Desde hace unos años
se ha hecho popular esta forma de micro mecenazgo que consiste en que
la gente se compromete a apoyar con dinero un proyecto que le gusta,
como hacer una película o publicar un libro. Eso tiene un
inconveniente: hay que contar con una web u organización externa a tu
proyecto, que suele llevarse algo de dinero. También has de publicar el
propio proyecto, decir qué pretendes hacer, con lo que te pueden copiar
la idea otras personas y adelantársete, sobre todo si ya tienen el
dinero o la subvención para hacerlo. Además, dicha web u organización
te pone un plazo, llegado al cual, si los que se han comprometido a
financiar tu proyecto no han llegado a la cantidad presupuestada, se
les da las gracias por su generosidad, pero no se les acepta ningún
dinero, con lo cual ellos han quedado muy bien, pero tu proyecto sigue
sin dinero para realizarse.
Pero a mí se me ha ocurrido otra forma de financiación. No se trata de
que den dinero a fondo perdido, y me basta el mecenazgo de unos pocos,
de ahí lo de la «élite»: se les pide diez euros al menos a veinte
personas. Con ese dinero tienen derecho a recibir un ejemplar dedicado
en cuanto se publique el libro. En realidad es comprar un libro en
papel por diez euros, pero en lugar de pagarlo cuando lo reciben, lo
pagan por adelantado, y tienen la posibilidad de que sus nombres
figuren como protectores de la novela en los agradecimientos del
autor.
Es fiarse de un desconocido, sí, pero antes de recibirlo verán la portada y el plan de la obra, y antes de escribirse los mecenas irán recibiendo información de cómo va la gestación de la novela: cómo es el plan de la obra, si se altera o no, y por qué, y fianlmente cuándo se envía a la editorial y se recibirá...
Sí, ya sé que
parece una tontería, pero si León Tolstoy hubiera hecho eso, cada uno
de esos 20 libros ahora valdría una fortuna. Puede que vosotros penséis
que yo no soy León Tolstoy, pero os diré un secreto que no por evidente
la gente haya comprendido aún: el gran escritor ruso nunca me leyó a
mí, pero yo sí que lo he leído a él. Y he aprendido mucho de sus obras,
sobre todo a no infravalorarme: cuando todo el mundo le decía que no
sabía escribir, que su Anna Karenina era una porquería de libro, que
se dedicara a otra cosa, él estuvo considerando dejarse la literatura,
aunque por suerte no lo hizo y por eso tenemos Guerra y paz y tantas otras joyas de la literatura universal que escribió después. Tampoco soy Stephen Crane, al que dijeron que aunque su La roja insignia del valor estaba muy bien escrita y había sido un best-seller, en cambio estaba loco si pretendía publicar su Maggie, una chica de la calle,
pues la vida de una prostituta no le interesaba a nadie ni ninguna
editorial se la iba a publicar. Sin embargo él no hizo caso y realizó
una autoedición que vendió entera en muchos países del mundo, además de
en el suyo propio, Estados Unidos, en pleno siglo 19. Ni tampoco soy
Federico Nietszche, que se tuvo que pagar de su bolsillo la edición los sesenta
ejemplares de su Así hablaba Zaratustra,
porque según los entendidos
de la época era una locura. Ni que decir
tiene que si sesenta personas le hubieran pagado aquella edición, el
ejemplar recibido valdría mucho más ahora que toda la edición entonces.
Y sus nombres habrían quedado como los de los protectores del arte
literario. En los
tres casos. Como conocemos a Alonso I, Duque de Béjar, porque Cervantes le dedicó El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha hace casi 400 años.
Pues yo estoy tan loco como Nietszche, Crane y Tolstoy, lo confieso: yo
creo en mi arte. Yo creo que las cosas que yo cuento no las ha
contado nadie antes, y es posible que no las cuente nadie nunca más
después de mí. Por eso tú que lees esto tienes la oportunidad de
promocionar mi nuevo libro, si quieres participar en este experimento
literario: bastará con que me escribas garantizándome que invertirás
diez euros en mi próxima novela. Yo tomaré tu palabra como buena,
y en cuanto tenga veinte de esas palabras como la tuya te pediré el
dinero y publicaré mi libro. En cuanto lo tenga te lo haré llegar. y si
el experimento es satisfactorio para ambas partes te informaré en
primer lugar para repetir el experimento la próxima vez, sin que haya
compromiso alguno por tu parte, pero sí preferencia sobre otras personas
a la hora de elegir los 20 patrocinadores, que aceptaré por orden de llegada.
Creo que es una forma excelente de relacionarte con el autor de un
libro que puede ser uno de tus favoritos, y si alguna vez tengo la
suerte de ser uno de los de fama, tú podrás presumir, con razón, de que
fuiste uno de mis primeros mecenas, una de las personas que creyó en mí
cuando eso me hacía falta de verdad. Que la gente crea en Dickens,
Dumas o Pérez Reverte como buenos escritores es algo anecdótico y que
ya poco les puede ayudar a ellos. A quienes puede ayudar es a los que
estamos empezando todavía, aunque te parezca un contrasentido que el
autor de cincuenta libros publicados en tres idiomas pueda decir que aún está
empezando.
Pero sí: hace once años que comencé a escribir y publicar, y mes a mes
me consta que mis libros se venden, pero no en la cantidad y diversidad
que a mí me gustaría, y hasta ahora la apuesta por mi arte la he hecho
yo en solitario. Con este experimento de «élitefunding» te estoy dando
la oportunidad de que te unas a este acto de fe en el arte
literario. Puedes orientarte, sin embargo, un poco sobre mis
temas y estilo en mi página web, donde hablo de
mi obra, pero ten en cuenta que los estilos y las personas cambiamos de
continuo, poco a poco, a lo largo del tiempo, y si no te gusta lo que
he hecho, puede que te guste lo que aún tengo por hacer, lo que todavía
yace en el fondo de mi tintero y de mi imaginación.
Así que dejo esta invitación en el aire. Ahora, lector o lectora del presente o del futuro, tú hablas.