. Se le quejó de que una vez que Mateo tuvo l oque quería, su interés en ella había desaparecido, y se había buscado otra presa que cazar. Laura sintió un gran interres por ese misógino, ese máquina del sexo. No era que ella quisiera enseñarle una lección, pero quería probarse a sí misma que podía acercarse a al fuego de Mathew y no quemarse, sino apagar ese fuego y marcharse sin que le quedase ninguna cicatriz. Y sin embargo allí estaba ella bailando con él sin saber qué hacer... Having a drink...

—¿Quieres beber algo?—, le susurró en el oído.
—Claro. ¿Por qué no?, —le contestó.

La dejó sentada en uno de esos sillones bajos que se ven sólo en las discotecas, pronto volvió con dos vasos de whisky con soda.

Después de un diálogo silencioso fue él quien dijo::

—Bueno, Laura, ¿y ahora qué?
—¿Qué?
—¿Qué hacemos?
—No hay mucho que hacer.
—Me sorprendes.
—¿Por qué?
—Vosotras las chicas siempre queréis un arelación después de haber hecho el amor con un hombre.
—Sí, supongo que algunas lo hacen.
—¿Tú no?
—Bueno, Mateo, mira, —contestó. —No te conozco. Sólo que haces bien el amor. Pero no sé si me gusta tu forma de ser o no. Probablemente hay muchas cosas en ti que no me gustan. Sufrí mucho con mi último novio y no quiero pasar por eso de nuevo.
—Vale, entonces ¿tú qué sugieres?, —contestó él sintiendo el enorme vacío que deja el sentirse usado y luego abandonado.
—Pues yo sugiero que no nos volvamos a ver. Fue divertido hacer el amor unas cuantas horas, sin compromiso. Si nos viéramos con regularidad habría problemas, con toda seguridad.
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Seguro. Estoy segura. Vosotros los hombres sois muy posesivos, y las chicas tendemos a ser exclusivas. Una mala combinación.
—Pero... Debes estar de broma. Quiero verte de nuevo, cielo.

Eso no es lo que me dijo Sandra, pensó ella. Pero creo que le daré a probar algo de su propia medicina.

—Bueno, Mateo, no te voy a dar mi número. De hecho no tengo móvil. Puedes darme el tuyo, si quieres... Pero no te prometo llamarte en el futuro.

Chica dura, pensó.Es la primera chica que se me resiste en toda mi vida...

—Aquí está, —dijo él dándole una tarjeta. Tenía su nombre y teléfono.
—De acuerdo, Mateo Laplace. Si alguna vez quiero otro polvo contigo te llamaré. Ahora me voy.
—Te acompaño.
—Oh, sí, pensaba que dirías eso. Vale, me puedes acompañar sólo hasta la parada del taxi, gracias.

Fueron a despedirse de los recién casados, y todas las chicas que había en el salón comentaron lo galante que era con una chica..., lo que era una gran novedad para ellas.

Mientras esperaban la llegada del taxi, él lo intentó por última vez:
—Bueno Laura, fue mágico para mi. ¿Estás segura de que no quieres repetirlo?”
—Bueno, para eso tengo tu teléfono, cariño. —Era la primera vez que ella usaba un nombre tierno con él. —Porque no etoy segura. Si alguna vez decido verte de nuevo, serás el primero en saberlo, te lo prometo.

Deaparting taxi A pesar de todo lo que le dijo, tuvo que ver cómo su presa escapaba de sus garras, y toda su munición (palabras y modales) le fallaban con ella. Al final apareció el taxi y él le abrió la puerta. Aguzó el oído, pero todo lo que pudo oír fue:
—Buenas noches, señor. Por favor, vámonos. Le diré la driección dentro de unos minutos.

Y el taxi desapareció mientras él lo observaba, allí, quieto como un pasmarote, mientras memorizaba la matrícula del vehículo.

Espero que le haya gustado este fragmento. Son las primeras ocho páginas de las 40 que tiene la historia.

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